Quizá hay que buscar también la explicación en el motivo por el cual el presidente Morales le desea por tuiter, muy detallista, una “pronta recuperación al presidente del hermano pueblo de Brasil, @jairbolsonaro”. Bolivianos más moderados que don Jair y hasta con un toque de izquierdismo, normalmente reciben del Presidente un trato menos delicado, raramente un gesto afable por su salud o por un decaimiento, digamos, de ánimo.
Tiempos eran aquéllos en los que el Presidente ostentaba desdén por la diplomacia. Alan García andaba ya grueso en su última presidencia, pero fustigarlo por el sobrepeso como hacía Evo, no pasaría los tests de corrección política de las leyes del propio Gobierno. Y, últimamente, fue el deslenguado Trump quien tomó de su medicina, con un Evo empeñado en repasar en el Consejo de Seguridad de la ONU todos los sartenes de la geopolítica mundial (Siria, Irak, Libia, etc.), pero no las minucias que afectan directamente a Bolivia, claro.
La cercanía ideológica de Evo a don Jair o Mauricio está descartada. Es más, enflautan al macrismo los viajes de Evo a Buenos Aires con guiños al kirchnerismo. Además, el Gobierno ya probó que le incumben menos que antes las afinidades ideológicas. Como saben, entregó a Italia a Cesare Battisti, antiguo miembro de Proletarios Armados por el Comunismo (un frente aparentemente inofensivo, si nos atenemos al nombre), precisamente para contribuir a la salud de @jairbolsonaro.
Desempolvar los indispensables modales es también síntoma de que el Gobierno y, más grave, el Estado han perdido la frágil autonomía económica e internacional que permitía pasearse con iraníes, dar clases de teología a Benedicto XVI, tomar con militares las refinerías de Petrobras y propinar una patada a un tal Goldberg, todo (casi) simultáneamente.
Eran los tiempos de la “paciencia estratégica” del compañero Lula, del aprecio montonero de Néstor K, de los socorros del hermano Chávez y los consejos del abuelo Fidel, que daban seguridad, junto a la billetera llena por los precios del gas y los volúmenes exportados.
De esa época quedan la nostalgia y las cuentas por pagar. Una de ellas, la dependencia. En los años liberales, era vergonzoso pero eran los gringos, no los vecinos, los que instruían a quién entregar, si a Arce Gómez o al “Tinino” Rico Toro. Ahora, el Secretario de Estado, Mike Pompeo, va a Cartagena a reunirse con el presidente Duque, llega a la posesión de Bolsonaro o asiste por videoconferencia a una reunión del Grupo de Lima. Para relacionarse con Bolivia bastan los países de la zona, con palanca suficiente. Esos a los que un día asignamos, por arrebatos de pubertad, así es la inocencia, el papel de tutores y exclusivos compradores de nuestro gas y, de paso, de titulares de un poder crucial sobre nuestro destino.
Por si fuera poco, tampoco Putin viene cuando se lo invita a una cumbre del gas, ni siquiera para agradecer la pila de votos que hemos emitido en la línea rusa -tan amenos- en el Consejo de Seguridad, mientras Bolivia lo presidió. El canciller ruso Lavrov no tiene espacio para nosotros, pero visitó Chile hace unos años.
Y ahí estamos, esmerando la cortesía y los desvelos por la salud ajena. Con un realismo entendible y hasta juicioso, pero que se debe menos a una concepción acertada del mundo, que a la falta de cálculos previos y al miedo.
Gonzalo Mendieta Romero.