A lo largo del periodo anterior al cambio de ciclo al que asistimos, Estados Unidos y Europa fueron los ejes que abanderaron la estrategia y ejecución de lo que se entendió como “orden liberal” que partía de una idea de generación de riqueza, incentivos y de una ampliación de una clase media sólida para la construcción de la estabilidad social frente a los radicalismos. La democracia juega un papel trascendental en este proceso porque es el sistema que se organiza poniendo al ciudadano en el centro del debate público, tanto desde la representación como de la participación, y les acerca a sus dinámicas donde el Estado es subsidiario, en el que todos los individuos son iguales ante la ley y en cuya definición estructural rigen los Derechos Humanos y la libertad de las personas frente a las premisas antagónicas.
Este orden global está en retroceso. La política de “retraimiento” asumida por Estados Unidos desde la presidencia de Barack Obama (2009) marcó de forma determinante un nuevo ciclo en las relaciones de poder existentes hasta entonces. Esta política significó un aislamiento del país americano de las dinámicas globales y afectó su campo de influencia y acción en todo el mundo. En parte, esta política se explica por su deplorable papel desempeñado en las sucesivas crisis, como las de Siria, Irak y Afganistán significaron el fracaso de la política exterior de Estados Unidos en la época reciente.
Pero no solo los acontecimientos exógenos fueron un motivo para evaluar el papel de Estados Unidos en el panorama global. El asalto al Capitolio en 2021 significó un punto de inflexión en la imagen internacional de la mejor democracia del mundo y la todavía mayor potencia económica y militar. Este hecho fue la evidencia de que sufría del mal que aqueja a gran parte de las democracias del mundo. El cúmulo de insatisfacciones, la incapacidad de articular una estrategia global sobre la base de los principios creadores, los resultados inesperados de la globalización y la falta de competitividad en términos generales son algunos de los síntomas que padece el orden liberal, Occidente y sus democracias.
Para poder ejercer liderazgo es importante saber quién se es y a dónde se quiere ir y tanto Estados Unidos como las potencias occidentales, atraviesan una profunda crisis cultural y social que conlleva inevitablemente a una división interna a la hora de hacer política. El bloque formado por aquellos que cuestionan abiertamente el orden liberal tiene claro cuáles son sus objetivos y asume el liderazgo de China (Rusia e Irán). El bloque occidental carece de cohesión y de liderazgo. Su incoherencia asusta a potenciales aliados, que tratan de refugiarse en una complicada equidistancia. Distancia y aislamiento que padecen los países de la región iberoamericana en el contexto de las dinámicas globales.
Con la victoria de Donald Trump se abre un nuevo e incierto escenario, probablemente marcado por una mayor profundización de la política aislacionista en términos de política exterior del país americano. Cabe asumir en este punto los dos conflictos bélicos que amenazan aún más el orden global mientras el resto del mundo contiene el aliento. Especialmente relevante resulta las decisiones que se tomen en el enfrentamiento desencadenado tras la invasión rusa de Ucrania. Este escenario ha resultado determinante cuando se ponía en cuestión el papel que jugarían las potencias democráticas en el conflicto, incluida, por supuesto, la OTAN como organismo supranacional de referencia. No obstante, el hartazgo de la élite americana, de sus sucesivos gobiernos (en menor medida la administración Biden) y ahora de Donald Trump es evidente.
El país norteamericano ha dejado caer en sucesivas ocasiones –Trump es el más claro ejemplo de esa tensión– la falta de reciprocidad de sus aliados europeos en temas clave para el soporte de una organización de este tipo como son las inversiones en Defensa y el cumplimiento del principio de solidaridad que impulsó la organización común, que desde el fin de la Guerra Fría se encuentra en franco detrimento.
Por su parte, tradicionalmente, Iberoamérica no ha sido un actor relevante en las dinámicas a nivel mundial, lo que no ha supuesto que la región escape de la pugna entre las grandes potencias en el conflicto global por el control del espacio de influencia. La región asiste a la reconfiguración de las fuerzas geopolíticas a nivel global y a la orientación de las posiciones de poder articuladas en un contexto de transformación, donde actores como China son determinantes a la hora de marcar la agenda comercial global y en el que Rusia e Irán continúan desplegando estrategias de desestabilización de las democracias occidentales para debilitarlas en un proceso en el que Estados Unidos plantea sus propios mecanismos de autodefensa y resistencia en un contexto internacional adverso.
Aunque cooperan entre sí en distintos escenarios, no se conoce un plan real de coordinación entre China, Rusia e Irán a nivel geopolítico, tratándose más que de una estrategia formal, de un proceso sostenido desde la táctica puntual. No obstante, en términos de sincronización, no existe región en el mundo en donde estos tres países tengan mayor grado de penetración que en Iberoamérica.
Frente a esta posición, algunos han venido comentando que el próximo nombramiento de Marco Rubio como secretario de Estado de la administración Trump promovería un nuevo giro de Estados Unidos hacia la región. Aunque es pronto para asumir uno u otro criterio, puede ser que esta acción tenga relación con la visión que tiene Rubio sobre la política exterior norteamericana frente al eje revisionista (China, Rusia e Irán), ámbito en el que, ciertamente, es especialista, más allá de su origen hispano y su posición frente a las dictaduras de la región.
Lo cierto es que el mundo se enfrenta a un desafío que puede cambiar el curso de la historia. El nuevo orden global que se va marcando tiene ya efectos en la economía, la política y los desplazamientos sociales. Cada vez son menos las democracias frente a al aumento de los autoritarismos en un mundo hiperconectado, donde las relaciones entre las personas y de estas con el Estado son más ambiguas y la desafección y el malestar emergen como un eje que condiciona la visión del mundo al que asisten los ciudadanos.
Mateo Rosales Leygue es consultor político y fundador de Libres en Movimiento.