Nadie, en su sano juicio, pensaba que Luis Arce podría ganar las próximas elecciones de agosto sin antes haber desplegado toda una estrategia de persecución, fraude y venganza. Careció de una estrategia, aunque en el fondo lo anhelase.
Le faltaron recursos humanos, operativos e intelectuales (nunca los tuvo). Hoy su sustituto en la candidatura, una especie de policía negro y caudillo venido a menos, muestra una expresión que recuerda a una caricatura de tropelías y sainetes (la falta de experiencia no solo la manifiesta en sus constantes y erráticos vuelcos, también en su mirada sin fondo). Eso sí, cabe preguntarse si los mafiosos nacen o se hacen.
Ese es el estado actual del masismo que se podría definir como tradicional, tanto por la sigla y las prácticas, como por la esencia misma que aflora cuando los ingresos de los amigos caribeños y las exportaciones de gas se reducen dramáticamente. El resultado es la pésima gestión y el descalabro absoluto de un proyecto que hoy muestra su verdadero rostro: con la bandera del indigenismo, saquear los fondos; con el discurso de reivindicación social, ahondar más las heridas entre los bolivianos; bajo el amparo de la plurinacionalidad, perseguir y acabar con todo vestigio de institucionalidad, ya por si misma en nuestro país frágil.
Lógicamente que el prófugo chapareño tiene su cuota –importantísima– de responsabilidad en la crisis. No solo es el autor principal de la debacle y ruptura definitiva de aquel pseudo proyecto, sino que es el rostro de la oportunidad perdida y del desastre que en Bolivia más de una generación tendrá que pagar. El acusado de estupro encarna hoy el principal problema político del país. No habría arces ni castillos sin antes haber sido aquel hombre disfrazado de indígena el que iniciase la campaña contra la oligarquía q’ara.
La reacción de Evo ante la declinación del Tribunal Electoral de su potencial candidatura en las elecciones de agosto recuerda a su huida hacia adelante en 2019, cuando amenazó con cercar ciudades, y, cuando, el año, posterior lanzó a su banda de delincuentes a las calles, bloqueando el acceso a oxígeno a los enfermos con Covid19. Desde entonces alude a toda maniobra desesperada que obliga a vencer o morir.
La pregunta exagerada es por qué el neomasismo encarnado por Andrónico o el masismo a secas sigue siendo una fuerza competitiva electoralmente, con un apoyo que oscilaría entre un 20 y 25%, si unimos a toda la juntucha.
Basta con moderarse: cómo es posible que el MAS –y sus derivadas– no caiga lo suficiente en las expectativas de voto (precios y filas incluidas) y revele la tenebrosa hipótesis de una segunda vuelta entre un miembro de la oposición y el aprendiz de brujo. Es probable que haya razones estrictamente políticas. Por ejemplo, quizá la oposición no logre enunciar un discurso que responsabilice a los ciudadanos y a ellos mismos de la continuidad del masismo. Un discurso que pasará del plagiario ¡solo es la economía, estúpido! a un comprometedor y mutualizado ¡yo soy como tú! (cuestión radicalmente compleja, siendo la crisis económica, y el propio Evo, los mejores factores de campaña en beneficio de la oposición).
La oposición es una usuaria habitual de la palabra democracia y sus principios, pero aún no ha conseguido que cale que la derrota de los ‘portavoces masistas’ es una necesidad democrática. Al margen de la sospecha de que los que quieren ver al MAS y sus refugiados fuera de toda cuota de poder son muchos más, demasiados, que los que quieren ver allí a un Doria Medina, Tuto, Reyes Villa (y un largo etcétera.), la percepción de frustración o hastío político merece examinarse. Por si da una explicación del apoyo que aún suscitan personajes como Andrónico.
Así, una vez más, los bolivianos se encuentran frente a un dilema existencial y los líderes de la oposición remando, probablemente, su último esfuerzo. Analizado de esta manera, existe un margen sobrio para el entusiasmo, aunque existe. No hace falta caer en el pesimismo con una crisis tan severa encima, pero sí es necesario vislumbrar una cuestión que puede transmitir algunas luces: es necesario un ‘punto de quiebre’. La radicalidad de la situación merecerá soluciones extremas. Mientras más se profundice la crisis, mayores serán las exigencias políticas y la exacerbación reclamará un discurso más contundente, en este caso, de parte de los actores políticos de la oposición.
Dejando al margen el diagnostico económico y su solución, la cuestión de fondo es la respuesta estrictamente política, desde donde emerge el debate continuo en Bolivia acerca del fortalecimiento democrático e institucional frente a la deriva autoritaria definitiva en la que está inmerso el país y el colapso que amenaza el crimen organizado.
Teniendo en cuenta aquello y haciendo un ejercicio de reflexión concienzuda ha de sostenerse que se debe recurrir ineludiblemente al prólogo del pasado y que es urgente acudir a la premisa razonada: la detención de Evo es una cuestión de sobrevivencia democrática del país y un enfrentamiento directo con las derivadas del crimen organizado transnacional.
Es ese el rostro del delito y del caos de hoy. En Bolivia no habrá posibilidad para el diálogo y el ajuste institucional si al cocalero tiene margen de maniobra. Quien quiera asumir esa difícil tarea que siga adelante, quien no (y hay más de uno), que dé un paso al costado. Ya nos han vendido demasiado humo.
Leygue es consultor político y fundador de Libres en Movimiento.