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19/06/2021
Cartuchos de Harina

Un conocido de Bolivia cerca del Castillo de Lima

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

Brújula Digital|19|06|21|

Manuel Rodríguez Cuadros fue embajador de Alan García, destinado a La Paz en 2010 para recomponer relaciones. En ese tiempo, Evo acusaba que el juicio peruano a Chile impediría una eventual salida marítima boliviana por el norte chileno (luego, no oímos más esa especie y Perú ganó el litigio a Chile). En Santiago estaban por eso encantados con Evo. La demanda boliviana en ciernes no había aún recibido el impulso de la suspicacia de Evo por Piñera, agravada por el incidente de la detención del general Sanabria.

Antes de que Rodríguez Cuadros recondujera la relación, Evo se animó, patoso, a decir en Lima que “antes Alan era más flaco y más antimperialista”. Alan replicó, con aire pre-LGTB, que él “no se fija en hombres”; además, entre abrazos de dudosa fraternidad y risas malignas grabadas por los noticieros, le soltó a Evo: “cómo jodes, ¿no?”.

Político ducho pese a una posterior candidatura fallida, Rodríguez Cuadros se inauguró en Bolivia citando al mariscal Santa Cruz (sabiendo que es miel en oídos bolivianos) y su ideal de “dos repúblicas, un solo país”, motivo más bien ajeno al ánimo limeño tradicional. Todo un domador, amansó a Evo con los acuerdos complementarios de Ilo que, al final, el Congreso peruano nunca ratificó.

Rodríguez Cuadros fue antes canciller de Toledo. Los expertos lo listan como uno de los pensadores de la demanda peruana contra Chile. Como embajador, dio una conferencia en el auditorio del BCB sobre esa disputa. Siguiendo una difundida versión (¿leyenda urbana?), autores chilenos aducen que fue Rodríguez Cuadros quien indujo otra visión boliviana de La Haya, del diferendo peruano-chileno y de la opción de una vía similar.

Rodríguez Cuadros no es un improvisado; lo prueban sus libros. Por ejemplo, La soberanía marítima del Perú, sobre la controversia con Chile. Un testimonio personal fugaz acaso sirva para aquilatar a su autor. Le pedí a un amigo del entonces embajador Rodríguez Cuadros que me consiguiera ese libro. Aún lo tengo, dedicado con cortesía, aunque no conocí al embajador.  Es que, calculada (¿prevenida?), su dedicatoria no va dirigida a nadie, pero reza: “con especial aprecio”. Ese gesto sugiere que, por político, Rodríguez medita hasta la quinta vuelta de sus actos.

Pues bien, Rodríguez Cuadros, junto a otro exembajador peruano en Bolivia, Óscar Maurtua, fueron, días antes de la segunda vuelta, a reunirse con Pedro Castillo, dándole una legitimidad que el establishment político limeño le niega en general. Hoy Rodríguez suena como parte del entorno de Castillo y esperanza de que “lo modere”.

Rodríguez Cuadros ha resucitado la filiación de izquierda que nunca dejó, así fuera adaptativa a los tiempos. Dos tuits no han debido ser del gusto, por ejemplo, del siempre pontificador Vargas Llosa. En ellos, Rodríguez declaró que “el triunfo de Castillo ya es una realidad” y que (los peruanos) “tendremos un gobierno de cambio social responsable, nacional, democrático…” (y una retahíla extra de atributos).

Y por si esos tuits se tomaran como mero vedetismo de esta época, en un artículo del lunes pasado, Rodríguez Cuadros hizo lo impensado: desempolvar desde la arena internacional el gobierno militar de Velasco Alvarado, echando lodo a su sucesor Francisco Morales Bermúdez y ponderando los cambios inconclusos del velasquismo.

Rodríguez Cuadros ha reincidido así en su papel de enfant terrible de la diplomacia, por el cual voces bolivianas anotan que no era apreciado en Torre Tagle. Alabar al velasquismo fue por décadas anatema en la sede virreinal. Y mientras eso ocurría en Lima, un militar caribeño atendía, antes de ser gobernante, las ideas de un argentino, exconsejero de Velasco Alvarado. Sí, Norberto Ceresole, muerto el 2003, fue próximo a Hugo Chávez, aunque este admitiera su afecto por el argentino, no su asesoría.

Esas transferencias de know-how se ven ahora también en los “serranos” marchando a Lima para respaldar a Castillo, al estilo de las huestes evistas. Como para cantar con Manuel Monroy que “también el futuro es el pasado, llockallita”. Claro que otros pasados también esperan turno para regresar.

*Abogado y docente universitario 



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