Ronald MacLean publicó (Brújula Digital, 25/9/23) una loa a Javier Milei, el candidato que está haciendo furor en Argentina con su peculiar peinado casco, su lenguaje craso, su furibundo antiperonismo y sus extremos libertarios. Lo llama un “milagro”. En política el histrionismo y la novedad sacuden la monotonía de los viejos discursos y no falta quien se deje seducir por ellos.
Dice MacLean: “Javier Milei es un iconoclasta e irreverente que ha logrado (…) exorcizar a más del 30% de los votantes argentinos del demonio del peronismo (…), es un genio de la comunicación, la persuasión y el histrionismo. Pero sobre todo es un economista libertario que sabe de su materia (…), un intelectual de la escuela austriaca de Economía que ha absorbido a Hayek, von Mises y otras luminarias clásicas”.
Un genio del histrionismo es un payaso.
“Para entenderlo se debe separar la forma del fondo (…). En la forma, me irrita lo craso de su lenguaje, su tono y principalmente su facilismo y simpleza de enfrentar los temas”, añade MacLean.
De acuerdo. Quien lea sus declaraciones o las de su acompañante de fórmula, compartirá ese disgusto por la forma, pero no está claro si ese facilismo no es el todo.
En Bolivia tenemos bastante entretenimiento político con nuestra tragicomedia diaria y quizá no muchos acompañen la política argentina más allá de los titulares. En las citas abajo, veremos que Milei propone “dinamitar” el Banco Central y eliminar el Ministerio de la Mujer, niega las torturas de la dictadura, cree que la justicia social es una aberración, que distribuir vouchers es la solución para la educación y que el mercado es la medida de todas las cosas.
Comencemos con esa “forma” que MacLean nos aconseja ignorar.
Dice Milei al iniciar su discurso de cierre de campaña: “Hola a todos, yo soy el león, rugió la bestia en medio de la avenida. La casta corrió sin entender, panic show a plena luz del día. Por favor, no huyan de mí, yo soy el rey de un mundo perdido. Soy el rey y te destrozaré, toda la casta es de mi apetito’. ¡Viva la libertad carajo!”.
Poético, lunático, craso; sin duda histriónico.
Milei ha hecho de la brutalidad verbal una marca de su campaña: “Yo quisiera saber por qué la maldita casta política, chorra, parasitaria e inútil le tiene tanto miedo a las ideas de la libertad”.
En esta frase, junto a la verborrea aparece ese facilismo: se ha apropiado de la bandera de la libertad. Él es además el único honesto, bien intencionado, inteligente, etc. Los demás le temen a la libertad, son chorros, burros, etc. Son trucos de campaña, los usan todos los populistas.
Aquí ya tenemos una debilidad nada trivial: la de un político que les dice a las masas una cosa, que supuestamente debemos ignorar y a la hora de gobernar saca de la manga lo que conviene. Un milagro de la comunicación, quizá, pero hay que juzgar la sustancia. Veamos, pues, qué otras cosas dice ese genio que ha bebido de Hayek y otras “luminarias clásicas”.
Extraigo de citas de periódico y del discurso mencionado: “Milei ha sostenido en varias entrevistas que el Banco Central fue el inicio de todos los problemas del país”. “Milei quiere dinamitarlo”, dice un periódico. Supongo que no lo dice literalmente, pero al menos piensa cerrarlo.
“Villarruel (su compañera de fórmula), pone en duda los delitos cometidos durante el régimen militar (…). Entre ellos, la tortura y desaparición de miles de personas por parte de las fuerzas de seguridad”, dice otro medio. Claro, Marcelo Quiroga murió de infarto.
“En mi Gobierno no va a haber marxismo cultural y no voy a estar pidiendo perdón por tener pene. Si de mí dependiera, cerraría el Ministerio de la Mujer”. Es decir, si es elegido, con su miembro en ristre, lo cerrará. En educación, Milei propone el sistema de “vouchers” en el que la asistencia a los colegios no será obligatoria ni gratuita. “Si querés estudiar, vas a tener un voucher y vas a poder estudiar (…) se les da un voucher a los padres, para que ellos escojan el colegio para sus hijos”.
El sistema de vouchers ha fracasado en otros países. Los resultados PISA han caído en los países que lo han usado. Chile, por ejemplo, si comparamos el año 2000 con el año 2018, ha bajado del puesto 36 al 46. En los países en desarrollo es donde peor funciona. Ahí el niño pobre no encuentra una escuela privada cerca de casa y el sistema termina agudizando la desigualdad.
Pero esto no le importa a Milei: “Esa aberración llamada justicia social, que es injusta porque implica un trato desigual frente a la ley, pero además está precedida de un robo”.
Él llama robo al cobro de impuestos que permite dar educación a todos. Sin embargo, dice el propio Milei: “Es por eso que les queremos decir que el liberalismo no solo es más productivo, es el único sistema justo”. Su justicia sin justicia social es la tiranía del mercado que premia al que compite mejor.
“Porque en el liberalismo solo es posible progresar sirviendo al prójimo con bienes de mejor calidad a un mejor precio, aquel que gana dinero en el liberalismo es un benefactor social”.
Aquí viene la teoría económica: “Por eso la segunda de estas instituciones son los mercados libres, porque cada vez que se mete el Estado en el medio, violenta la propiedad privada, contamina la señal de precios y el sistema funciona peor. Por eso, siempre falla el socialismo, porque cien por ciento de participación estatal implica la negación de la propiedad privada, no hay precios y por ende generan miseria”.
Y este genial galimatías: “Si aquellos países que son más libres son ocho veces más ricos que los reprimidos. Si el decil más bajo de la redistribución no solamente está 11 veces mejor que su par en el país reprimido, sino que además tienen el doble de ingresos que más del 80% que vive en el país reprimido”.
¿Entendiste? ¿Seguro?
MacLean considera que Milei propone una Revolución: “Es una Revolución, así con mayúsculas, una revolución de la ‘clase media’, a la que se le han plegado los pobres. De aquellos que aún añoran los valores del trabajo arduo, el talento, la educación, el respeto y la honestidad”.
Las revoluciones comienzan siempre idealizando a los pobres para después traicionarlos. MacLean está prendado y ensaya él también poesía: “Este libertario de melena desordenada ha resultado siendo un revolucionario; es radical, agresivo e informal (…). Pero tiene dos armas poderosísimas: la denuncia moral lapidaria de la ‘casta’ peronista y su contundente lógica económica liberal/libertaria. Por fin alguien articula lo cierto respecto a esa ‘casta’ disfrazada de socialista que está carcomiendo a nuestros países cual si (fuera ave) de rapiña".
Es posible que en algún lugar Milei haya demostrado la contundencia de esa lógica económica liberal/libertaria, pero lo que más vemos son groserías, frases de efecto y aquí y allá pepas programáticas como las citadas.
Por si los gritos y los gestos no lograran en la Presidencia lo que ofrecen en la campaña, MacLean lo cura en salud: “La gran pregunta es si Milei (podrá gobernar). Podría ser que su talento para comunicar y conectarse con un electorado indignado y humillado no necesariamente le sea efectivo y suficiente para administrar un país con una profunda cultura rentista. Pues él se dará de bruces con (…) la corrupción como cultura y experiencia colectivas”.
Efectivamente, puede ser que su único talento sea comunicar, pero la excusa ya está lista: si Milei no logra los resultados que promete, no es porque sus ideas son malas, sino por culpa de esa sociedad que lo va a elegir. Pero ¿acaso no promete justamente cambiar esa cultura de corrupción? Tendremos que esperar hasta el final de su mandato para saber quién gana; Milei o el empedrado.
Llamaría la atención que un hombre con la trayectoria de MacLean quiera dinamitar el Banco Central, eliminar la educación fiscal gratuita o negar los crímenes de las dictaduras. Él es un referente político para mucha gente y debe a esos admiradores una distancia de las posiciones extravagantes de Milei. No le falta conocimiento ni discernimiento, pero en este artículo de alabanza incondicional se deja llevar por su entusiasmo y su antisocialismo. Que el discurso populista de Milei seduzca a un hincha de Boca, vaya y pase, pero ¿MacLean, quo vadis?