El manejo de la economía es una
de las principales razones por las que el presidente Luis Arce mantiene niveles
de aprobación por encima del 50% luego de más de un año de gestión.
En la visión de corto plazo del boliviano, acostumbrado a administrar la incertidumbre, las cosas están nomás bien o, por lo menos, mucho mejor que en los países vecinos y eso influye en la calificación presidencial.
¿Hasta cuándo va a durar el buen momento? Nadie lo sabe y tampoco importa mucho, porque parece que la cosa es vivir el presente. Ucrania está muy lejos y los pronósticos de recesión no nos tocan. Es más, los organismos internacionales dicen que la economía boliviana está a salvo por lo menos para los próximos meses. Y eso es lo que vale cuando la mirada está anclada en el día a día y existe la necesidad de alimentar el optimismo así sea con migajas.
En un país como el nuestro no había sido tan difícil tener tranquila e incluso esperanzada a la gente. Basta con que no suba el precio de las gasolinas, el pan y el de algunos productos de la canasta básica para que la vida sea más llevadera. Si para ello es necesario introducir medidas de control o camisas de fuerza a los productores, bien vale la pena. Todo sea para llevar las cosas en paz y, de paso, figurar en las listas de los mandatarios mejor calificados de la región.
El presidente Arce sabe de estas cosas. Mientras fue ministro de Economía administró con criterio técnico la caja grande y con destreza política la caja chica. Como resultado, Bolivia vivió uno de los períodos de estabilidad y bienestar más prolongados de su historia. Diez años o más en los que los bolsillos llenos en parte sirvieron para compensar las libertades restringidas e incluso para maquillar las imperfecciones que aparecieron aquí y allá sobre la piel de una gestión más que desgastada como la de Evo Morales.
En Bolivia la esperanza, paradójicamente, no es de largo plazo. Tal vez eso tenga que ver con que la mayoría de la gente no vive de un empleo estable y formal, sino de pequeños o grandes negocios que funcionan al día. Si vendo lo suficiente hoy habrá para comer mañana. Si vendo más, tal vez hasta me pueda dar un pequeño lujo. Con eso, basta y sobra.
Por eso, cuando los políticos hablan de las catástrofes que se avecinan o los empresarios de las dificultades que enfrentan, la mayoría de la gente piensa que lo hacen solo porque son opositores.
En ese terreno de hierba escasa, pero hierba al fin, no es fácil generar consciencia sobre otras necesidades y tareas pendientes que podrían transformar a Bolivia en algo más que el país del día a día.
En cualquier otra parte del mundo los blindajes de la economía boliviana serían sospechosos. Contrabando, minería ilegal – cada vez en mayor expansión y más destructora de la naturaleza - y narcotráfico son las tres patas sobre las que se asienta la mesa en la que come el boliviano común. La otra pata es el sector público. No es una mesa muy sólida, pero en lo inmediato sirve para tener a la gente tranquila y hacer el quite a los problemas globales.
Y eso permite gobernar sin muchos apuros, enfrentar las críticas con un discurso más o menos convincente y, de paso, evitar que la narrativa de los adversarios se convierta en comentario rutinario de las mayorías.
Cuando las cosas van bien, la política queda archivada. Antes se decía, con cierto orgullo poco justificado, que en Bolivia la gente respiraba política, es decir que todo el mundo hablaba de lo mismo todo el tiempo y que los vaticinios, generalmente negativos, estaban a la orden del día.
Pero hoy las cosas son distintas. Hay una especie de ‘intoxicación´ política. Después de la euforia de fines de 2019 y de la frustración del 2020, la gente prefiere hablar de otras cosas y los jóvenes tienen otras batallas por librar para las que no necesitan de partidos, movimientos, sindicatos o cualquier otra forma de representación tradicional.
La toma del poder ya no es tan relevante, sobre todo cuando puedo levantar y defender mi bandera desde un espacio diferente y no son indispensables las elecciones para ejercer mis derechos y sostener mis causas. Las utopías dejaron de ser colectivas y remotas. Ahora son realizables, individuales y más cercanas.
Incluso, en una escala más grande, las regiones han asumido su suerte de otra manera. Santa Cruz, por ejemplo, navega con otro rumbo y no necesita del permiso de nadie, entre otras cosas porque ya arriesga la escritura de su propia bitácora.
Hay otros poderes, es otro tiempo y por supuesto que bajo las nuevas condiciones la mira pública ya no está centrada obsesivamente sobre el presidente y la burocracia. Arce llegó en una etapa distinta, la época del liderazgo discreto para un país de ambiciones limitadas, el período en el que los encuentros son menos amargos y en que las conversaciones, más simples, se reducen a un más relajado ´todo bien gracias. ¿Y tú?’
Hernán Terrazas es periodista y analista