“La gente de hoy es mucho más malvada porque solo siente empatía por quienes le son cercanos” Rafael Gumucio
“Es la primera vez que tengo a mi carcelero enfrente. Usted, señor (Evo) Morales me robó 10 años de vida, me robó a mi familia y lamentablemente seguimos en el mismo camino”, dijo Zvonko Matkovic, quien estuvo recluido en las cárcel de Palmasola desde marzo de 2010 y fue vinculado al denominado caso terrorismo. Un caso que –se sabe– fue montado para perseguir a la oposición política.
La forma como el actual dirigente de Creemos encaró a Morales fue conmovedora. Ver cómo se siente alguien que ha sido injustamente encarcelado al tener frente a frente al responsable de tanto sufrimiento, me hizo recordar las innumerables veces que soñé –tuve pesadillas– que me enfrentaba a quienes fueron responsables de uno de los peores episodios de mi vida: fue cuando en 1972 me detuvieron en la puerta de la embajada argentina bajo el Gobierno de Hugo Banzer.
Como yo, muchas personas no tuvimos posibilidad de defendernos. Recuerdo que durante una furtiva visita de mi padre a la casa de seguridad donde me encerraban –esa es otra historia– él me dijo: “busquemos un abogado” y yo le contesté: “si hacemos eso pronto lo tendremos a mi lado, preso”.
A mí me delató un individuo que ha contado su historia de traidor edulcorada gracias a la pluma de un escritor que sabrá explicar por qué lo hizo. Una vez, ya en democracia, me crucé en la calle con el traidor, escupí y sentí que mis piernas temblaban. El escenario era una calle a plena luz del día.
Sigo preguntándome qué sintió Zvonko Matkovic cuando pudo abrir la boca para algo más que un escupitajo. El traidor de mi historia fue uno de los varios sicarios del banzerismo, quien no sólo lleva sobre sus espaldas la suerte y desaparición de muchos detenidos y desaparecidos durante la dictadura militar si no que se blanqueó formando parte de ADN, el partido político que inventó Banzer.
Las víctimas, familiares y sobrevivientes de la dictadura militar caminamos hace muchos años con una madeja de rabia, dolor y miedo en el estómago; también tuvimos aprendizajes y algo de consuelo, ese es mi caso, gracias al sentimiento de justicia que nos embargó la condena a Luis García Meza. Este es sin duda el logro más importante en materia de derechos humanos.
Entonces me ilusioné con que la justicia llegaría hasta las últimas consecuencias procesando a quienes formaron parte del Plan Cóndor, uno de los episodios más dramáticos de represión transnacional del que Bolivia fue víctima. Una leve esperanza se abrió cuando las voces de defensoras de derechos humanos que venían luchando desde el tiempo de la dictadura y un ambiente internacional propicio alentaba la posibilidad de obtener verdad y justicia. Argentina, Chile, Uruguay dieron pasos importantes que no les sirvieron de ejemplo a las autoridades bolivianas.
En 2017, cuando ya muchos países habían avanzado significativamente inclusive en la reparación a víctimas y familiares, el Gobierno boliviano creó una comisión de la verdad (así con minúsculas) que no merece ese nombre y que parece que ha terminado en el basurero de las autoridades. Lo cierto es que el MAS ha resultado el mejor defensor de los militares, ha impedido que se acceda a los archivos militares, ha favorecido la impunidad y ni siquiera ha conseguido averiguar dónde están los cuerpos de Marcelo Quiroga, Carlos Flores y otros luchadores. Hoy el abuso y la violación de derechos humanos se han naturalizado y tanto los partidarios de la dictadura militar como del autoritarismo violento del MAS juegan al empate.
Son pocos los que como Juan Del Granado y Gary Prado (hijo), han logrado que, en un caso el dictador pague por sus crímenes luego de un proceso justo, y en el otro que el caso llegue a la CIDH luego de una investigación y defensa muy difíciles. Sin embargo, a pesar de esos logros en materia de derechos humanos, la idea de que éstos son universales, es decir valen para todos, nos es aún ajena como sociedad. No hay banzeristas que hayan asumido la causa de los perseguidos durante su Gobierno ni masistas que defiendan a las víctimas del siglo XXI. La mayoría calla y otros se protegen entre sí.