A propósito del 40 aniversario de la reconquista democrática
intenté lograr una definición de democracia que, obviando todo aspecto
académico, diera cuenta de la situación nacional. Resultó que pensando en todo
el inmenso cúmulo de transgresiones, abusos y desconocimiento de las normas
básicas de la democracia formal, era imposible definir el régimen que nos
gobierna desde el 2006 como democracia. Frente a esta constatación, en la otra
cara de la medalla resultaba difícil aseverar que se trataba de una dictadura,
pensada en los términos en que los bolivianos estábamos acostumbrados a
sufrirlas. No era democracia y tampoco era dictadura.
Una organización internacional califica estos regímenes híbridos como “autoritarismos electorales” denotando su carácter autoritario como producto de una decisión ciudadana en las urnas. Obviamente nadie vota por una dictadura, lo que sucede es que vota por un partido aparentemente democrático que resulta autoritario o dictatorial. El voto ciudadano de alguna manera legitima su estadía en el poder, aunque no pensemos así el momento de emitir el voto.
La cuestión es sin duda más compleja, porque estas dictaduras encubiertas suelen tomar decisiones altamente democráticas, y aunque las explotan en términos propagandísticos las aplican de manera apropiada. En las democracias liberales sucede algo similar, suelen tomar decisiones totalmente autoritarias en nombre de su legitimidad política. Estas alteraciones las hemos empezado a experimentar de forma palpable una vez asumido el Poder el MAS, hasta antes, la utilización ecléctica de las reglas democráticas, en las democracias liberales hacia parte del juego de fuerzas alianzas y pactos que comporta toda democracia liberal y representativa.
Basado en estas reflexiones llegué a la conclusión de que la democracia liberal no es una panacea de virtudes, menos aún la popular. Sucede que ambas formas las viví en carne propia (esa es la ventaja de mi generación) y me percaté, por la simple comparación de que el error en mi apreciación estribaba en pensar en dos formas democráticas que ya no corresponden a la sociedad actual. La liberal correspondía a ese modelo social en que las clases pactaban un conjunto de políticas públicas y económicas en la perspectiva de un bien común, independientemente de quienes conformaran la sociedad y a quienes realmente favorecían. La popular correspondía a ese estilo de apreciar la sociedad en la que predomina una conciencia popular, fuertemente afincada en el sufrimiento de los más pobres y de los excluidos.
Ambas eran perspectivas en su momento correctas (dependiendo obviamente de las coyunturas históricas), sucede que la sociedad boliviana ha excedido esas formas democráticas. Como en casi todo el mundo occidental inserto en la modernidad capitalista, vive el momento de la ciudadanía que ha puesto en el escenario sujetos históricos nacidos de las identidades y no de las clases, de la cotidianidad y no de las ideologías, en consecuencia, nuestras dificultades de definir adecuadamente un momento en que no sabemos qué tan democráticas son las dictaduras, o que tan dictatoriales se vuelven las democracias, proviene de una incorrecta apreciación del estado de la sociedad y de sus nuevos actores.
Vivimos el momento de la emergencia de las identidades, las interpretaciones basadas en las clases y la lucha de clases son obsoletas, la globalización, los medios de circulación de los saberes a través del internet, la mundialización de las culturas etc. las condenaron al olvido, no quiere decir que no existen, claro que sí, pero ya no son el motor de la historia como en tiempos de Marx. Tampoco es el tiempo victorioso de las burguesías locales, de las transnacionales que hicieron de las suyas en el periodo neoliberal, es el tiempo de la democracia ciudadana, y el poder que ejerce en las calles fluye dela cotidianidad, de la necesidad de una mayor participación y una mayor representación como identidades en la estructura del Poder. Como diría un teórico sobre todo esto, hoy la sociedad civil ocupa el punto medio entre el Poder del Estado y el Poder del capital.
Si la hipótesis es cierta, la única manera de encontrar una solución a las contradicciones que supone pensar la sociedad en términos de democracia liberal o de democracia popular, es reconocer que la única democracia que el ciudadano de a pie espera, es aquella en que sus expectativas cotidianas, sus frustraciones ciudadanas y sus aspiraciones personales puedan hacer parte de un juego democrático, más inclusivo, más plural y en consecuencia más real. Eso es exactamente lo que encontró el estudio mundial sobre las protestas, la conclusión fue que hoy la gente protesta más, se expresa más, y lo que en realidad demanda es una democracia “más real”, más democracia a partir de su propia cotidianidad.
Se trata pues de imaginar una democracia más allá de la liberal y más allá de la popular. Una democracia capaz de representar al ciudadano común, con sus expectativas y esperanzas que muy frecuentemente están ausentes de los grandes discursos políticos. Se trata de reconocer el fin de los grandes discursos ideológicos y las organizaciones (como los partidos clásicos) que las portaban. Se trata de organizar partidos ciudadanos capaces de transferir al Poder las pequeñas demandas que hacen parte de su cotidianidad, de su bienestar y su esperanza.