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La curva recta | 27/10/2024

Sobre Íñigo y Evo

Agustín Echalar
Agustín Echalar

La semana pasada tuvo lugar un pequeño terremoto en Castilla: Íñigo Errejón, diputado nacional, renunció a su curul y ha anunciado que se retira de la vida política. Este personaje, bastante conocido en los corredores del poder boliviano y venezolano, ha tomado esa decisión por un escándalo de mal comportamiento sexual, más allá de que la denuncia que eventualmente lo podría llevar ante un juez es ante todo una denuncia de malas maneras a la hora de querer tener sexo, algo que en realidad no está penado.

La historia ha sido ventilada a los cuatro vientos y por eso la hemos llegado a conocer hasta en estos lejanos parajes del otrora grandioso imperio de Carlos V. El tipo es acusado de haber hecho movidas de acercamiento sexual torpes y groseras, inaceptables para un hombre de izquierdas que promueve al máximo el “sí es solo sí si dices sí”, pero también para un hidalgo de viejo cuño; así no se trata a una dama (aclaremos que las guarradas son parte del juego sexual y que las fantasías sexuales aguantan mucho).

Errejón aparentemente no cometió ningún delito, al final no tuvo relaciones sexuales con la demandante y solo la trató como a ella no le gustaba. Es difícil imaginar que un juez lo condene de algo, pero indudablemente su imagen política está destrozada.

Desde un punto de vista descolonizado, los bolivianos podríamos encogernos de hombros y decir ufanos que esa es pelea de chapetones, pero no deja de causar una cierta envidia hacia la metrópoli que las cosas allá tomen un cariz bastante civilizado. Que un líder político puesto en evidencia por un comportamiento no idóneo simplemente se retire de la arena política es lo mínimo que se puede esperar.

Aquí en la ex Audiencia de Charcas, el líder máximo de uno de los más importantes partidos políticos de nuestra historia ha sido puesto en evidencia con un comportamiento sexual que no es rudo sino delictivo, que tiene víctimas menores de edad y el individuo más bien, en vez de retirarse de la vida pública y enfrentarse a la justicia, está dispuesto a cualquier cosa con tal de volver al horroroso palacio que mandó construir durante su presidencia.

El problema es que no es solo él, es su partido, el que más votos recibió en la historia del país. Aclaremos que tanto a los masistas del ala de Evo, como a los del ala de Arce (antes de que entraran en trifulca por el poder), no se les movió un pelo ante los rumores, las denuncias y las evidencias que había sobre la inaceptable manera en que Morales vivía su sexualidad.

Desde el punto de vista histórico y político me quedan las siguientes preguntas: esta diferencia entre Castilla y Charcas ¿implica que en estos años nos descolonizamos de verdad, al extremo de haber renunciado a todos los valores judeocristianos que ciertamente hasta los de Somos de España comparten? O en su defecto, ¿será que estas tierras nunca llegaron a ser colonizadas profundamente?

El fenómeno Evo tiene que ser también estudiado desde otras perspectivas, vale decir, desde la degradación moral de una sociedad. ¿Cómo es posible que llegara a ser el líder indiscutido de este país el secretario general de la federación de organizaciones campesinas que producían materia prima para hacer cocaína? ¿Cómo fue que llegamos a tener el peor sistema judicial de esta parte del mundo y de nuestra historia? ¿Cómo es posible que se crea que es normal bloquear calles y carreteras y usar dinamita en cualquier manifestación? Hay un etcétera casi infinito de estas preguntas.

Estas semanas son de zozobra; los masistas siguieron en 2009 los consejos de los españoles, de hecho la Constitución que aprobaron estuvo fuertemente influenciada precisamente por Errejón y sus cumpas; sería bueno que esta vez también sigan el ejemplo de la metrópoli: Evo debe dejar la vida política.



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