No habrá magos ni genios para salvar el país. Sí hubo ineptos y corruptos para destrozarlo, y no me refiero solo al periodo del MAS; sin embargo, el MAS tuvo, como ningún otro proyecto político, las condiciones óptimas para construir uno mejor.
El denominado “proceso de cambio”, cuyo desarrollo embrionario se fue gestando hace más de dos décadas, es hoy una amorfa y atrofiada resultante, cuyo valor está muy distante de los postulados revolucionarios primigenios.
Carente de ética y estética, la rimbombante “robolución” fracturó el tejido social, hizo añicos la frágil institucionalidad, violó cuanto pudo la nueva Constitución, robó frenéticamente a ritmos y escalas inéditas, pero, sobre todo, terminó siendo una monumental estafa.
Los supuestos adalides revolucionarios encandilaron al pueblo con ideas cuya vena era de estructura más filosófica que ideológica. De hecho, esas ideas de carácter universal podrían ser clasificadas dentro del campo axiológico. Inclusión social, revalorización cultural, respeto al medioambiente (madre tierra), vivir bien y otras bases fundamentales (no fundacionales) fácilmente podrían encajar en cualquier sociedad del mundo. No obstante, detrás de las ideas universales se introdujo el germen de la fragmentación y del odio: refundación y descolonización.
Hablar de refundación y descolonización es vacuo, constituye un artefacto postizo y anacrónico, peor en la era de la inevitable transculturización, ciudadanía digital, e-democracy (democracia en línea), inteligencia artificial y otras formas globales de funcionamiento.
No cabe duda que recordar y honrar a los próceres, así como preservar el acervo cultural es imprescindible. De hecho, la mayor parte de los países (no solo de culturas milenarias) preservan, custodian, expanden y, al mismo tiempo, aprovechan y rentabilizan de gran manera su legado cultural, pero no se esfuerzan en recordar innecesariamente el pasado como un tormento que debe atravesar por la criba del sufrimiento infinito.
Compartir con infinidad de estudiantes me anima a pensar, casi con certeza, que los jóvenes (principalmente) son fuente inagotable de fuerza, entusiasmo y ambición, sobre todo ambición. En buena hora, ahí yace un potencial motor de transformación.
No se parecen en nada a los prospectos del siglo pasado, tampoco cargan la mochila del dolor, complejo y resentimiento. Están en otra frecuencia, totalmente vinculados al mundo; lejanos y ajenos al victimismo parasitario porque simplemente no les envenena el alma que los tatarabuelos de sus abuelos hayan sufrido vejámenes en algún dramático episodio de la historia. Entienden la vida en clave mundial, miran siempre hacia adelante, no son chicos de otra generación, sino de otra época.
En un mundo que produce cambios vertiginosamente y mutaciones incesantes, el que se ancla en el pasado se petrifica al grado de fósil. Así nos encuentra la antesala de un nuevo gobierno. Los problemas estructurales persisten, el país sigue sumido en la pobreza, no muy distinta a la de hace 20 años, con la diferencia de que en este periodo (2005–2025) se administraron más de 100.000 millones de dólares. La narrativa contra el imperio, la colonia y el neoliberalismo está intacto, pero la mentalidad y visión de los jóvenes reducirá estas falacias al arcaísmo total. Son tiempos de nuevos desafíos.
En este contexto, está claro que, a diferencia del pasado, las nuevas autoridades se encontrarán con una pléyade de jóvenes talentosos e informados. Los obsoletos podrían ser ellos (autoridades), los chicos están en su tiempo. Sin embargo, esperemos que no vengan nuevamente en el carril de “continuum” infinito, impregnado de ideas refundacionales análogas a un: “ahora sí”, “esta vez es en serio”, “confíen”, “será distinto”.
Si fuera distinto, quizás no sea por la visión de los que vienen, sino por la determinación de los que los que esperan. Sí, esos que esperan algo nuevo, distante de una retórica perifrástica recargada de bulos obsoletos. Los nuevos tiempos nos encuentran otra vez en la banca rota, pero justificamos la pobreza en la culpa de todos, menos en la nuestra. Quizás ya es hora de reconocer que algo debemos estar haciendo mal. Evocar la colonia para justificar nuestro rezago con respecto del mundo es insultante, peor en esta época.
No será fácil, menos rápido, pero el mundo es diferente, los tiempos son diferentes, los códigos también. Lamentablemente el victimismo y resentimiento pervive aún en algunos fósiles humanos.
Empero, no es suficiente pensar diferente, también se debe actuar diferente. No se trata solo de criticar la corrupción, también es importante no ser corrupto. No alcanza ofrecer y ofrecer, lo importante es cumplir lo que se ofrece. No basta con parecer honesto, la diferencia es ser genuinamente honesto. No alcanza con ser inteligente, la idea es tomar decisiones inteligentes. Ni qué decir de las creencias. De nada sirve profesar y llenarse la boca del divino, la resultante debe ser actuar con compasión, y, así, de poco sirve parecer si no se es. Por eso, lo importante es lo autentico y genuino, pero, sobre todo, sin resentimientos.
Franklin Pareja es cientista político.