En la todavía incipiente campaña electoral, los contendientes se acusan mutuamente de no tener un programa. Los contrincantes del bloque de unidad desconocen que sus integrantes tienen programas completos y coherentes, a los que tal vez les falta definir tiempos y secuencias realistas. Los programas mencionados tienen además grandes coincidencias en los temas más acuciantes para el país, como son los de la política cambiaria y la disponibilidad de dólares, así como qué hacer para desmantelar los enormes subsidios a los combustibles y a los alimentos.
Son más bien los candidatos de identidades difusas, como los califica Hernán Terrazas, los que no tienen programas. En el caso de la extrema derecha, sus propuestas se limitan a declamar que van a reducir el tamaño del estado.
La secuencia de las medidas de saneamiento de la economía es crucial. Se ha de tomar en cuenta también los tiempos. No se puede hacer, como decían las Brigadas Rojas italianas, tuto y subito (todo e inmediatamente). Más aún cuando hay candados constitucionales y abrirlos exigirá una reforma que puede tomar tiempo.
La primera prioridad debe estar en la estabilización económica y en la recuperación de un normal funcionamiento de la economía, con acceso irrestricto a dólares y a combustibles. También habrá que controlar la inflación, que corre el riesgo de acelerarse, pero que todavía no está en niveles exageradamente altos. Las inflaciones de 2007 y 2008 fueron más altas, pero debido mayormente a la inflación internacional de alimentos, mientras que lo que estamos experimentando ahora se explica por las políticas fiscales y monetarias muy expansivas.
El deseable achicamiento del tamaño del Estado puede tomar varios años para hacerlo bien. Si bien la reducción de los subsidios podría hacerse relativamente rápidamente en un contexto político bien manejado y con compensaciones para la población más pobre, no es el caso del cierre de las empresas públicas.
Un desmantelamiento gradual de los subsidios puede tomar unos tres años. Empero se ha de mencionar que se podría intentar de ajustar los precios en un solo saque., dado el cansancio de la población con las colas para abastecerse y el conocimiento que tiene de que combustibles (y otros) están saliendo de contrabando. Será muy riesgoso políticamente, pero puede que tenga éxito, como ha sido el caso en Nigeria.
La mayor parte de las empresas públicas son crónicamente deficitarias y se tendrá que desinvertir en ellas. El déficit es un fenómeno financiero, no necesariamente económico, ya que algunas empresas, pero no todas, pueden ser viables con el cambio de propiedad, pasando de la estatal a la privada. Es muy conocido en los estudios de organización industrial que una quiebra no implica necesariamente un cierre sino más bien un cambio de propiedad.
El cambio de propiedad debe hacerse en condiciones competitivas, cuidando que no vaya a suceder lo que pasó con el programa de privatizaciones de Boris Yeltsin en la Rusia poscaída del comunismo, cuando exaparatchiks del régimen comunista se apropiaron de las que fueron empresas públicas y dieron lugar al nacimiento de una poderosa oligarquía.
Hay que estar consciente también de las vulnerabilidades políticas. Regímenes políticos ulteriores pueden emplear como pretexto la desinversión en el sector público para perseguir a los opositores, como los intentos que hizo el MAS con el deplorable informe de 2018 “Neoliberalismo, enajenación de las empresas públicas y recursos naturales de Bolivia, 1985-2005”.
El programa puede ser más importante que el ganador en las elecciones, sin dejar de lado que tiene que tener cualidades mínimas de estadista. Las elecciones peruanas de 1990 son ilustrativas. Las ganó un candidato casi desconocido entonces, Alberto Fujimori, venciendo a un candidato precedido por una gran fama, rodeado de un gran equipo técnico y a quién las encuestas le daban ganador. Fujimori, una vez posesionado, aplicó exitosamente el programa de Vargas Llosa, ilustrando que las buenas ideas son más importantes que el candidato.
Juan Antonio Morales es PhD en economía.