Aunque ya se ha dicho, vale la pena repetirlo. Las marchas y contramarchas, los cada vez más frecuentes discursos dominicales del presidente –el último ya sin tanto efecto– tienen que ver solo con la disputa por la candidatura del MAS para las elecciones de 2025: o Luis Arce o Evo Morales, esa es la cuestión.
El problema es que la “cuestión” nos afecta a todos y por varias razones. Por la más común: el miedo. Todo el mundo estaba con el Jesús en la boca por lo que pasaría con la marcha. Se supone que los “evistas” buscan conseguir algún resultado, porque de otra manera semejante desgaste no habría tenido ningún resultado.
¿Habrá diálogo? ¿Cuáles son los temas que se abordarán en ese espacio? No hay mucho para escoger. Se trata en realidad de una asamblea partidaria, no de un encuentro entre dos bandos completamente distintos. Ambos pertenecen a la misma organización, pero por alguna razón quieren lavar la ropa sucia a la vista y paciencia de todos los vecinos, una impudicia que seguramente tendrá sus efectos sobre el futuro de quien quiera que vaya a ser el elegido de ese proyecto en retroceso.
La gente, sobre todo en La Paz y El Alto, sabe que de las amenazas se pasa rápidamente a las consecuencias. Lo ha experimentado desde 2003 hasta ahora. Unas veces con silbidos de balas y muertes que enviaron a presidentes al exilio y otras a puro dinamitazo que obligaron a otro mandatario a irse a su casa. Pero cada que hay “bullas” –como decían las abuelas persignándose– no faltan los aprovechadores que aumentan los precios de las cosas con el pretexto de que los productos no pueden llegar a La Paz.
La economía paga también los platos rotos y más ahora que la incertidumbre es la sensación compartida por todos. Algunas investigaciones establecen una relación casi automática entre marchas como la de Evo Morales, con la subida del dólar. Algo similar se produce cuando el presidente habla los domingos solo para quejarse por su suerte y no resolver nada.
Y ni qué decir de la imagen que se proyecta del país. Estamos en el mapa de los riesgos, pero no de las oportunidades. Y por eso la inversión extranjera es cada vez menor y las posibilidades de desarrollar sectores como el de la minería y los hidrocarburos se hace una tarea casi imposible. Aunque nos duela y para decirlo rápido, desgraciadamente ya nadie se toma en serio a Bolivia, aunque haya más de 11 millones de personas que levantan la mano para decir aquí estamos.
El MAS nació en medio de protestas. Fueron prolongados los dolores de un parto que comenzó en los cocales del Chapare, donde Morales y algunos ideólogos gestaron el instrumento político. Años de pelea por evitar que los cultivos ilegales de coca fueran erradicados, le dieron el impulso definitivo para transformarse en una alternativa política vinculada a la izquierda tradicional por el vaso comunicante del antiimperialismo y la lucha por la soberanía. Defender la coca de la arremetida de los “gringos” no era una mala inversión a futuro, como quedó más que demostrado.
Y ahora la convulsión parece rodear también el lecho del enfermo. Enfermo de división, corrupción, ineptitud para resolver los problemas, de autoritarismo e intolerancia, de ambición sin freno, el partido de gobierno se revuelve en medio de su agonía a la vista de todo el mundo.
Por ahora, todo se reduce a la disputa por el trono partidario, la pelea por quién será el que ocupe el lugar de la que posiblemente sea la última candidatura de un proyecto que concluye su ciclo como lo comenzó: con violencia. Se comienzan a ir como llegaron.
Hernán Terrazas es periodista.