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El Satélite de la Luna | 15/06/2020

Rigor no rima con urgencia

Francesco Zaratti
Francesco Zaratti

Cuando daba mis primeros pasos como investigador me enamoré del “preprint”.

El preprint es un borrador de artículo científico que circula entre colegas antes de la versión definitiva que, para ser aceptada y publicada en una revista, debe someterse a revisores independientes, calificados y anónimos.

El preprint tiene dos objetivos: afirmar la paternidad de una idea o un resultado, por más toscos que sean, y recibir aportes críticos con el fin de mejorar conceptos y pulir la redacción del artículo, antes de que éste sea “martirizado” por los revisores.

Sin embargo, existe el riesgo de confundir sus conclusiones con un resultado limpio y revisado. En efecto, cuando un preprint se divulga mediáticamente suelen mezclarse el exceso de ambición del investigador y el insuficiente rigor científico de los resultados.

De hecho, eso está sucediendo durante la actual pandemia. A la espera de la ansiada vacuna, el mundo ha estado pendiente de remedios que curen o mitiguen esa enfermedad, de manera más efectiva que los estrafalarios consejos que abundan en el Facebook. Desafortunadamente los anuncios de esas curas de la Covid-19 aparecieron en la prensa y en boca de políticos antes de su publicación en revistas científicas, como debería ser. El respaldo científico estuvo precisamente en preprints y lo que sucedió después fue la lógica consecuencia de dejar de lado los protocolos científicos.

El 19 de marzo me llegó una nota de prensa que promocionaba el fármaco Hidroxicloroquina (HCQ), producido también por Bayer AG, sobre la base de reportes preliminares de efectividad en enfermos de Covid-19. La HCQ es un antimalárico que tiene un amplio espectro antiviral. Con el entusiasmo y el poco rigor de un “político-preprint”, el presidente Donald Trump envió a Brasil dos millones de tabletas de HCQ. En esos mismos días, la prestigiosa revista británica “The Lancet” publicó un artículo que cuestionaba la efectividad y alertaba sobre efectos secundarios de la HCQ. Sin embargo, la base de datos utilizada provenía de una poco conocida empresa (Surgisphere) que aparentemente inventó o alteró maliciosamente los casos clínicos analizados. De hecho, tres de los cuatro autores del artículo ya se han retractado y la WHO/OMS, que considera la HCQ como un fármaco “neutral” ante la Covid19, ha reanudado las pruebas clínicas, suspendidas tras la publicación del artículo de marras.

Con el mismo fin de curar la Covid-19, apareció luego la ivermectina, un antiparasitario usado en veterinaria. El 12 de mayo el Ministerio de Salud de Bolivia autorizó el uso de ese remedio en pacientes de Covid-19 y esa droga empezó a recetarse y usarse, a pesar de la oposición de la Academia Boliviana de Medicina, preocupada por los efectos secundarios de la HCQ. ¿Cuál fue el respaldo científico que llevó a ese Ministerio a permitir su uso en 350 mil pacientes? ¡Ninguno! Excepto un estudio “in vitro” (no en pacientes) de investigadores australianos y un preprint cuyos datos provenían de la cuestionada Surgisphere. Ese preprint fue retirado después de comprobarse que contenía severas fallas, hipotecando así la reputación de sus autores. En fin, la urgencia no avala la automedicación ni la renuncia al rigor.

Fuera del ámbito de la ciencia médica, vemos algo similar en la política del país con unos artículos publicados, con apuro y sin rigor, en la prensa internacional tratando de rebatir infructuosamente el análisis estadístico del Informe de la OEA acerca del descomunal fraude que perpetró el MAS –a todo nivel- en las elecciones generales de octubre. Una vez más, la urgente necesidad de agradar a sus nefastos comitentes trastornó el rigor e hipotecó la pobre reputación de esos académicos.

Francesco Zaratti es físico.

(Esta es una versión revisada y corregida y reemplaza la anterior)



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