En agradecimiento por haber superado un serio problema de salud, visité el Santuario de Lourdes, en el sur de Francia, a los pies de los Pirineos.
Para muchos Lourdes es sinónimo de milagros, que por cierto los hay, pero el lugar ofrece mucho más. La palabra “milagro” (miraculum en latín, algo digno de admiración) invita a “contemplar con asombro”. Sin embargo, su sentido subjetivo es trascendido cuando se trata de curaciones científicamente inexplicables de enfermedades comprobadas y oficialmente reconocidas como sobrenaturales por la Iglesia. En 167 años, desde las apariciones de la Virgen a Bernadette Soubirous el año 1858 en la “Grotte de Massabielle” (“piedra vieja”), la Iglesia ha reconocido solo 72 milagros, la mayoría en las primeras décadas, debido a los criterios cada vez más estrictos de la ciencia moderna.
Por cantidad de peregrinos que recibe anualmente y por relevancia espiritual, Lourdes se cuenta entre los principales destinos de peregrinación cristiana, junto a Jerusalén y Roma.
Una de sus peculiaridades es el signo del agua. El agua de la Gruta, abundante y cristalina, protagoniza la devoción del lugar: los peregrinos se sumergen en las piscinas del santuario; llevan botellas de agua a sus seres queridos enfermos; la usan para refrescarse o purificarse. A diferencia de otros sitios marianos, donde dejó mensajes para la humanidad, en Lourdes la Virgen pidió visitar el lugar y purificarse con su agua.
El acceso a Lourdes, bastante complicado, desincentiva las excursiones de un día: a Lourdes se va para quedarse dos o tres días y participar plenamente en las distintas ceremonias religiosas: misas, rezos y procesiones.
Otro rasgo distintivo es el clima espiritual que impregna cada rincón del lugar. Ya sea en la Gruta, en las misas en diferentes idiomas o en la procesión de antorchas donde miles de devotos suele asistir en orden y recogimiento, se respira paz profunda y un halo de lo sobrenatural.
No todos los “milagros” de Lourdes son curaciones físicas. Con mi esposa experimentamos algunos de esos “otros milagros”. El primero fue la alegría inesperada del reencuentro con mi colega y amigo Gabriel quien vive en Paris con su esposa francesa y se ha destacado en proyectos tecnológicos de importancia mundial en su país de adopción. Es otro doloroso ejemplo de bolivianos brillantes, que regalamos al mundo como si nos sobraran.
Al segundo día, al llegar a la capilla de San Pio X repleta de peregrinos, buscamos un asiento. Sorpresivamente, nos ofrecieron un lugar en un sector reservado, junto a personas que, como yo, sin que ellos supieran, habían superado graves enfermedades, como el cáncer, gracias a excelentes médicos, el amor de la familia y las oraciones de tantos amigos. Estos elementos, aunque no certificados como milagros, transforman vidas e inspiran gratitud.
Finalmente, experimentamos un verdadero milagro, más allá de posibles explicaciones racionales. La primera noche de nuestra estadía, en la procesión de antorchas, junto a miles de peregrinos, caí en la cuenta de que había perdido uno de los audífonos que uso por compensar mi natural pérdida auditiva. Resignado a quedarme con un solo aparato durante el resto del viaje, nunca imaginé que dos días después, al dejar el hotel, mi esposa lo encontrara sobre el mostrador a la entrada. Alguien lo había hallado junto a la puerta del hotel y lo dejó allí esperando que su dueño lo reclamara. Me sentí amado y cuidado, como si el cielo hubiese intervenido.
Al despedirnos de Lourdes, de rodillas en la Gruta, elevamos una oración por Bolivia, para que se sane del tumor del populismo y la pobreza que sigue consumiéndola, confiando en que con el nuevo gobierno se obre ese milagro.
Francesco Zaratti es físico y analista.