Estuve leyendo las memorias de Enrique Gorriarán Merlo (De los Setenta a La Tablada), uno de los líderes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) argentino. Y no sé si sea el mejor regalo prenavideño que pueda hacerles, pero me impresionó la descripción del atentado liderado por Gorriarán Merlo, que le costó la vida al exdictador nicaragüense Anastasio Somoza en Asunción, la capital paraguaya.
El ERP argentino tuvo relación con el ELN boliviano, como parte de la Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR) a la que también pertenecían el MIR de Chile y el MLN (Tupamaros) de Uruguay. Y en pos de transportarlos a una realidad no tan lejana, comparto esas incidencias con ustedes.
La acción tuvo lugar con el argentino Gorriarán Merlo ya como parte del equipo de inteligencia del sandinismo; los argentinos del ERP terminaban influenciando en Centroamérica. Gorriarán Merlo relata que, fuera de la decisión de confiscar todos los bienes de la familia Somoza, se resolvió atentar contra Somoza porque se temía una restauración encabezada por el exdictador.
A fines de 1979 se organizó en Managua un comando de doce personas que entrenaban físicamente y en tareas de conspiración. Siete miembros del comando se trasladaron a Asunción. Allí unos simulaban que estudiaban las raíces indígenas del Paraguay y visitaban bibliotecas. Otro se hacía el gaucho que buscaba empleo para casarse con su novia paraguaya que vivía en la Argentina. Esto por la exigencia paterna y patriarcal de que, si el argentino no iba a vivir a Asunción con un empleo formal, no se casaría con la hija. Esta simulación resultó ser muy popular para la mentalidad paraguaya de la época. Les tomó meses ubicar físicamente a Somoza, hasta que un día, por casualidad, uno de ellos se cruzó con un Mercedes Benz en el que iba Somoza.
En un camuflaje típico, uno de ellos le propuso que entraran en sociedad al periodiquero -el que vendía poco porque había otro al frente que vendía más- de una esquina cercana a la vivienda de Somoza. Y ahí, en el barrio más lujoso de Asunción, una parte del comando alquiló una casa, bajo el argumento de que allí viviría Julio Iglesias. Un grupo hizo de decoradores, para dejar la casa al supuesto gusto del cantante y permanecer allí con la mujer que había firmado el contrato.
Para que vean lo libre que circulaban las armas, el comando contaba con dos ametralladoras Ingam, un fusil M16, dos pistolas y una bazuca RPG2, “que era de origen chino y se compraba fácilmente en el mercado internacional; después de la guerra del Vietnam se encontraba en América Latina sin mayores problemas”.
El comando vio que Somoza usaba dos vehículos, uno blindado. La bazuca era eficaz contra ambos. Cuando ya tenían decidido llevar a cabo la operación, Somoza desapareció por casi veinte días, lo que les hizo sospechar que algo había ocurrido. Pero resulta que Somoza se había ido al campo, donde compró unas tierras. Y, mientras, dos personas tocaron el timbre de la casa destinada supuestamente a Julio Iglesias: un vecino, curioso de si realmente el cantante viviría allí y otro, preguntando si la casa estaba disponible para arrendar. La seguridad paraguaya no estaba ni cerca.
Hasta que un día, a las 10 de la mañana, se dio inicio a la acción armada. El falso periodiquero anunció que venía el auto “blanco-blanco”. Se paró el tráfico, pero la bazuca se trabó y Santiago, el encargado, tuvo que cambiar el cohete. Gorriarán Merlo se batió en un cruce de ametralladoras con la seguridad de Somoza, reparando en que este no iba adelante en el auto, como era su costumbre, sino detrás, acompañado por un financista colombiano (después supieron) “que quién sabe quién sería porque ni siquiera se quejaron por él”. Santiago finalmente cambió el cohete de la bazuca y disparó sobre el vehículo. “El cohete aniquiló el auto”. Así murió el exdictador Anastasio Somoza el 17 de septiembre de 1980. Eran años de plomo en América Latina. Ahora en Nicaragua también hay dictadores, pero del plomo no se sabe nada aún.
Gonzalo Mendieta Romero