A mi papá, José Luis, que le arrebataron la vida el 15 de enero de 1981
Creo que fue hace tres décadas. Llegué de México luego de concluir mis estudios de licenciatura, sediento de Bolivia y sus misterios. Mi amigo Luis Revilla, entonces estudiante de derecho, con quien compartimos múltiples batallas y que luego devino en alcalde de La Paz, me comentó que conocía a Raquel Gutiérrez, que estaba presa en el Centro de Orientación Femenina de Obrajes (COF). Unos años antes, cuando todavía vivía en México, había escuchado de ellos –Raquel y su esposo recluido en Chonchocoro, Álvaro García Linera– e incluso escribí una carta al periódico La Jornada protestando contra su detención. Luis me dijo si quería conocerla, por supuesto acepté encantado.
Fui a visitarla y lo primero que se nos ocurrió, siguiendo experiencias similares de mis años de estudiante, fue crear un grupo de estudio. La primera lectura no podía ser más elocuente: La pasión de Michel Foucault, de James Miller. Lo devoramos en pocas semanas, discutiendo en el comedor común entre jugos de frutas, olores de comidas y personas que jugaban cartas. Inigualable homenaje al pensador francés. Se acabó el libro más rápido de lo esperado, no así la amistad que se prolongó por varios años.
Traigo aquel distante episodio porque hace unos días volví a visitar el COF. Cuando vi en la página de Facebook que el escritor Daniel Averanga estaba impulsando un club de lectura ahí, le escribí pidiéndole si podía participar, pues próximamente visitaría La Paz. Fue un momento especial. Llegué acompañado de mi madre y mi tío. Luego de pasar por los protocolos de seguridad, entramos a una sala pequeña con ventanas cubiertas. Acomodamos las sillas de plástico en círculo, las amables receptoras empezaron la sesión, primero con unas 10 mujeres que en el transcurso del intercambio terminaron siendo más de 30, llenando la sala en todos sus rincones.
La primera instrucción fue clara y detonadora: preséntate, me pidió la organizadora. Y todo empezó a fluir. Conté cómo inicié mi relación con las letras, los momentos importantes, las emociones, parte de lo que expuse en mi discurso de ingreso a la Academia Boliviana de la Lengua. Todavía con interés, las reclusas continuaron con sus agudas interrogantes. ¿Por qué estudiaste sociología? ¿Por qué te fuiste de Bolivia? ¿Qué libros te han gustado más?
Yo respondía mirando sus ojos vibrantes y sus manos tejedoras que no detenían su labor mientras escuchaban mi parlamento. Luego les leí extractos de mi texto “Sueño ligero, memoria de la vida cotidiana”, publicado en el 2012 (Ed. Gente Común, disponible en www.hugojosesuarez.com). Recorrí por varios capítulos: El peluquero de mi abuelo, Fidelia, La mudanza, Propio y ajeno. Al terminar cada lectura me llegaban los aplausos y surgían nuevas interrogantes.
Pasó como hora y media entre intercambios y palabras hasta llegar al final. Muchas se me acercaron, les di mis datos para seguir en contacto. Las organizadoras me regalaron una chalina tejida por ellas con la bandera boliviana en los bordes y me dieron una constancia de participación. Fue una tarde fabulosa. No hay mayor gozo para alguien que escribe que tener un público que disfrute de sus letras.Prometí volver. Lo haré.
Hugo José Suárez, investigador de la UNAM, es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.