Como suele suceder, me entero con retraso de la muerte de un amigo de otras latitudes. Se ha ido, el 5 de febrero de este año, Jimi Solanke, actor y director de teatro de Nigeria, con quien forjé una entrañable amistad durante mis cuatro años de trabajo en su país, a principios de la década de 1990, y con el que mantuve contacto esporádico hasta hace aproximadamente un año.
Jimi tenía ya 81 años, que en Nigeria no es poco porque la esperanza de vida está ubicada dos décadas más abajo. Con un vozarrón impresionante, era una fuerza vital tanto sobre el escenario como en el trato cotidiano. Una amplia sonrisa y una carcajada sonora lo caracterizaban, así como su estatura y su porte erguido, que destacaban aún más con la amplia colección de agbada que solía lucir, la ropa tradicional yoruba que incluye cuatro piezas: sokoto (pantalón), awotele (una suerte de chaleco), ambos cubiertos por la brillosa tela del awosoke, de amplias mangas y una fila (gorra). Menciono el detalle porque el conjunto de la vestimenta lo mostraba majestuoso y exuberante, como si fuera un “oba” (dignatario yoruba).
Con Jimi desarrollamos un hermoso proyecto de teatro popular mientras trabajé como director de comunicación e información en Unicef Nigeria. Consistía en formar pequeños grupos de teatro comunitario, con jóvenes de las provincias más remotas (Local Government Authority), y crear obras dramáticas de fácil representación sobre los diez temas de salud más apremiantes, para presentarlas en comunidades donde no llegaba ni la radio ni la televisión (en esa época no había internet ni celulares). Las obras que escribió y dirigió Jimi estaban basadas en los capítulos de Facts for Life (Para la vida, en castellano), obra emblemática publicada en varios centenares de idiomas conjuntamente por la Organización Mundial de la Salud, Unesco y Unicef (alianza inédita hasta entonces), y que en Nigeria pude editar en 1991 en los cuatro idiomas locales más importantes: yoruba, igbo, hausa y pidgin English.
La experiencia del teatro popular fue maravillosa, con más de 40 grupos locales formados por Jimi Solanke, que representaban las obras en giras por las zonas lingüísticas pertinentes, actuando siempre en el centro de las aldeas e incorporando a los aldeanos en las representaciones que solían terminar con la algarabía de canciones y bailes. La gente disfrutaba tanto las obras, que al concluir bailaban con los actores y pegaban sobre sus frentes billetes de 20 Nairas. Las piezas de teatro transmitían con humor mensajes básicos sobre el espaciamiento de nacimientos, la maternidad sin riesgos, lactancia materna, desarrollo infantil, inmunización, diarrea, tos y catarros, higiene doméstica, paludismo y SIDA. En las ediciones nigerianas añadimos un capítulo sobre el gusano de Guinea, que era endémico en el país.
Todo esto lo recogí en un libro titulado Popular Theatre (1994) que no se ha publicado en castellano, del que me siento orgulloso porque a la vez de ser una aproximación al teatro popular, es un manual para formar nuevos grupos de teatro comunitario. La experiencia fue además reseñada por mi amiga Lynn Geldof (hermana del músico irlandés Bob Geldof) en su libro Community Empowerment (1994).
A lo largo de ese proceso de trabajo innovador de comunicación comunitaria, Jimi Solanke fue un estupendo cómplice y amigo. Con él viajábamos a las comunidades más remotas de Nigeria para apoyar el trabajo en prevención y salud, lo que además me permitía huir de la burocracia de mi oficina en Lagos. Nigeria era un país muy difícil (a mi predecesor lo habían evacuado con crisis nerviosa al poco tiempo de su llegada), pero iniciativas como ésta y otras que desplegué con ONG nigerianas y en talleres de desarrollo participativo en coordinación con los gobiernos locales, justificaron las úlceras que me aquejaron durante cuatro años.
La fuerza de Jimi Solanke nos arrastraba a todos con su entusiasmo indoblegable, su creatividad y su humor inagotable. Cariñosamente era conocido como el “tío Jimi” o como “Baba Agba” (abuelo), aunque su esposa Margaret, con la que estuvo casado 40 años, lo llamaba “Jimi show” por su permanente temperamento histriónico.
Hay temas más cercanos y coyunturas más importantes. Probablemente la muerte de este artista nigeriano no signifique nada para Bolivia. Quizás yo sea el único en este país que lo haya conocido y lo recuerde con cariño. Al fin y al cabo, vivimos muy encerrados sobre nosotros mismos, aquí y allá y en todas partes. Esto me lleva a pensar en las cicatrices que separan países y continentes, creando a veces distancias mayores que las geográficas. Qué bueno sería que la cultura pudiera anular esas distancias y que un artista boliviano en Nigeria fuera tan apreciado como uno nigeriano en Bolivia. Pero no es así en este pequeño planeta fragmentado por intereses políticos y herido por absurdas fronteras.
Jimi era también compositor y cantante. Grabó varios discos con composiciones propias. Atesoro uno de ellos que ahora estoy escuchando para recordarlo mejor.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta