Brújula Digital le abre las puertas desde hoy al destacado analista y experto en temas indígenas, Pedro Portugal. Sus textos sin duda serán un aporte para el debate académico e intelectual del país.
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A partir del 2005 el país experimentó una inusitada fiebre política por lo indígena. Moda huérfana de asidero histórico, pero sostenida por el predicamento y soporte de organismos internacionales y ONG, con la empalagosa ideología del momento, el culturalismo posmoderno, menjunje hábilmente manipulado por escasos, aunque diestros y poco escrupulosos operadores.
Y es que no puede haber idea política vigente sin un cuerpo orgánico y político. Y las organizaciones que dieron la tónica contemporánea a lo indígena, el indianismo y el katarismo, ya en las postrimerías del siglo XX habían desaparecido del panorama político, victimas del esfuerzo combinado del asedio criollo y de sus propias insuficiencias.
Sobrevivió un caudillo: el Mallku Felipe Quispe Huanca, quien marcó el protagonismo indígena contemporáneo. En 1998 fue elegido secretario ejecutivo de la CSUTCB, mutando la obsecuencia servil de esa organización en fuerte y rebelde protagonista del cambio social en Bolivia. El papel de la CSUTCB tuvo en vilo a diversos gobernantes: Banzer, Sánchez de Lozada, Carlos Mesa. En 2003 el Mallku jugó papel importante en la Guerra del Gas, que concluyó con la salida de Gonzalo Sánchez de Lozada del poder. En 2020 ganó nueva notoriedad al propiciar la resistencia al intento del gobierno transitorio de Jeanine Añez por dilatar su permanencia en el gobierno.
Pero ya para entonces Evo Morales y el MAS habían opacado la proyección del Mallku, quien pagó caro haberse ensoberbecido en dos aspectos vitales: la relación con corrientes internacionales y la sincronía con las fuerzas políticas del hasta entonces hegemónico mundo criollo.
En tanto, la percepción internacional (de la cual es dependiente hasta límites desatinados del mundo criollo en Bolivia) sobre lo indio, había cambiado: Para los sectores conservadores era la referencia hacia la conservación de la naturaleza y la armonía universal; para la izquierda, la figura de reemplazo del mal parado proletario, luego de la caída del muro de Berlín. En el terreno de cultivo de una intelectualidad criolla hegemónica altamente dependiente de los dictados ideológicos de Occidente, un indio nuevo, artificial y fabuloso, surgió entonces. El MAS y Evo Morales se aprovecharon de ello.
Había que tener, sin embargo, por lo menos una referencia para sostener lo espurio de ese edificio. El gobierno del MAS utilizo en esa sazón la figura y las obras de Fausto Reinaga.
Sin embargo, pese a lo importante que es la producción de ese intelectual indígena, no es relevante para la construcción de ideas y prácticas políticas, emprendimiento en el que, por el contrario, si lo es las de su hijo, Ramiro Reynaga (Wankar).
En una obra poco difundida, publicada el año 1972 -ideología y raza en América Latina-, Wankar argumenta que para el éxito del “foquismo” (que era la tendencia dominante entonces en la izquierda latinoamericana) el indio debe participar de manera plena en la ejecución, organización y dirección de la tendencia guerrillera en el continente. “El indio fue el gran ausente de las estrategias republicanas y hoy puede ser el ausente de la estrategia marxista”, escribía entonces.
No argüimos la corrección o no de las tesis guerrilleristas. El mismo Wankar las abandono después así como cualquier esperanza en el análisis marxista. Lo que expongo es cómo el indianismo tomaba posición ante los hechos concretos del momento.
Para Wankar, como para los indianistas y kataristas de entonces, el objetivo político era la viabilidad de la nación y veían en el racismo y la opresión del indio el principal escollo para ese empeño. La discusión era como construir Nación, no divagar sobre supuestos plurinacionales, como es la moda hoy día. Para Ramiro, siguiendo su razonamiento de entonces: “El germen de la nación es el propósito de autoafirmación (…), el germen de nación es el propósito de autoafirmación como instrumento de justicia, la búsqueda desesperada de una personalidad capaz de salvar a un grupo del naufragio en las aguas cosmopolitas de la aculturación blancoide, es la búsqueda racial de identidad”.
Pero quizás lo más emblemático del pensamiento de entonces de Wankar se refiere a la identidad cultural. En esa época no existía el dislate pachamamista. No se utilizaba ese término porque no se daba el abuso ni la utilización abusiva del concepto de Pachamama.
Lo que más se acercaba al pachamamismo entonces era el indigenismo. Ramiro dirá: “El único indigenismo conocido en el continente es el de salón, de blancos para blancos. Indigenismo sin indios que vive en personas o grupos reducidos amantes del folklore de la raza, de su ropa, música, cultura, etc. También suele aparecer como adhesión puramente sentimental o intelectual a los derechos del indio. Es simpatía, no alianza ni compromiso”.
La Pachamama es un concepto al cual indianistas y kataristas se acercaban con respeto, justamente por sus implicaciones espirituales y filosóficas. No era el pretexto para adoptar postulados arcaicos como respuesta a desafíos nuevos. Ramiro Reynaga dictamina en ese libro: “Solo es lícito hablar del pasado como un medio de abrir el futuro mediante la acción actual (…). Hay quien dice: ‘Desenajenarnos es abrazar de lleno nuestro pasado’. El error se justifica quizás por el afán de edificar nuestra identidad, pero, en realidad, desajenarnos es abrazar de lleno nuestro presente, nuestro ambiente que nos crea, y como parte de él, las porciones de pasado que perviven, asumiendo que la causa del indio es tan justa que no necesita nada que no sea suyo ni verdadero. Y la identidad hay que buscarla en la realidad, en lo actual, no en lo que fue, mucho menos en lo que hubiéramos querido que fuera”.