Estar en cuarentena, observar la campaña electoral y ser
seguidor de las redes sociales es una mezcla explosiva, que nos está
convirtiendo en ciclotímicos, Así, podemos pasar de un optimismo desbordante a
un pesimismo lindante con depresión en cuestión de horas, y eso, en definitiva,
no nos hace bien. Es que aumentan las reacciones agresivas y la susceptibilidad
nos lleva a confundir con demasiada facilidad los árboles y el bosque.
Además, aparecen algunos síntomas preocupantes en varios sectores de clases medias, que son los que más utilizan las redes sociales, incluyendo el WhatsApp. De acuerdo a los mensajes y comentarios que emiten se puede observar una creciente tendencia al autoritarismo, que contiene mucho de racismo, machismo y otros ismos e… ignorancia. Además, tienen como base de sus mensajes el insulto a quienes no piensan en forma similar y muestran incapacidad para sostener un diálogo con argumentos. Un ejemplo de esa actitud es la agresiva campaña en contra de los vocales del Tribunal Supremo Electoral (TSE), particularmente de su presidente, porque, en definitiva, no actúan como ellos desearan.
Así, surge la hipótesis de que esos sectores, que efectivamente se movilizaron en contra del MAS, no lo hacían tanto por la recuperación de la institucionalidad democrática, sino porque eran el MAS y su gente la que estaba en el poder y no sus propios representantes. Sólo así se explica que no tengan empacho en que se utilice los mismos instrumentos que usó el MAS contra sus opositores y disidentes, pero ahora contra ese partido y sus líderes y seguidores.
Esta visión se traslada también a la vida cotidiana. La imagen de un efectivo de las Fuerzas Armadas propinando una paliza a un presunto ladrón ya reducido ha provocado, en las redes sociales, apoyo al abusador y rechazo a comentarios que condenaban el abuso.
Sin embargo, debo insistir en que estas observaciones nacen del seguimiento a las redes sociales. Felizmente, la realidad es más que la que éstas recrean. Incluso algunas encuestas que se han difundido y que han sido elaboradas por empresas debidamente autorizadas por el Órgano Electoral Plurinacio0nal (OEP) --por más desconfianza que éstas me provocan-- muestran que pese a los problemas la mayoría de la ciudadanía, primero, quiere que se realicen elecciones generales, cuidando sí la salud de la gente. Segundo, que se confirma la presencia de tres corrientes político ideológicas en el escenario electoral. Una, populista autoritaria, que representa el MAS. Otra de centro, Comunidad Ciudadana. Y la derecha boliviana, que vive una profunda crisis y no logra articular una propuesta unitaria.
Con esos antecedentes, me animo a afirmar que la mayoría ciudadana quisiera que como resultado de las elecciones se conforme un gobierno estable, con capacidad de aplicar democráticamente su autoridad, recupere la institucionalidad democrática, enfrente la crisis económica que se avecina y luche de verdad contra la corrupción. En este último caso, algunos analistas sostienen que a la ciudadanía no le importa mucho este tema. Sin embargo, me parece que lo que la gente no cree es que se combatirá a la corrupción, particularmente si quien es corrupto está alineado con el gobierno en funciones. Pero, si se lo hiciera, se alinearía tras esta lucha.
Está claro que los desafíos que el futuro gobierno tendrá son mucho más y tendrá que lidiar con una población sin mayor esperanza en el futuro y con sectores empoderados que consideran que lo que les interesa debe imponerse sobre el resto de la población, y no tienen más paciencia.
Parecería, pues, que estamos en un escenario bastante parecido al que se vivió en el país en 1985, cuando ya recuperado el sistema democrático debimos enfrentar una profunda crisis económica, con la diferencia, sin minimizar de ninguna manera su importancia humana, de que esta vez el coronavirus puede servir, como entonces lo hizo la hiperinflación, como el factor que permitió enfrentar las adversidades y abrir una nueva época que se prolongó hasta el 2003.
Juan Cristóbal Soruco es periodista.