La
ciencia ha acuñado la expresión tipping points (puntos de no retorno o
de inflexión) para señalar situaciones críticas que cambian una tendencia. Por
ejemplo, todos los sistemas tienen un grado de resistencia a una deformación, después
de la cual suelen volver a su estado o tendencia inicial. En realidad, un
elástico es tal si se lo estira “un poco”, pero se rompe si se lo estira “mucho”,
o sea más allá de su punto de ruptura.
La física que se enseña en colegios y universidades versa sobre sistemas lineales, fuerzas débiles y oscilaciones pequeñas. Solo recientemente la ciencia, que consiste en problemas por resolver antes que en disciplinas por estudiar (Karl Popper dixit), encaró el estudio de los problemas complejos, relacionados con la biología, los fluidos y el clima, con nuevas herramientas matemáticas.
Un típico punto de no retorno es el derretimiento de los glaciares tropicales. Durante milenios el hielo de nuestros Andes se derretía con el calor de la primavera, pero se regeneraba con las lluvias del verano, hasta que, por los cambios del clima y la intervención humana, ese ciclo se alteró más allá de toda posibilidad de recuperación y se llevó la pista de esquí más alta del mundo.
En otros campos, el año 2020 representa un punto de inflexión para el estilo de vida moderno: un microscópico virus ha desmoronado la “superestructura” de la globalización, dejando al desnudo la “estructura” de la condición humana. Nada será como antes: educación, afectos, trabajo, fiestas, ni religión.
Dicen que el tipping point del comunismo no ha sido la caída del muro de Berlín (1989), sino su construcción (1961) para evitar que los berlineses se escaparan del paraíso soviético. Con el mismo argumento se podría afirmar que la caída del “evismo” no fue el día de su renuncia, sino el 21F de tres años antes. Puede pasar mucho tiempo entre la aparición del punto de no retorno y el colapso del sistema, pero la tendencia es irreversible y la anterior “normalidad” jamás regresará.
El ciclo del gas en Bolivia, al igual que los de la plata y del estaño, tuvo su tipping point el año 2013, cuando se optimizó la monetización de las reservas de gas heredadas de los gobiernos neoliberales y se desvirtuó la industrialización del gas con proyectos “faraónicos”. Cada día que pasa se confirma la declinación de ese ciclo, sin que se manifieste preocupación alguna por encarar su sustitución (la transición energética). El gobierno actual, condicionado por los errores (técnicos y económicos) de los 14 años, tampoco logra librarse de las mañas de exagerar descubrimientos que, sin revertir la tendencia, solo prolongan la agonía y ofuscan la realidad. ¿Cuándo se dejará de mirar al pasado, para no actuar en el presente y olvidar el futuro?
El turismo masivo es un invento moderno. Millones de personas, en su mayoría jóvenes y jubilados, han estado ahorrando dinero y planificando viajes para visitar lugares exóticos, gracias a la rapidez y comodidad del transporte aéreo y a la infraestructura de acogida de los países privilegiados por el arte, la cultura o la naturaleza. Este año hemos descubierto que podemos visitar en detalle cualquier patrimonio de la humanidad cómodamente sentados en nuestros sillones, pagando una módica suscripción a canales de entretenimiento, en contraste con las dificultades económicas y sanitarias de desplazarse de un país a otro.
Incluso la Navidad parece haber llegado a su punto de no retorno, en lo referente a la parafernalia comercial. ¿Será ese uno de los pocos regalos que nos dejará el “año del virus”?
No obstante, amados lectores, nunca habrá punto de inflexión en mis deseos de que en el 2021 logren alcanzar todo el bien que les hace falta.
Francesco Zaratti es físico.