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Oveja Negra | 10/09/2025

Lara, loro, lari…

Eduardo Leaño
Eduardo Leaño

En el arranque del balotaje, el PDC parece decidido a ofrecernos una lección de navegación política digna de manual: cómo pasar de proyectar renovación y modernidad a encallar en la descoordinación y las contradicciones internas.

El artífice de esta inesperada travesía es Edman Lara, candidato a la Vicepresidencia, cuyas declaraciones desafortunadas las repite como loro (sin entender su significado) y las sostiene con artimañas que harían sonrojar a un lari (mentiroso) profesional; tiene el extraño talento de transformar cada mensaje en un auténtico tsunami de confusión. Lejos de consolidar la estrategia diseñada por Rodrigo Paz, el excapitán Lara parece haber confundido el timón con un remo.

En el mar agitado del balotaje, las promesas inverosímiles y las justificaciones improvisadas se convierten en el motor de un naufragio anunciado. Los consejos de Edman Lara parecen escritos en un manual de su pervivencia, pero al revés.

En plena tormenta económica lanza como salvavidas la promesa de un bono dignidad de 2.000 bolivianos y un salario universal para las mujeres. A ello suma la idea de abrir de par en par las puertas de universidades, el Colegio Militar y la Academia de Policía a cualquier joven que haya cumplido con el Servicio Militar, como si la formación profesional fuese una rifa de cuartel.

No contento con eso dispara contra los medios de comunicación y, en un exceso de sinceridad, amenaza incluso a su propio compañero de fórmula con la cárcel si llegara a caer en actos de corrupción.

Con cada ocurrencia de Lara, el guion que Rodrigo Paz había trazado con tinta de precisión se arruga y se enreda, como un mapa arruinado bajo la lluvia de la improvisación. Con cada intervención inesperada, el liderazgo de Paz se ve obligado a reescribir mensajes, a reacomodar discursos, a reajustar comunicados, a recomponer la narrativa que parecía firme.

Con cada escándalo mediático, la campaña se tambalea como un barco a la deriva en medio de la tormenta electoral, y el desembarque desplaza la atención de la ciudadanía: no se detiene en la claridad de las propuestas, ni en la coherencia de un proyecto político; sino en la marejada de contradicciones internas en que navega el PDC, en la confusión que se multiplica, en la descoordinación que se contagia.

Cada error de Lara es una ola que golpea el casco de la campaña electoral. Cada palabra desafortunada es viento que desbarata las velas de la estrategia, y cada justificativo realizado de manera improvisada amenaza con hundir su frágil navío.

Cuando Lara intenta justificar sus declaraciones más polémicas, rara vez logra claridad. Para los votantes no son rectificaciones, sino certificados de improvisación con membrete oficial. Cada intento de reparación opera como un eco: multiplica la confusión, extiende la duda y, en lugar de apagar la tormenta, sopla con esmero sobre las velas del desconcierto en su propia organización.

Así, el excapitán, convencido de que navega hacia la credibilidad, parece empeñado en cartografiar la ruta más corta al ridículo político.

El comportamiento de Lara no se queda confinado a su propia figura; se extiende y distorsiona la imagen de Rodrigo Paz y del PDC. Los electores evalúan la coherencia, la unidad y la disciplina de todo el equipo político. Cada señal de descoordinación o contradicción interna se percibe como un síntoma de liderazgo débil y de falta de control.

De este modo, el denominado “estigma por asociación” convierte los errores de Lara en un riesgo que atraviesa toda la estructura del partido: incluso los mensajes más positivos sobre renovación y modernización quedan atenuados, como un faro opacado por nubes de incertidumbre, dejando al electorado con una sensación de inseguridad respecto a la credibilidad y solidez del PDC.

En efecto, la Alianza Libre tiene la oportunidad de sacar provecho del desajuste interno del PDC. Cada tropiezo de Lara se convierte en una sombra que oscurece los esfuerzos de coherencia del equipo; mientras que la figura de Quiroga se erige como un faro de estabilidad y experiencia.

Este contraste entre caos y orden permite a Libre fortalecer su narrativa: frente al oleaje de descoordinación y contradicciones internas del PDC, se presenta como la orilla firme donde la ciudadanía puede encontrar seguridad, consistencia y un rumbo claro.

Por su parte, el PDC se enfrenta a un desafío digno de malabarista: intentar presentar a Lara como un actor menor, restando importancia a sus ocurrencias. Sin embargo, este acto de equilibrio es más delicado que caminar sobre una cuerda floja: cualquier intento de minimizar sus declaraciones corre el riesgo de reforzar la idea negativa de “irresponsabilidad política”.

Al fin y al cabo, la ciudadanía no es precisamente ingenua; percibir que el partido tolera o maquilla conductas polémicas puede generar más desconfianza que soluciones, convirtiendo la estrategia en un arma de doble filo. Los votantes no solo leen programas y propuestas: leen coherencia, leen unidad, leen disciplina.

Una campaña fragmentada o con mensajes contradictorios se convierte en un espejo que refleja desorden, y ese reflejo puede empujar al electorado hacia la opción percibida como más estable y confiable. En este escenario, la ciudadanía funciona como un crítico implacable: la consistencia narrativa no es un detalle menor, sino un factor tan determinante como las propias ideas políticas.

De este modo, el tablero electoral se inclina a favor de Libre si logra instalar en la opinión pública la idea de que “el PDC naufraga en el caos y la inmadurez, cortesía de Lara”.

Esta narrativa funciona como un faro que atrae a los votantes que buscan estabilidad, orden y un timón firme, consolidando la imagen de Libre como puerto seguro en medio de la tormenta política.

La metáfora del barco en tempestad se materializa: los sectores urbanos, los medios de comunicación y los electores indecisos, atentos a la coherencia y la confianza en el liderazgo, podrían navegar hacia la campaña de Quiroga, interpretando la consistencia como brújula y la descoordinación del PDC como un riesgo a evitar. En otras palabras, el caos ajeno se transforma en capital propio, y la narrativa de orden se convierte en la vela que impulsa la adhesión ciudadana.

Por otro lado, si el PDC logra relegar a Lara al papel de “actor secundario” y centra la campaña en Rodrigo Paz tiene la oportunidad de rescatar el relato de renovación generacional, preservando su atractivo ante jóvenes y sectores que buscan un soplo de cambio.

No obstante, este rescate exige rapidez quirúrgica, disciplina narrativa y un control mediático casi militar, porque cualquier descoordinación que se filtre corre el riesgo de solidificarse en la mente del electorado. En otras palabras, el verdadero enemigo del PDC no es tanto la estrategia de Libre como la torpeza propia: cada desliz de Lara no solo amplifica los aspectos negativos existentes, sino que amenaza con convertir la campaña en un ejemplo de “la nueva política hecha trizas”, donde el caos interno se exhibe más que las propuestas de renovación.

Así, el inicio del balotaje en nuestro país nos deja la siguiente lección: tener un timón firme no basta si la tripulación rema en direcciones distintas. Cada declaración desafortunada convierte al PDC en un barco que danza entre olas de incoherencia; mientras LIBRE aparece como un faro de orden, aprovechando el naufragio ajeno.

Eduardo Leaño es sociólogo.



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