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Ojo en tinta | 01/07/2025

Para cerrar una grieta (política) hay que dejar de cavarla

Javier Medrano
Javier Medrano

Un juicio de sentido común es reconocer que la polarización solo paraliza. Destruye puentes, mina caminos, aleja visiones compartidas. Tan simple y tan complejo al mismo tiempo. Por eso, para cerrar una brecha –en nuestro caso político y social– debemos dejar de cavar el pozo.

Cuanto más poder se reclama, mayor es la responsabilidad de cerrar esa grieta. Gobernar, evidentemente, no es dividir mejor, sino unir fuerzas, porque la polarización paraliza. Quema puentes. Mina caminos. Destruye voluntades. Es lo más simple.

Construir, en cambio, amerita esfuerzo, voluntad, dedicación, principios, valores. Responde a una visión de bienestar social en comunidad, y no solo de un sector o gremio.

La normalización de la mentira, la colonización partidaria de las instituciones, la erosión profunda de los contrapesos y el ataque furibundo a los políticos contrarios y a los medios de comunicación fueron los principales rasgos de esa arbitrariedad que, durante más de 20 años, encabezó el masismo con desidia y asco contra los bolivianos legales, en favor de una recua de paniaguados.

Las intrigas hacia los empresarios, las frases envenenadas hacia los opositores y las puñaladas por la espalda a sus propios correligionarios fueron la lógica de estos gobernantes que, durante más de dos décadas, provocaron el estropicio de todo un país. Lo más patético de todo es que, entre ellos, se devoran, se escupen y se vomitan, en una especie de regurgitación constante.

Podríamos sostener también —en beneficio de propios y extraños— que el ejercicio de la política en Bolivia es, en términos generales, una especie de batalla de egos entre personas maleducadas, torpes y bastante ignorantes. Por eso, quizás, en nuestro lodazal criollo, el cinismo es un artilugio de uso cotidiano que adquiere su plena eficacia si puede apoyarse, además, en una bisagra: el odio y la violencia hacia el contrario.

Cabe preguntarse, por lo mismo, si el linchamiento debería caber en nuestra democracia; o si existe todavía un resquicio de madurez institucional que lidere procesos y juicios de responsabilidad política, legales y con la debida defensa, que sienten un precedente en el país para que nunca más una gavilla de insensatos vuelva a encumbrarse en el poder.

Estoy convencido de que el burdo espectáculo de políticos despellejándose en las televisoras y redes sociales resulta chocante, y hasta pornográfico, para todos. Las manías personales y los rencores, la mezquindad y la doblez ya tienen hasta el jopo a más de un boliviano que se rompe el lomo trabajando todos los días.

No pasa un día sin que, en este país de Robespierre a la boliviana, todos los políticos dizque revolucionarios –porque ninguno se arremangó jamás las mangas– se guillotinen unos a otros. Las filias y las fobias ocupan el vacío de la madurez política.

Quizás por eso tenemos al frente a candidatos liliputienses, petisos que no dan la talla. Gente ensimismada en su ombliguismo, que está más a la altura de un grupo pandillero, movido por los instintos más bajos –como el desprecio, el rencor y el odio–antes que por una altura de miras.

Sin duda alguna, jugar sucio –en el corto plazo– ayuda a conquistar el poder, pero cuidado: el canibalismo acelera la muerte de los propios liderazgos e, incluso, de los propios partidarios. El odio es el combustible que propulsa a un candidato al poder, pero también es la gasolina que prende fácilmente las antorchas de la destrucción.



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