¿Qué es una deepfake? En términos técnicos es un video, imagen o audio que imita –casi perfectamente– la apariencia y el sonido de una persona real con una precisión asombrosa. Es usualmente generado por medio de la mentada Inteligencia Artificial (IA). Esta tecnología, utilizada de mala manera puede acarrear gravísimas consecuencias para la democracia, para las elecciones del 17 de agosto. Es una amenaza concreta y muy peligrosa contra la confianza social de los bolivianos.
Desgranar esta compleja definición, que connota tanta negatividad, también debe ser vista bajo el prisma de las compañías de ciberseguridad que advierten –reiteradamente y casi al unísono– que esta tecnología es capaz de engañar métodos de autenticación biométrica, crear perfiles falsos y hasta montar acciones humanas atribuidas a ciertos personajes (públicos, políticos, empresarios o de la farándula) completamente reñidos con la verdad.
Es más, ¿se ha preguntado cuántos de nuestros políticos habrán construido sus discursos y narrativa con el ChatGPT?
Ante esta nueva realidad, cómo podría el Órgano Electoral, principal arbitro de la transparencia y de la legalidad de este proceso electivo, adoptar medidas de prevención que eviten estas campañas sucias creadas por IA para la creación y difusión de videos falsos que confundan a la población. Nadie está libre de ser víctima de estas acciones truculentas.
¿Qué escudos, filtros, firewalls o resguardos mínimos tiene a su alcance el Tribunal Electoral para la protección del Estado de derecho? Parecería que ninguno. Y no es por culpa expresa de dicha institución, sino porque la legislación siempre acompaña tarde, o muy tarde, a la brutal ola de innovación tecnológica en el mundo entero.
Entonces, como elector, ¿qué nos queda? Darnos el tiempo de validar al interior de nuestras comunidades si tal o cual información es falsa o si dicho video es trucado. Es mejor informarnos siempre a través de los medios de comunicación, que hoy son los grandes validadores de noticias, más que generadores de éstas.
Esta creación de los llamados “datos sintéticos” tuvo su auge con los videos que muestran al Papa Francisco vestido con camperas blancas, de una marca de alta gama que literalmente inundó las redes sociales, confundiendo a más de una persona. Luego aparecieron una sarta de videos falsos de Trump vestido como pontífice. Recientemente, él mismo publicó un video donde se lo ve sentado en el salón oval disfrutando de un falso arresto del expresidente Barack Obama. Todo un teatro burdo y manipulado por un presidente. Completamente irrisorio.
Las deepfakes ya impactaron cerrilmente en distintos procesos electorales. El más emblemático, quizás, fue el estadounidense (2024), donde se marcó un punto de inflexión, en especial para los propios medios de comunicación –otrora imperios–, que coincidieron en señalar que habían perdido la batalla por “marcar la agenda informativa” con las plataformas digitales, que durante todo el proceso norteamericano dejaron a los medios tradicionales en un sitial de “irrelevancia”.
Los otros países que fueron víctima de la IA, Eslovaquia (2023) e India (2023), el factor en común fue el descaro brutal en el uso de estas distorsiones digitales, para engañar de cientos de miles de ciudadanos a tiempo de votar por uno u otro candidato.
El escándalo de las deepfakes también llegó a nuestro vecindario cuando en Argentina, en las últimas elecciones legislativas de la denominada CABA (Ciudad Autónoma de Buenos Aires), cuando circuló por redes sociales un supuesto video del expresidente Mauricio Macri en el que apoyaba la candidatura de Manuel Adorni (del partido libertario). En las imágenes, Macri manifestaba haber tomado la decisión de dar de baja la candidata del Pro con Silvia Lospennato un día antes de las elecciones. El video, construido con IA, se viralizó en X y generó una amplia confusión en el electorado y en el sentido de voto. Lo más preocupante fue que dicha campaña habría sido armada desde las propias oficinas de la Casa Rosada.
Entonces, ante semejantes despropósitos que violenta de manera frontal el sistema democrático y la transparencia de todos los procesos electorales que se vayan a ejecutar desde estas elecciones generales y luego de las próximas, que serán las municipales y de gobernaciones, cómo resguardamos nuestros procesos democráticos. ¿O ya los damos por resabiados?
¿Qué propuestas de solución se podría ensayar a nivel local? ¿Cómo estamos ubicados como Bolivia? ¿Cuán fuertes o débiles somos frente a estas acciones truculentas? ¿Cuál es nuestra real vulnerabilidad desde nuestras instituciones y como proceso electoral? ¿A quién o a quiénes podríamos recurrir para la verificación de estas deppfakes? Las preguntas son muchas más. Lo único que me queda muy claro es que una vez más, como ciudadanos, estamos en absoluto abandono e indefensión.
Javier Medrano es periodista y cientista político.