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Ojo en tinta | 05/08/2025

El pecado de dormir: la millonaria factura del insomnio

Javier Medrano
Javier Medrano

Cada vez dormimos menos y peor. Los estudios revelan que dormitamos dos horas menos que el siglo pasado, sólo dormimos cerca de seis horas. Es la factura de nuestra incansable y excesiva sociedad iluminada, dominada por las pantallas y donde solemos considerar al sueño como un adversario. Como un pecado. Lo asociamos, equivocadamente, a la flojera o, peor aún, a una persona improductiva. Ociosa, desprolija, poco confiable.

Se estima que la ausencia de sueño interrumpe la vida. La coarta. La censura. La verdadera cara de la crisis del sueño se llama “vigilia crónica”.

La falta de sueño ocasiona una productividad reducida, mayor ausentismo laboral, escolar y universitario. Es la principal causa de accidentes industriales, de tránsito y encarece una factura enorme en gastos médicos por el uso de medicamentos que ayuden a conciliar el sueño.

Los estudios médicos sostienen que cualquier persona que duerme menos de seis horas tiene mayores riesgos de presentar psicosis, depresión, derrames cerebrales y obesidad. La ausencia de sueño deteriora a todo el cuerpo.

En el transcurso de nuestras vidas, más de una vez experimentaremos algún trastorno del sueño, que se traducirá en agotamiento físico, desconexión social, incapacidad para resolver tareas simples y minará nuestra capacidad resolutiva y de inteligencia emocional.

Se ha construido la falacia en sentido de que dormir poco es de personas eficientes y altamente dinámicas; cuando, en realidad, es todo lo opuesto. El sueño refuerza nuestra memoria, consolida nuestros recuerdos y el cerebro puede “resetear” aquello que considera útil y desechar lo que no es relevante. Es un gigantesco catalizador que permite al ser humano despejar la mente para tener una vida mental más equilibrada.

Dormir se ha vuelto tan raro y anticuado como una carta escrita a mano.

¿Pero, entonces, porque no es tan sencillo dormir? Es un problema multifactorial pero los estudios neurológicos apuntan a un enemigo en común: la luz artificial. Cuanto más azul y brillante sea, mayor será la probabilidad de que se reprima la liberación de melatonina, la misma que ocasiona un cambio drástico en el ciclo del sueño. Las noches son menos noches y la oscuridad debe ser “alumbrada” porque es vista como sospechosa. 

Hemos apagado a la luna y a las estrellas. Hemos reemplazado esas maravillas por luces led de gran ahorro energético, pero con una potente capacidad para generar luz azul, el principal enemigo del sueño. Estamos empecinados en iluminar todo y detestamos la penumbra. Huimos de la noche y abrazamos, empecinados, a la luz, sin darnos cuenta de que con ello aceleramos nuestra muerte.

Hay una especie de círculo vicioso al creer que cuando nos falta sueño debemos acudir a las pantallas para cansar nuestra vista y, una vez rendidos, hacer el esfuerzo de dormir. Lo único que ocasionamos es que nuestro cerebro tarde, entre una hora y hora y media, en procesar la abrumadora información recibida y nos cueste muchísimo más conciliar el sueño.

No es lo mismo fatigarse que iniciar el proceso complejo de dormir. En otras palabras, cuando uno está cansado, las células cerebrales no pueden comunicarse entre sí, lo que explica por qué se producen lagunas temporales de memoria: desde olvidar las llaves del auto por la mañana o salir de casa sin el teléfono móvil.

La privación del sueño –extrema– puede hacer parecer que las personas se comporten como si estuviesen ebrias. Ausentes. El cerebro se altera de una manera muy profunda y atenta contra la capacidad de “estar consciente” durante el día. Durante momentos, incluso, la persona queda paralizada, como si estuviese en un limbo.

El análisis de esta situación es pertinente porque en estos momentos de crisis el humor de los bolivianos no es el de los mejores. Estamos ansiosos, deprimidos y preocupados. La incertidumbre está ocasionando que estemos a los “brincos” en la cama, sin poder conciliar un poco el sueño. Estamos abatidos como sociedad. Malhumorados, mal dormidos, mal descansados. Somos cada vez más improductivos a causa de la excesiva preocupación.

El incremento del consumo de medicamentos “auxiliares” para dormir están en un franco crecimiento. No hay persona que no esté medicada o que no esté consumiendo algún antidepresivo. Se calcula que en el mundo, la factura que se paga por el consumo en medicamentos para dormir supera los 98 mil millones de dólares. El primer país es Estados Unidos. Le siguen Japón y Alemania.

¿Cómo estamos por casa? Paraguay tendría la mejor tasa de calidad de sueño, con un 67%, mientras que Chile la peor, porque apenas un 44% asegura tener un buen descanso, cifra que lo ubica entre los niveles más bajos en el contexto global, solo superado por Hong Kong (41%).

Bolivia y Argentina, se encontrarían en un promedio aceptable, pero con una tendencia constante hacia cifras preocupantes. No es de extrañarse.

Así que la recomendación de los neurólogos es duerma bien y mucho. Más de ocho horas. En lo posible acuéstese más temprano. Apague las pantallas una hora antes de dormir y déjese llevar.

En su momento, Aristóteles se preguntaba en un ensayo genial “acerca del sueño y la vigilia” qué hacemos cuando dormimos y por qué. Todavía no hay respuestas del todo convincentes, pero podríamos responderle que cuando dormimos adormecemos nuestra conciencia y limpiamos nuestros pesares.

Javier Medrano es periodista y cientista político.



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