Un fruto del Concilio Vaticano II que tardó bastante en madurar ha sido el empoderamiento de mujeres teólogas de mucho valor científico y espiritual, las cuales no solo se han dedicado a investigar y enseñar en el surco trazado por sus colegas varones, sino que han emprendido programas propios “de género”, en particular revalorizando el rol de la mujer en los evangelios y en la vida de la Comunidad primitiva.
El cuadro que hoy se tiene de ese rol tiene dos convicciones. Por un lado, se realza su importancia fundamental en la vida de Jesús, especialmente en la Pascua, y en la construcción de la nueva comunidad. No fueron personas al servicio “doméstico” de Jesús o de sus apóstoles, sino verdaderas discípulas de la Buena Noticia que los acompañaron fielmente en las buenas y en las malas.
Por otro lado, debido a la influencia de la cultura greco-romana, el rol protagónico de las mujeres fue invisibilizado con el tiempo, ocultando el papel que ellas tuvieron en los acontecimientos de la Pascua e incluso echando sombras sobre su vida, como en el caso de la Magdalena. Es el patriarcado que persiste en la Iglesia hasta nuestros días.
Por eso, en víspera de la Pascua de Resurrección, es bueno destacar el fundamental papel de las mujeres en la Pasión y Resurrección de Jesús, con base en los relatos de los evangelios.
La última semana de vida de Jesús empieza con la unción de Betania (Jn 12,1-11): María, la hermana de Marta y Lázaro, realiza un gesto de fuerte valor profético: unge los pies de Jesús con un perfume carísimo, rompiendo el precioso frasco de alabastro. El gesto de la discípula es preanuncio de la muerte del Maestro, ya que a los cadáveres se le ungían los pies con perfume. La crítica “social” de Judas al derroche pone de manifiesto el conflicto entre el amor generoso de María y el egoísmo de quien se escuda en los pobres, mientras prepara la traición del amigo.
Al día siguiente, Jesús ingresa a Jerusalén, montando un humilde pollino, en medio de los vítores de sus discípulos llegados de Galilea. Discípulos es un término neutro, que indica varones y mujeres, las cuales eran un grupo numeroso de la comitiva que seguía a Jesús.
Ya camino al Calvario, a unas mujeres piadosas, esta vez de Jerusalén (Lc 23,26-29), Jesús les pide que no lloren por él, sino por sus conciudadanos, cuando será destruida la ciudad; hecho que sucedió 40 años más tarde.
Junto a la cruz, encontramos la Madre y las mujeres galileas, lideradas como de costumbre por la Magdalena, mostrando más coraje que los discípulos varones que optaron por fugarse. ¿No les recuerda una historia reciente de Bolivia?
Esas mismas mujeres presencian la sepultura de Jesús con la intención de volver, después de la fiesta, a terminar de embalsamar el cuerpo de su Maestro, una tarea tradicionalmente reservada a las mujeres. Así expresan amor y memoria, los alimentos de la fe.
Finalmente, todos los antiguos testimonios coinciden en que la primera revelación de la Resurrección de Jesucristo fue hecha a María de Magdala y a las mujeres que la acompañaban. Es un hecho sorprendente porque en la sociedad judía el testimonio de una mujer no tenía valor legal. En efecto, los apóstoles de entrada no las creyeron, hasta cerciorarse ellos mismos.
¿Dónde han quedado las mujeres, sucesoras de aquellas galileas, en la Iglesia de hoy?
A lo largo de su historia, la Iglesia ha pedido perdón por sus muchas culpas, porque no hay miseria humana que ella no haya experimentado en su vida. Tal vez ha llegado la hora de reparar la deuda milenaria del trato displicente y discriminatorio que ha tenido hacia las mujeres, para lo cual se necesita algo más que la concesión de asignarles algunos cargos administrativos.
Francesco Zaratti es docente e investigador Emérito en el Laboratorio de Física de la Atmósfera de la UMSA, experto en hidrocarburos y escritor.