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15/09/2018
Cartuchos de Harina

Minutas secretas y relaciones con Chile

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero
El 2 de septiembre, el periódico La Tercera de Santiago de Chile publicó un reportaje sobre las negociaciones secretas que habrían sostenido en 2011 el excónsul General en Santiago Walker San Miguel y el exministro de Piñera, Jorge Bunster. No hace falta ser devoto de la Virgen de la Conspiración para ver la mano de la diplomacia chilena en esa noticia, semanas antes del fallo de La Haya (que ahora sabemos será leído el 1 de octubre). Menos si el propio reportaje señala que el contenido de esas minutas “…sólo era conocido por Piñera, Moreno y el subsecretario de Relaciones Exteriores de la época, Alfonso Silva, y (las minutas) han permanecido archivadas en Cancillería desde entonces”.

La reserva de esas negociaciones no debería alborotar a nadie, aunque La Tercera les dé gancho periodístico por esa causa. Y a lo mejor Chile quiera así mostrar que Bolivia -y Evo- estuvo abierta a acuerdos sin soberanía, para que su discurso post-fallo se desportille un tanto o, por el otro lado, busque dar señas de que puede retomar las negociaciones, aun si su oferta no colma la demanda boliviana.

El hecho es que poner a la vista tratativas cuyo carácter oficial las partes evitaron expresamente afecta a las que se procuren en el futuro. Chile se queja de que la demanda boliviana en La Haya ha intentado hacer vinculantes actos usuales en una negociación, pero ellos eran oficiales en todos los casos. En cambio, la publicación de marras posiblemente lleve en el futuro a cada negociador boliviano a entonar la Marcha Naval, el Canto a Abaroa y acto seguido leer una arenga exigiendo el territorio extirpado por la Guerra de 1879, en la esperanza de que su interlocutor chileno así lo registre en sus “minutas”, sin menoscabo para nadie, salvo para un diálogo mínimamente aterrizado.

Las negociaciones son también juegos de esgrima para calcular hasta dónde llega la posición de la contraparte. Vista así, la divulgación de La Tercera es un desatino.

Esa publicación del diario santiaguino me recordó también la trastada que el canciller de Chile Conrado Ríos Gallardo tendió a su par boliviano, José Fellman Velarde, paradójicamente amigo de la balacera verbal y autor de la ruptura de relaciones con Chile en 1962, a raíz del desvío del río Lauca. En 1963 Fellman desplegó negociaciones reservadas con Chile para lograr un enclave, con intercambio de cartas personales. El canciller chileno finalmente le expresó que Chile “no debía nada a Bolivia y nunca aceptaría cederle un territorio costeño”. Pero Ríos Gallardo no se contentó con esa negativa: publicó la correspondencia, dejando mal parado a Fellman.

Vulnerar el carácter que ambas partes dan a sus negociaciones socava aún más los restos de confianza que quedan en una relación tirante y desgastada. En el caso de Fellman, su venganza fue pervivir. El excanciller de Bolivia es quien dejó instalada la doctrina de no mantener relaciones diplomáticas con Chile. Personalidades de nuestra diplomacia de ese momento, como el embajador Víctor Andrade, discreparon de Fellman, pues afirmaban que hasta países en guerra o los que disputaban entonces la Guerra Fría mantenían embajadas.

Con el intervalo de Charaña, la “doctrina Fellman” ha prevalecido mayestática entre nosotros. Nadie se anima a dar un paso distinto porque efectivamente, después de décadas, podría leerse como sumisión al Estado chileno. No obstante, una vez emitido el fallo del 1 de octubre quizá sea tiempo ya de ponderar si es sensato seguir obedeciendo religiosamente al excanciller Fellman.

Un triunfo boliviano en La Haya, por ejemplo, sería ocasión de usar las relaciones diplomáticas para alentar la negociación que Chile elude. En vez de una concesión, se tornaría en una ofensiva diplomática. Como ésas que ha desplegado Perú en Santiago, por ejemplo, cuando Alan García fue condecorado allí con la distinción Bernardo O’Higgins, sin que se le moviera un pelo por haber demandado antes a Chile en La Haya. Una diplomacia de la que aprender y por la que sacarse el sombrero.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.



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