Su
retórica agresiva abunda en menosprecios que llegan al insulto. No hay quien
se salve, excepto él y sus enceguecidos seguidores. Su actitud está impregnada
de arrogancia y asume la posición de un perdonavidas. En su defensa del
libertarianismo, o del anarcocapitalismo, llega a un dogmatismo que lo lleva a
creer que su prédica es la verdad absoluta.
Llama la atención de cualquiera que lo oiga su tratamiento a la “casta”. En esta incluye a todos los políticos, “a los empresarios” que trabajaron con, o para, los gobiernos anteriores, “los sindicalistas chanta” que tienen arreglos con los políticos para obtener privilegios y “la prensa ensobrada”, o sea, los comunicadores sobornados por los grupos de poder. Y ahora también ha incorporado a los economistas que no comulgan con sus ideas y que se atrevieron a criticar las políticas que propone. Frente a estos sus argumentos son falaces porque los ataca ad hominem o sea por lo que son y no por lo que piensan.
Nadie, en su sano juicio, puede calificar al altamente probable próximo Presidente de la República Argentina como un individuo cortés, amable o diplomático. Apenas sonríe en sus entrevistas y por lo general interrumpe a su entrevistador o quien quiera que se encuentre debatiendo con él.
Afirma que “los políticos son basura” y añade que “no son seres humanos razonables” o “son menos que el ciudadano promedio”. De los políticos de izquierda, a quienes desprecia con mayor intensidad, afirma que especialmente éstos “son miserables y rastreros” y “tienen la agenda de los envidiosos”. Semejantes generalizaciones son inaceptables.
No se puede dejar de lado a sus ácidas críticas en contra del Papa Francisco.
Se refiere al Papa como un personaje “que tiene fuerte influencia política”, lo cual es innegable para cualquier pontífice. A la vez expresa que el Papa está del lado “de dictaduras sangrientas” y que Francisco muestra “afinidad por los dictadores asesinos o no los condena”. Al oírlo se puede pensar que los papas o la Iglesia Católica nunca antes tuvieron posiciones definidas.
Al estilo de Milton Friedman y otros intelectuales libertarios, como Von Mises, Hayek o Nozick, propugna un Estado mínimo. Insiste con las mismas palabras de Friedman en que “la inflación es, en todo momento y lugar, un fenómeno monetario”. Repite frases propias de Rothbard casi literalmente, como que el Estado es “la organización del robo sistematizada y a gran escala”, una “banda de ladrones en general" y que los políticos son "los individuos más inmorales, codiciosos y sin escrúpulos de cualquier sociedad”. Rothbard también se oponía rotundamente, como lo hace Milei, a la existencia de un banco central.
Quitando la fiereza de sus afirmaciones, en más de un tema no deja de tener razón, especialmente en lo que se refiere a la “casta”, que en realidad puede ser encontrada en más de un país latinoamericano.
A pesar de sus furibundos ataques a un sinnúmero de personas e instituciones (como el Banco Central o el Estado), afirma con convicción que actúa en defensa de la libertad, de la paz y de la democracia. Por cierto, en su versión de estos principios o instituciones, me atrevo a afirmar que, si llega a la presidencia, se verá si realmente hará lo que dice hoy. Y aunque últimamente moderó sus gesticulaciones y expresiones faciales de rabia y furia contenidas, todo hace pensar que querrá cortar las cabezas de todos, al estilo de la Reina de Corazones en Alicia en el país de las maravillas.