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Desde afuera | 07/09/2025

Miedo al poder corrupto, no a lo popular

Karen Longaric
Karen Longaric

Se habla del miedo a lo popular y miedo a lo indígena. Si bien esto podría ser verdad en los sectores más reaccionarios de la sociedad, para la gran mayoría de la población esto no es cierto. Lo indígena y lo popular no son factores externos, por el contrario, constituyen las raíces históricas de nuestra identidad y son las columnas que sostienen al Estado boliviano. Lo popular no puede ser considerado como una amenaza, porque es el protagonista central de nuestra vida colectiva.

Hace dos décadas atrás, el MAS levantó banderas de inclusión social e indígena, banderas que encarnaban una esperanza de dignidad. Pero esas banderas fueron vaciadas de contenido. Lo que debía ser un proceso de reivindicación, integración y cohesión terminó convertido en un ejercicio de manipulación perversa, donde lo popular se usó como disfraz para perpetuar un proyecto autoritario y corrupto, permeado por intereses foráneos. Lo popular se usó para justificar los abusos del poder político gubernamental y dar aires de legitimidad a la destrucción del Estado de derecho, a la represión y a la malversación de los bienes públicos.

El MAS no cumplió la promesa de inclusión. Por el contrario, trastocó esa lógica y en vez de tejer comunidad y cohesionar al pueblo boliviano profundizó las divisiones. En vez de reconocer pluralidad construyó lealtades corporativas. En vez de fortalecer la democracia, la quebrantó politizando el Poder Judicial y socavando las instituciones del Estado.

La justicia se envileció y se transformó en herramienta de persecución política. La ley fue interpretada y moldeada a las necesidades del poder político y la voz del pueblo fue instrumentalizada para respaldar oscuros objetivos partidistas. Todo esto es el origen del miedo que hoy acongoja a los bolivianos.

El miedo no está en lo popular, porque el pueblo está constituido por todos los bolivianos, indígenas y mestizos; no es miedo al pueblo, porque pueblo somos todos; el verdadero miedo es a un poder político corrupto que delinque con impunidad, que roba, que vulnera derechos, que acalla voces críticas persiguiendo y encarcelando.

Es miedo a quienes gobiernan para dominar no para servir al pueblo e integrarlo, sino para servirse de él y dividirlo. Es temor a un Estado que está secuestrado por una élite gobernante que ha confundido lo que implica gobernar con el abuso, el cohecho, la amenaza y la represión.

Rechazar esa manera de gobernar no significa rechazar lo popular. Por el contrario, significa rescatar su valor genuino. Lo indígena y lo popular son herencia de luchas históricas, desde Túpac Katari y Bartolina Sisa, pasando por la Revolución del 52, hasta las movilizaciones sociales contemporáneas que defendieron la democracia, como el movimiento de las Pititas. Reducir esto a simple retórica electoral es la mayor traición del proyecto político del MAS, que prometió inclusión y terminó generando exclusión.

Bolivia no quiere más demagogia, Bolivia necesita un horizonte compartido. No se trata de oponer lo indígena a lo mestizo, lo popular a lo liberal, lo urbano a lo rural, lo docto a lo lego. Se trata de reconocer que todos esos elementos son parte inherente de la nación. La tarea no es dividirnos en trincheras, sino construir comunidad desde la pluralidad.

Por eso no se puede caer en el error de presentar a dirigentes y caudillos masistas como si fueran víctimas o figuras injustamente desacreditadas. Ellos han demostrado no ser representantes genuinos de lo popular, sino responsables de haber desvirtuado el sentido de aquello que afirmaban defender.

Ahora el reto histórico es devolver a lo popular y a lo indígena su verdadero sentido como los pilares de una Bolivia inclusiva y democrática. Solo así podrán ser la fuerza vital de una nación cohesionada, no un recurso manipulado vilmente por caudillos y demagogos.

El futuro de Bolivia exige un cambio real, con liderazgos que infundan confianza y den certidumbre de mejores días; que posean la suficiente capacidad y experiencia profesional y política para sanear nuestra quebrantada economía, que tengan plena convicción para restaurar la derruida institucionalidad del Estado; garantizar la independencia de la justicia, respetar los derechos humanos, cohesionar al pueblo boliviano y rescatar la ética y los valores extraviados.

Karen Longaric fue ministra de Relaciones Exteriores de Bolivia.



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