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26/08/2023
Cartuchos de Harina

Melenudos en la cama

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

El vacío del papel virtual de esta columna me hizo doler la panza. De ahí me acordé de que el gran Groucho Marx dejó en blanco el primer capítulo de su libro titulado Camas. Ese capítulo se titula Ensayo sobre las ventajas de dormir solo y lleva una Nota del editor. Este informa que el autor decidió dejar en blanco ese capítulo. Lo dejó en blanco manifiestamente, añado, porque las ventajas de dormir solo se reducen a un avaro monopolio: no compartir la cama con nadie.

En mi caso, siguiendo a Groucho, prefiero el oligopolio de compartir la cama con mi esposa que gozar de los privilegios de un dudoso monopolio capitalista sobre el lecho. A propósito, sobre mi cama conyugal no podría ponerse el letrero que Groucho imaginaba colocar en las camas de hotel que lo esperaban cada tanto: “Aquí durmió Groucho Marx… mal”.

Igualmente, dejar en blanco esta columna o hacerse la pita es preferible a que me pongan el letrero: “Aquí escribió el columnista… mal”. La melena de Milei y tanto admirador criollo que le ha brotado podrían llenar estos párrafos si no fuera porque Milei me infunde tanta esperanza para su país como María Galindo para el nuestro, siguiendo la equiparación de esos dos personajes que hizo en la semana la periodista Jimena Antelo. Podría apelar por eso de nuevo al gran Groucho y apuntar sobre aquellos dos: “No sé lo que tengan por decir, no hace diferencia al final. Sea lo que sea, estoy en contra”.

Con Cristina y sus discípulos los argentinos han tenido ya suficiente como para querer experimentar con lo que venga. Más bien que no voto en Buenos Aires, pero desde ya, anuncio que sufragaría contra el kirchnerismo y contra su antónimo, el extraño de pelo roto. Y en lo que nos toca de esa fiesta, con que no nos dé esa recurrente gana de imitar a los porteños, estará bien. Ya lo hicimos por varios lustros, recibiendo a eruditos rioplatenses, locuaces en Gramsci; podríamos ahorrarnos ahora a los de la escuela contraria.

La piña dentro del MAS podría también llenar estas líneas, haciéndome el docto sobre las causas y sus efectos. Una enfermedad que tiene Bolivia no es el MAS, sino su creencia de que una sola etnia o dos, una sola mirada, una sensibilidad (la burocrática-sindical) bastan y sobran para encaminar el país. En realidad, hay una dirigencia social y sindical que ya ha manejado el país a su gusto por años, al estilo de la reunión de la CSUTCB de estos días. Lo ha hecho a la fuerza, pero con votos, hasta ahora. Le toca el descuento. Mientras, esperemos que no llegue la fase en la que dirija el país, todavía a la fuerza, pero ya sin votos.

Volviendo a Groucho, las decisiones del electorado, argentino o boliviano, me llevan a pensar en otra frase de Marx: “Chicolini aquí puede hablar como un idiota y lucir como un idiota, pero no dejen que eso los engañe: él es realmente un idiota”.

Claro que escribo eso sobre el electorado porque soy un minoritario del voto. Mi único sufragio por un candidato ganador ya tiene más de 20 años, y no me salió bien. Y tampoco es que uno pueda descartar, en política o en otros ámbitos, ser el Chicolini al que se refiere Groucho: un idiota de verdad, que habla y luce como tal.

En todo caso, es preferible un idiota de frente que uno de esos que disimula, postulándose a dirigir a los demás, muy seguro de que todo lo que dice es la más pura y santa verdad. Ya leí a uno esta semana, pero se los ve en todos los órdenes de la especie: agresivos, graves, famosos, infames, exultantes, fomes u opulentos. Piense usted en los que le vengan a la cabeza.

Para finalizar, regreso a Groucho, a propósito del catre: “El término ‘cama’ (…) se deriva del sánscrito “Kama”, que en la mitología de la India designa al Dios del amor; con el tiempo se corrompió hasta confundirse con el mueble donde se hace ídem”. Todos los mencionados en esta columna tienen una cama. Solo que algunos duermen allí mal o solos, en ausencia del Dios del amor. No sea usted de esos: ocúpese más de su camastro y menos de los melenudos, melenudas –hablo con la envidia del calvo– y otras clases de personajes graves, fomes o exultantes.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.



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