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Sin embargo | 25/01/2024

MAS y Milei, unidos contra la regulación

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

¿En qué se parecen Milei y el MAS? En que no quieren una regulación independiente ni la entienden. Sus métodos para eliminarla son distintos. Milei quiere dinamitarla y los masistas prefieren la silenciosa absorción. Aunque los métodos y efectos son distintos, el objetivo es el mismo: eliminarla.

Lo que piense Milei sobre la regulación debería tenernos sin cuidado, pero hay entre nosotros muchos deslumbrados por su discurso y cuando llegue la hora de reconstruir de la institucionalidad destruida por el MAS, querrán terminar de liquidarla. Un metafórico terrorista nuestro ya propuso “dinamitar la Aduana”.

Nuestra experiencia en regulación es importante para la reconstrucción de un Estado que contribuya al desarrollo con verdaderas justicia, justicia social y libertad. Tuvimos una superintendencia de bancos que era una de las instituciones más capaces del país y más respetadas en la región, y creamos dos sistemas de regulación, el SIREFI para la financiera y el SIRESE para la sectorial.

En la concepción de ese modelo regulatorio era importante la libertad empresarial, pero equilibrada con una protección de los consumidores y con una perspectiva de largo plazo que permitiera coordinar derechos y aspiraciones en torno a una visión de desarrollo sostenible del país. Sobra decir que esta visión nada tenía del socialismo que Milei teme en sus delirios.

Un regulador idóneo debía tener capacidad técnica e independencia. En esto, hay una diferencia fundamental entre los neoliberales de entonces y los libertarios de hoy. Para los enemigos del Estado, que lo ven todo con anteojeras, da igual que sea independiente o no. Si es Estado, es enemigo y hay que destruirlo.

El masismo, reacio a toda independencia de instituciones del Estado, ha reducido las superintendencias a reparticiones ministeriales y, donde no ha logrado quitarles la independencia legalmente, ha logrado la sumisión de sus cabezas mediante interinatos. Una de las consecuencias de ese embate masista es una autoridad del sector financiero que no es ni la sombra de lo que fue la respectiva superintendencia, aspecto que se hizo evidente en la crisis del banco Fassil.

En el sector eléctrico, sin criterio técnico de largo plazo el Gobierno viene haciendo expansiones innecesarias a la capacidad instalada de generación, que ya supera a la demanda en dos a uno. El consumidor se beneficia de menores precios, pero este beneficio le ha costado al Estado una cantidad de recursos que podían y debían haber sido mejor utilizados.

Este ejemplo, hay que admitirlo, es incompleto porque no analiza las motivaciones gubernamentales para esas inversiones excesivas ni el clima de inversiones que debería atraer capitales para las ampliaciones privadas.

Milei, por su parte, expuso en su reciente discurso en Davos su visión de la regulación:

“So pretexto de un supuesto fallo de mercado se introducen regulaciones que lo único que generan es distorsiones en el sistema de precios que impiden el cálculo económico, y en consecuencia, el ahorro, la inversión y el crecimiento. Este problema radica esencialmente en que ni siquiera los economistas supuestamente libertarios comprenden qué es el mercado ya que si se comprendiera se vería rápidamente que es imposible que exista algo así como fallos del mercado”.

Sobre las fallas o imperfecciones de los mercados se ha escrito y estudiado mucho. Es posible que el único que las entiende sea el profesor Milei, pero me parece que él no sabe de lo que está hablando y los buenos economistas se habrán reído de sus ocurrencias.

Stiglitz, premio Nobel de economía, que ha dedicado su carrera a estudiar fallas de mercado, dice: “el mito de la economía autorregulada está, hoy en día, prácticamente muerto. No existe ningún apoyo intelectual respetable para la proposición de que los mercados, por sí mismos, conducen a resultados eficientes, y mucho menos equitativos”. Pero, claro, ¿qué sabe Stiglitz?

En el modelo de Milei no habría regulación. En el mercado eléctrico, por ejemplo, actúan generadores de cinco formas de energía, y transmisores, distribuidores y comercializadores. Aunque hay problemas complejos de coordinación y de temporalidad, es posible que un mercado puramente privado, determinado solo por oferta y demanda, encuentre un equilibrio. Pero sería un milagro que este corresponda a una oferta de calidad de servicio y suministro hasta las poblaciones alejadas de bajos recursos, las necesidades industriales de desarrollo, etc. Ningún país es tan temerario como para apostar a este artículo de fe.

En el sector financiero, ese modelo produce resultados aún más dañinos. Sin una regulación y supervisión que limite los riesgos que pueden tomar las entidades y los abusos que pueden cometer con sus productos, el consumidor, cuando no pierde todos sus ahorros en una quiebra, queda a merced del atropello. Dejar que los bancos prioricen la rentabilidad atenta contra la estabilidad del sistema; un bien común al que los libertarios quizá no den mucha importancia.

Sobre el medio ambiente, bien común que él ignora, Milei hace esta ensalada: “Otro de los conflictos que los socialistas plantean es el del hombre contra la naturaleza. Sostienen que los seres humanos dañamos el planeta y que debe ser protegido a toda costa, incluso llegando a abogar por mecanismos de control poblacional o en la agenda sangrienta del aborto”.

Yo, Tarzán, tú, Jane. Hasta lo hace quedar bien al Evo. ¿Se lo habrán escrito?, me pregunto, ¿o esta es una muestra de su genialidad en estado bruto?

Destruir es fácil. Lo difícil es construir equilibrios. Un sistema de regulación independiente forma parte de una arquitectura estatal técnica, que está entre el Estado centralizado y la libertad de empresa sin controles. Esto no lo entienden libertarios ni masistas. Los extremos se rechazan, pero al final se encuentran.



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