Hay descontento en las calles. Bajando por el cementerio general, dos señoras han comentado “mira a ver este Arce, hijo del Ortimala siempre es, trabajando para su jefe cocalero”. Hacía mucho que no escuchaba eso de “hijo del Ortimala”. La palabra es la aymarización del apellido Urdimales, mismo que llevaba un personaje un poco leyenda un poco real, cuyo paradero se ha perdido en la oscuridad de los tiempo mas no sus acciones. Pedro de Urdimales era pues un pícaro que andaba por nuestras tierras causando desgracias para su beneficio.
Se cuenta que en una ocasión le dieron a pastear 40 cerdos, cosa que hizo bastante bien durante algunas semanas pero entonces se le ocurrió una “avivada”: sacrificó a los cerdos y los vendió, no sin antes cortarles el rabo a todos ellos para después enterrar la punta de los mismos en las ciénagas del lago e ir llorando ante el dueño “señor, tus cerdos han sido espantados por un arriero y sus mulas, por escapar se han arrojado al lago y se han ahogado. Ahí están ahora, puedes comprobarlo porque sus colas todavía están en la superficie”.
Apenado el dueño fue al lago, vio los rabos, se fue llorando y no pudo hacer nada más. Cosas así hacía Urdimales u Ortimala, como quieran llamarle. No, no creo que Arce sea un Ortimala, tampoco es mi ocupación limpiar o ensuciar su imagen (eso se lo dejo a sus asesores y a sus detractores), lo que me interesa es pensar en términos económicos cómo llegamos hasta aquí, y preguntarme si en realidad estamos repitiendo el patrón del ciclo transcurrido entre 1960 y 1985.
La idea no es mía, en 2021 Timothy Kehoe, Carlos Machicado y José Péres-Cajías advertían sobre la relevancia de la intervención del gobierno en la economía del país para que ésta prospere o no y analizaban ciclos anteriores cercanos para argumentar cómo, entre 1960 y 1977 Bolivia alcanzó el crecimiento económico más rápido de su historia, pero experimentó una fuerte desaceleración posterior que devino en la inolvidable hiperinflación en los 80. Y es que justo en los 70 empezó una política de fuerte intervención gubernamental.
En los 70 se estableció un tipo de cambio fijo y el gobierno usó recursos externos para financiar empresas públicas que resultaron deficitarias y mal administradas; entonces estallaron la crisis de la deuda y la hiperinflación. Los esfuerzos bajo las mismas políticas estatistas no sirvieron de nada, tuvo que llegar el 21060 para dar un giro a lo que se conoció como el neoliberalismo.
Así, entre 1986 y 1998 tuvimos una recuperación económica lenta aunque con un alto costo social, cosa que en 2003 provocaría la caída del partido artífice del 21060, convirtiéndose el neoliberalismo en símbolo de un sistema corrupto y decadente. Paralelamente a partir de 2002 Bolivia empezó a tener un mayor crecimiento, esto y el mercado favorable de los hidrocarburos, coincidieron con el regreso de los gobiernos intervencionistas de la mano del MAS. En efecto al igual que en los 70, se nacionalizaron las empresas estratégicas, la economía se basó en el Estado como productor y se adoptó un tipo de cambio fijo.
La bonanza se hizo más notoria con la condonación de la deuda externa y todo hacía pensar que el crecimiento se remontaría. Fue así por un tiempo pero a partir de 2014 las reservas empezaron a bajar y a 2023 el tipo de cambio fijo es insostenible y la subvención a los hidrocarburos es una bomba de tiempo que más temprano que tarde explotará con un alto costo social y la posibilidad de una inflación galopante. Viendo datos y números, es imposible creer que la subvención a los hidrocarburos esté garantizada por todo 2024.
Es un panorama oscuro porque además la cocaína, no el único, pero sí el producto clave de nuestra economía sumergida, está bajando de precio y siendo sustituido por otro mucho más accesible, cuya materia prima es un opiáceo que se cultiva en Asia. El movimiento económico que genera la cocaína no es cualquier fruslería y si entra en crisis, lo vamos a sentir todos. Pero vamos, de peores hemos salido, a menudo incluso a la manera de Ortimala, en serio.