El otro día se puso muy de moda un post que decía “las graduaciones de kínder no deberían existir, son una pérdida de tiempo y de dinero”, lo que generó, como siempre, controversia y discusión.
Como yo soy una persona q’ayma, a quien además las convenciones sociales le resultan bastante engorrosas, por lo que en lo posible intento evitarlas, me pregunté qué pasaba exactamente para que un buen número de personas disfrutara de las graduaciones, pues resulta que ahora hay graduaciones de guardería, prekinder, etcétera. Así que decidí consultar a mis amigos, tanto a los que tienen hijos como a los que no, porque -ya saben ustedes- los que no tienen hijos siempre creen que pueden enseñar a criarlos a los que sí los tienen.
En los comentarios recogí algunos de apoyo, otros de detracción y otros que decían “qué te importa, si no es tu plata, no hables”, pero yo replicaba que, como cientista social, mi deber era el chisme y, además, plasmarlo en una columna para generar más chisme todavía; y que ya que nuestro amado Vicepresidente había estado bastante calmado, pues había que buscar tópicos de discusión. Tambén porque en estos tiempos y, en los otros, todos juzgamos las cosas desde nuestro ombligo. Así que vayamos analizando.
A muchos no les molesta que haya graduaciones, actos, celebraciones, etcétera, en instituciones educativas, porque es su manera de crear recuerdos, tomando fotos a sus niños con el traje de graduación, atesorando el diploma, grabando videos y organizando una fiesta porque la vida y los logros –aunque pequeños- deben ser una celebración.
En efecto, en el pasado, poder estudiar era muy difícil para un grueso de la población y ya que hoy es posible, siguiendo la idea de Walter Benjamin de que las nuevas generaciones somos la utopía de las anteriores; es decir, que si nuestros bisabuelos soñaban con estudiar pero nunca pudieron hacerlo, hoy lo que queda de su ADN en nosotros ,lo logra.
Por otra parte –y esto me rompió el corazón– muchos padres trabajan varias horas y no logran estar mucho tiempo con sus hijos; así que se esmeran en sacar lo mejor de los momentos que pasan con ellos, y toman fotos y videos y hacen fiestas, porque son esos recuerdos lo que les da ánimo cuando les toca separarse.
Otro argumento positivo es el movimiento económico que generan estas actividades: desde las sencillas togas, bocaditos, refrescos, hasta salones de fiestas, grupos musicales, diseñadores, imprentas, etcétera. Obtienen ganancias en estas épocas, lo que permite que sus familias pasen unas fiestas de fin de año con algo más de ingresos, mucho más en estos tiempos de crisis. Y sí, en este país donde no existen fábricas o industrias, el rubro de los servicios es el que más ofertas presenta y una buena contratación o varias pequeñas pueden significar el ingreso mensual para una familia, mucho más a fin de año.
Ok, pero escarbemos un poco más. Entre los detractores estuvieron quienes criticaron el consumo de bebidas alcohólicas delante de los menores, lo cual parece un buen argumento, pero la verdad es que en Bolivia casi siempre existe consumo de alcohol delante de los menores, así que creo que podemos buscar otras razones.
Y entre esas otras razones es donde me cayó el 20, como dicen los mexicanos. Algunas personas me contaron que, en algunos casos, las graduaciones eran una estrategia para realizar cobros en colegios particulares vendiendo togas, birretes, entradas al acto y varias cosas, con lo que gente, que hace el esfuerzo para darle una educación, digamos, un poco mejor que la pública a sus hijos, siente como un peso fuerte, que además resalta las diferencias socioeconómicas de los alumnos con respecto a sus compañeros.
En instituciones públicas la situación es más indignante. Muchas juntas de padres exigen que los papás de los estudiantes no tengan deudas con la junta para que puedan entrar al acto. Como es ilegal retener libretas, se recurre a la estrategia de la marginación de los estudiantes que no hayan pagado deudas que, además, no tienen razón de ser en la mayoría de los casos, y son pagos por los cuales rara vez se rinde cuentas. Entonces uno se pregunta: ¿No se supone que la educación pública debe ser gratuita? Si instituciones públicas y privadas usan las graduaciones como arma para cobrar más dinero, generando malestar en padre e hijos ¿No estamos haciendo que las graduaciones, en lugar de crear buenos recuerdos, agranden las diferencias entre quienes tienen y quienes no?
Por último, y esto es un poco ya de mi cosecha, tengo la impresión de que las graduaciones son como un modo de esconder lo mal que están siendo educados nuestros hijos. Las estadísticas de bajo rendimiento en pruebas, el uso de IA, sin el cual los estudiantes no pueden trabajar, además de la obsesión, no por aprender sino por tener el título, son inquietudes que se resuelven precisamente con eso, con actos públicos de reconocimiento.
Criticamos al gobierno que nos llena de discursos, pero en nuestro día a día vivimos de publicar nuestros “logros” sostenidos con símbolos que no necesariamente son prueba de nuestro crecimiento.
Bueno, no quiero ser aguafiestas, así que mi humilde sugerencia sería que tales actos sean voluntarios, así, quienes no estén de acuerdo no participan. Y a los papás: pregunten también a sus hijos si les gustan ese tipo de actos. Seguro hay muchos que los aman y será bueno darles gusto para que lo recuerden siempre, y se alegren porque sus padres estuvieron presentes; pero no cabe duda de que hay otros que son como yo, a quienes los actos, eventos y fiestas les resultan un martirio.
En tal caso, por favor, respeten esa diferencia y comprendan que no es rechazo ni ingratitud a los padres; es sólo que nos gusta celebrar, pero a lo q’ayma. Felicidades a los nuevos graduados.
Sayuri Loza es historiadora.