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Catalejo | 27/01/2025

Los recursos naturales: ¿maldición o bendición?

Iván Finot
Iván Finot

Se suponía que contar con recursos naturales era una bendición, pero al analizar cómo han logrado –y están logrando– el desarrollo los países medianos y pequeños del Este asiático, se comprueba que a los que mejor les ha ido –como Corea del Sur– no estaban dotados de recursos naturales.

Esos países tenían población mayoritariamente pobre y por tanto su mercado interior era muy pequeño. Para progresar tenían que exportar. Pero como no tenían recursos naturales valiosos, sus gobiernos apoyaron a sus empresarios para que comenzaran compitiendo en la economía globalizada aprovechando la mano de obra barata y fabricando bienes intensivos en ésta. Y después impulsaron la capacitación y la educación para que sus empresas pudieran copiar tecnología y después innovaran y exportaran, primero partes y luego productos muy valiosos.

Y fue Richard Auty (1991) quien observó que, en cambio, países que fueron menos pobres de lo que aquellos habían sido, como Gabón, Venezuela y Zaire (ahora, República del Congo), no lograban industrializarse: dependían de la renta que esos recursos generaban, la que a su vez variaba según la demanda de materias primas de los países industrializados. A esto lo denominó “la maldición de los recursos naturales”.

Sin embargo, desde un punto de vista neoinstitucionalista (Daron Acemoglu y James Robinson, 2014), el origen del problema no es tener o no recursos naturales –la Revolución Industrial ocurrió gracias a que en Inglaterra había minas de hierro y de carbón– sino la prevalencia de instituciones “extractivas”. Es decir, reglas del juego, y medios de cumplimiento de estas reglas, a través de las cuales una minoría se aprovecha de las rentas que generan esos recursos. La solución para liberarse de la maldición sería entonces instaurar instituciones “inclusivas”, es decir que esas rentas beneficien a la mayoría. Y ahí está el problema: el poder político es controlado por las minorías que se benefician de las instituciones extractivas.

Bolivia es un caso típico de la “maldición”: el mayor caso de instituciones extractivas de la historia ocurrió cuando era Colonia, con la explotación de la plata de Potosí, hasta que fue imposible seguir extrayéndola. Siendo ya República, las bombas a vapor permitieron volver a explotar minas de plata inundadas y después el desarrollo industrial europeo y norteamericano hizo rentable la explotación del estaño boliviano. Pero la renta y los beneficios sólo eran percibidos por minorías, uno de los factores que dieron origen a la Revolución Nacional.

Sin embargo, la nacionalización de las minas tampoco fue la solución y después desembocó en el estatismo militar, que generó un endeudamiento tan grande que tuvimos que pagarlo con gran parte de nuestras exportaciones durante los 80 y los 90, con el consiguiente retraso en el crecimiento del PIB. Y esta presión sólo disminuyó a comienzos del siglo XXI, cuando las organizaciones financieras internacionales empezaron a condonar las obligaciones de los “países pobres altamente endeudados”, Bolivia incluida.

Ahora bien, según ya se comentó en la columna anterior, nuestros gobiernos nuevamente nos han conducido al estatismo. Y también nos han endeudado crecientemente, aprovechando la disposición de los financiadores a prestarnos grandes montos de dinero porque nuestras exportaciones crecían gracias al hallazgo de gas y al boom de materias primas ocasionado por la industrialización de China. Pero ahora las exportaciones han caído y, como lo muestra la calificación Fitch de este 24 de enero, estamos muy cerca de incurrir en default.

¿Por qué nos afecta nuevamente la “maldición”? No sólo porque otra vez nos hemos dejado conducir al estatismo sino porque en nuestro país aún prevalecen instituciones extractivas: el clientelismo y el prebendalismo, la corrupción, que por definición sólo benefician a minorías. Tenemos que lograr un consenso para erradicar la corrupción haciéndola delito penal, tanto para los que ofrecen como para los que reciben sobornos, pero con mayor castigo a los delitos cometidos por jueces y recaudadores de impuestos

¿Cómo transformar la maldición en bendición? A fin de librarnos de la dependencia de los recursos naturales no renovables, y que podamos industrializarnos sobre la base de la innovación tecnológica, la renta de estos recursos debería ser destinada exclusivamente a un fondo que financie sosteniblemente educación de máximo nivel, desde el prekínder hasta doctorados, con igualdad de oportunidades para todos. Este sería un gran cambio institucional inclusivo que sin duda favorecería el desarrollo sostenible.

Iván Finot es experto en desarrollo.



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