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Sin embargo | 07/12/2023

Locos al poder

Jorge Patiño Sarcinelli
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Este domingo Javier Milei será posesionado como nuevo presidente de Argentina. Algunas de sus extravagancias han hecho que se lo tilde de “loco”, calificativo que tiene tantos usos y giros que no se puede decir que sea siempre peyorativo.

La palabra loco, para la cual el diccionario de la Real Academia ofrece 18 sinónimos coloquiales, al parecer viene del árabe alwaq (estúpido); acepción en la que coincide el famoso Elogio de la locura, que en latín corresponde a Elogio de la necedad (Stultitiae laus).

Estar loco de amor es la manera más feliz de ser irracional, mientras que estar loco por desamor puede llevar al más irracional de los suicidios, el que se comete por una razón intangible y pasajera. El “Loco” Borda quizá estuviese un poco chalado o fuese apenas excéntrico, como muchos genios, pero “oye, loco” es más afectuoso que ofensivo. 

“De cerca nadie es normal” dice Caetano Veloso en una frase que recoge con música el hecho de que, en cuanto rascas la superficie, comienzan a aparecer las rarezas y las originalidades; constatación que debemos antes a Freud que a Veloso. Si no las vemos de entrada es porque desarrollamos estrategias para camuflarlas, atentando contra esa originalidad que suele ser lo mejor de nosotros. De hecho, una de las cosas que caracteriza a ese que llamamos loco, no por cariño sino por preocupación, es que no es consciente o no es capaz de esconder sus excesos porque lo desbordan.

Aceptando que de loco todos tenemos un poco, lo que puede ser virtud admirable o adorable entre artistas y amigos, cuando se trata de líderes políticos adquiere otro cariz. Un repaso de los líderes de la historia quizá muestre que hay entre ellos más excentricidades y chifladuras que entre la gente común, pero para no perdernos en estadísticas difíciles de probar, pensemos en el mayor desquiciado en el poder que ha producido la historia: Hitler.

Su patología ha sido extrema en su desenfreno destructivo, pero quién sabe si, hablando en el diván, Trump, por ejemplo, no mostraría los mismos grados de insania en su narcisismo, paranoia y megalomanía que el líder nazi.

Hitler es parte del pasado negro de la humanidad, pero Trump es presente en pleno desarrollo hacia peor y por demás preocupante porque es el probable próximo presidente del país todavía más poderoso del planeta. Que los ciudadanos del país que hasta hace poco se consideraba el faro de la democracia lo elijan y que una vez elegido, el sistema le permita violar con rédito político los principios de esa democracia, forma parte de un análisis más sesudo que este. 

Para el lector que crea que exagero, cito algunas de sus declaraciones recientes:

“Si los que se oponen a nosotros triunfan, nuestro otrora hermoso EE.UU. será un país fallido que nadie reconocerá. Una pesadilla comunista, sin ley, de fronteras abiertas, plagada de crimen y suciedad”.

“Estas elecciones decidirán si Estados Unidos será gobernado por tiranos marxistas, fascistas y comunistas que quieren aplastar nuestra herencia judeocristiana”.

“Ahora mismo no somos una nación libre. No tenemos prensa libre. No tenemos nada libre”.

“O el gran Estado (deep State) destruye América, o nosotros destruimos el gran Estado”.

“Biden se ha vuelto loco, un loco de atar”.

“Nancy Pelosi es una bruja malvada cuyo viaje infernal comienza y termina con ella. Es una psicópata enferma y demente que algún día vivirá en el infierno”.

Además de lo paradójico que resulta que él llame locos a los demás, en estas declaraciones aparecen dos temas notables: la libertad y la identificación de dos grandes enemigos de papel: el Estado y el comunismo; los mismos que obsesionan a Milei. Cuando creíamos que el comunismo estaba muerto, ellos lo reviven.

Por solo estas coincidencias, no podríamos identificar políticamente, y menos sicológicamente, a Trump y Milei. Mientras Milei quisiera encontrarse en la otra vida con sus perros, Trump preferiría un cielo con prostitutas tetonas. Bastaría esto para ponerlos en casillas sicológicas distintas, pero la sicología de puertas para adentro no debería importar a sus gobernados. La gran pregunta para estos es si los excesos verbales y las extravagancias de campaña van a ceder el paso a la cordura esperada de un presidente.

En Argentina, las evidencias de la realidad parecen estar teniendo un efecto morigerador. Milei ya ha bajado el tono con el Papa y con el líder chino Xi. El anuncio del nuevo ministro de Economía, Luis Caputo, ha tirado para las calendas la cacareada dolarización y la dinamitación del Banco Central; el embajador en el a pesar de Lula siempre importante Brasil seguirá siendo un peronista, e iremos viendo dónde más el nuevo Gobierno se ajusta la melena a la gestión de lo posible, y cuándo el pueblo crédulo de sus promesas sale a la calle a cobrarle los resultados que no llegan.

No hay que perder de vista que, si Milei ha sido elegido por ser el mal menor, un mal menor sigue siendo un mal; cuán malo o cuán menor queda todavía por verse.



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