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31/05/2024
Sin embargo

Liderazgos tóxicos

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

Hace un par de años, María Galindo entrevistó a una chiquilla –alteña, si no me equivoco– y le preguntó qué querría ser de grande. Muy cándidamente, ella respondió que traficante de drogas. ¡Plop! Esa era su idea del empoderamiento de la mujer.

Descartando la posibilidad de que ella fuese más bromista que cándida, la respuesta tiene lógica en un ambiente moral en que el delito compensa financieramente más que el trabajo. Ese es uno de los defectos de los sistemas que ponen todo su énfasis en el rédito económico como medida de éxito, pero no es de la harina de ese costal que quiero hablar ahora, sino de la influencia de los liderazgos en la creación de climas moralmente perversos.

La respuesta de nuestra joven se explica en un ambiente en el que el narcotráfico se ha hecho parte de la vida nacional en gran escala. No quiero sugerir que Evo Morales tenga una relación directa con el narcotráfico –no tengo ninguna prueba de ello– pero el hecho de que, ya siendo presidente hubiera mantenido el cargo de líder de los cocaleros fue una forma de legitimar la actividad e, indirectamente, el narcotráfico, ya que la mayor parte, si no toda la coca chapareña tiene ese destino.

Es decir, un líder puede a través de sus acciones y palabras crear el clima moral en que se validan ciertos comportamientos. De hecho, eso es lo que caracteriza a un líder. Si es un líder virtuoso, esos comportamientos serán buenos, y a la inversa, un líder perverso crea el clima para lo cuestionable. En este sentido, Evo no es, evidentemente, el único líder malo de la actualidad. De similar calibre son dos de los más conocidos: Donald Trump y Javier Milei.

En sus actuaciones públicas, Trump ha dado innumerables ejemplos de comportamientos dudosos, de la misoginia a la mentira. El lector que acompaña medianamente la política estadounidense no necesita ejemplos, pero veamos el de la violencia. El discurso político de Trump se caracteriza por la extrema agresividad verbal y días después de las elecciones de 2020, incitó a la violencia física a través de sus elogios a los grupos extremistas que la defienden como método legítimo.

El resultado está siendo un considerable aumento de la violencia política en Estados Unidos. El episodio más dramático ha sido el ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021, que era impensable antes de la era Trump. Sin duda, él siembra en terreno fértil, pues el amor a las armas y a la resolución de los agravios por medio de ellas viene de mucho antes, y está probablemente metido en el imaginario de ese país desde los tiempos del Lejano Oeste.

Pasemos ahora a Milei, otro político actual adepto a una retórica que destila agresividad contra cualquiera que piense distinto o se interponga en su camino, más si es de izquierda. Al estilo del presidente se suma la defensa que hace su vicepresidenta, Victoria Villarruel, de los actos de las dictaduras militares, relativizando el número de muertos y torturados por ellas.

Estos malos ejemplos ya han producido un episodio que ha causado consternación en Argentina. “En un acto con cánticos a grito pelado y fotos junto al avión de los vuelos de la muerte (…) una “valiente muchachada” volvió al lugar donde funcionó la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) (…) militares nostálgicos de los años en que las botas pisaban todo, ingresaron (…) para celebrar el Día de la Armada” (Página 12, 19|05|24).

¡Fotos junto al avión de los vuelos de la muerte! ¿Qué inversión del clima moral hace que un comportamiento como este no sea vergonzante? Ni Milei ni Villarruel lo han ordenado, pero sus discursos lo han inspirado. Por si hubiera dudas sobre la posición del Gobierno, el ministro de defensa, Luis Petri, salió en defensa de la muchachada.

Varios sectores de la sociedad argentina han reaccionado indignados ante ese acto de ofensa a la memoria de los muchos que murieron torturados en la infame ESMA, pero en el clima polarización que se va configurando en ese país no sorprendería que vaya ganando validez el discurso de la negación de la dictadura, como ha ganado en Estados Unidos el del fraude en las elecciones de 2020 y en Bolivia el del golpe en 2019.

Estos líderes alimentan y alimentan su popularidad con falsedades que polarizan a la sociedad. Más allá de otras similitudes y muchas diferencias, los vicios morales que Evo, Milei y Trump promueven son distintos, pero los tres tienen en común la capacidad de generarlos y la habilidad de explotarlos.

La polarización política, en gran parte explicada por la influencia de las redes sociales en la formación de opinión, está favoreciendo el surgimiento de líderes tóxicos en muchas partes del mundo. La muerte de la prensa independiente tiene por esto consecuencias nefastas.

Para terminar, doy el resultado de una encuesta de NBC news. “Entre los ciudadanos que leen periódicos en Estados Unidos, Biden aventaja a Trump en la intención de voto por 49 puntos” y “entre los que no hacen seguimiento de la política mediante la prensa, Trump lidera por 26”.

¿Qué dato más elocuente puede haber del papel que juega la prensa en la formación de opiniones, base de la democracia?




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