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La curva recta | 05/01/2025

Las bicicletas de La Paz

Agustín Echalar
Agustín Echalar

Hace unos 30 años, en la época de oro de las telenovelas brasileñas, una de estas, que estuvo entre las mejores, estaba ambientada en una pequeña ciudad del interior, que tenía algunos ancestros ingleses y un alcalde un tanto loco que decidió que para darle carácter a la ciudad, siguiendo la relativa ancestralidad británica de muchos de sus habitantes, el tráfico debía regirse por las normas de Gran Bretaña, vale decir, manejando todos conservando la izquierda; la propuesta era absurda porque nadie tenía el auto apropiado para ello y porque en el resto del Brasil se manejaba de otra manera. Los guionistas ponían así en evidencia los absurdos de los caprichos de las autoridades de turno.

Algo tan absurdo como ese despropósito de manejar al estilo inglés nos está pasando en La Paz con la idea de querer implementar un circuito de ciclovías para mejorar el tráfico de la ciudad, empezando por la cada día más congestionada zona Sur. No estamos imitando a los ingleses, pero posiblemente sí a la comunidad europea; de hecho, este plan huele un poco a cooperación extranjera, lo digo porque el año antepasado hubo un escándalo de dimensiones mayores por el financiamiento de una ciclovía en Lima por parte de Alemania (la opinión pública alemana se escandalizó al enterarse que dinero de los contribuyentes estaba yendo a financiar una ciclovía en la capital de los reyes a orillas del Pacifico, y el financiamiento fue suspendido).

A mí me encantan las bicicletas, aprendí a montar una en el jardín de la casa de mis padres, pero nunca me aventuré por las calles de La Paz. La primera vez que fui a Oruro, visitamos a una familia amiga que tenía una fábrica de galletas y vi como en la entrada de la fábrica parqueaban decenas de bicicletas de los trabajadores; en mi primera visita a Cochabamba, hace más de 50 años, también pasamos por la fábrica Manaco y ahí vi también delante de la entrada cientos de bicicletas estacionadas, me fascinó.

Sigo con mis memorias: en mi primer viaje a Europa, a Múnich, mis anfitriones me prestaron una bicicleta tanto para moverme por el centro como por las afueras de la ciudad, en la bella zona de Grünwald. No, no, tengo nada contra las bicis; hace un par de años, vi la nueva movida que hay en Santa Cruz donde cientos de personas van a la plaza principal cuando cae la noche y se puede pedalear libremente sin el abrazador calor diurno de la capital oriental. Todo eso es bello y envidiable, pero no reproducible en La Paz; ya habrá notado el lector que todas las ciudades que he mencionado son planas, lo que no sucede con la “ínclita”.

Montar bicicleta en La Paz implica mayores esfuerzos, o mayor capital digamos, para usar una bici con cambios o con un pequeño motor eléctrico; pero hay algo más, y es que precisamente debido a la peculiar geografía de la hoyada en la que la ciudad ha sido construida, tampoco tenemos vías anchas y eso hace que tomar espacios de las calles y avenidas para una ciclovía (que pocos o nadie utilizarán) pueda ser verdaderamente perjudicial para un tráfico más fluido.

La Paz nunca fue una ciudad en la que se usó la bicicleta como modo de transporte y las autoridades ediles debieron haberse preguntado si eso era un tema de imbecilidad colectiva, flojera absoluta o si más bien era el resultado de la experiencia, de conocer el medio, de tener que adaptarse al mismo.

Tengo amigos que aman el ciclismo y que usan sus bicicletas también para movilizarse por esta ciudad, pero son casos excepcionales, extraordinariamente excepcionales. Las cuestas, la altura, no ayudan; son, diría yo, un obstáculo casi infranqueable.

Lo que me preocupa en este proyecto es tratar de entender la lógica del alcalde y sus colaboradores: implementar un plan que bajo ninguna circunstancia es prioritario para nuestra ciudad y que aunque sea parte de un regalo, no mejorará la calidad de vida de los vecinos. La Paz tiene decenas de prioridades antes que hacerse de una ciclovía, que tiene por lo demás un retrogusto propio de Fitzcarraldo, el filme de Werner Herzog. Es difícil entender el entusiasmo por un proyecto así. Un periodismo de investigación ayudaría a comprender este plan. 



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