Las características de la violencia política en los momentos de fin de los regímenes populistas en Bolivia varían, pero eso sí siempre han estado presente. Veamos tres momentos, uno del siglo XX y otro del XXI. Una salvedad genérica, es que los dos primeros ocurrieron en regímenes predemocráticos o dictatoriales, diferentes del último que estuvo en la democracia del siglo XXI actual. Sin embargo, como lo he venido señalando en artículos anteriores de Brújula Digital, ciertos rasgos políticos permanecen en el mediano tiempo.
1. La violencia política en 1964
En 1964, la crisis del enorme MNR tuvo rasgos de pequeña guerra civil interna en Bolivia, entre las facciones pazestenssorista, lechinista, silista y guevarista.
La violencia en 1964 fue sobre todo social, proveniente de las milicias armadas que el propio MNR había creado en 1954 y de la entonces poderosa COB y su esquema corporativo de los sindicatos y juntas vecinales, que habían dividido su preferencia entre varios líderes del MNR (Paz, Siles, Lechín, Guevara Arze y otros). Debe recordarse que ese grave enfrentamiento entre facciones partidarias está aún a 3 años de que los cubanos hubieran armado el plan de guerrilla rural a la cabeza del Che Guevara.
Por ello, solo como ejemplo, las pugnas y los enfrentamientos conocidos entre Cliza y Ucureña en Cochabamba presentaban perfiles muy violentos pues las milicias armadas del MNR en bandos divididos ocasionaron muertos en ambos lados. Se debe recordar que, aunque Paz Estenssoro y Siles enviaron tropas para controlar esa conflictividad rural, fue Barrientos quien finalmente logró el desarme de los campesinos en 1965 y su repolitización a través del Pacto Militar Campesino.
La salida del populismo movimientista, entonces, estuvo cargada de violencia política de origen social y político-ideológico, derivada del enfrentamiento entre facciones internas del MNR.
2. Lo violencia política en 1971
En 1970-71, el populista militar Juan José Torres gestó desde el interior de su propio régimen la violencia civil-militar que lo sepultaría en agosto de 1971.
A la salida del populismo de Torres, la violencia armada –más que social– fue absolutamente previsible por una sencilla razón: estaba todavía organizada, aunque muy golpeada, la estructura militar urbana del ELN, heredero de la presencia del Che que había sido ejecutado en la Higuera en octubre de 1967. Con ese ingrediente, la COB y su “brazo parlamentario” llamado Asamblea Popular (el famoso “poder dual”), se movilizaron junto a sus sindicatos afines, con la presencia final de unos pocos jóvenes armados del ELN y de otros pequeños partidos. En esta situación, la alianza sindical-guerrillera-militar que Torres había producido, se enfrentó con las Fuerzas Armadas, en una de las salidas más violentas que el populismo tuvo en el siglo XX boliviano.
Lo relevante para el presente análisis es que la violencia política de carácter marcadamente social de los años 60s se casó con la pequeña insurgencia armada guerrillera, lo que hizo que esta vez el populismo militar saliera con mucha violencia política y militar.
3. La violencia que vimos en 2019
Cuatro fueron las fuentes de violencia que se visibilizaron claramente en la crisis política de noviembre de 2019 tras salida del populista Evo Morales: 1) el miniaparato armado de cocaleros del Chapare, 2) las masas sociales de transportistas, gremiales y vecinos movilizadas, 3) los individuos armados con aparente entrenamiento militar, y 4) los pequeños grupos de choque al estilo de milicias urbanas de la época guerrillera.
En el caso de los jóvenes chapareños armados con escopetas –y quizá algún fusil–, fue llamativo que se presentaran con pasamontañas o con el rostro parcialmente cubierto; o temían ser identificados (lo más probable) o era una copia del zapatismo mexicano (lo menos probable). Dada la relación de varios municipios del trópico cochabambino con el narcotráfico, la naturaleza de ese grupo se vuelve difusa y, por ello, podría conectarse con lo que hemos llamado “militarización social”.
Los sindicatos y gremios que estuvieron presentes en Sacaba y Quillacollo (Cochabamba), en Senkata y a la altura de UPEA (El Alto), y en Chasquipampa y Ovejuyo en la zona Sur de La Paz, se vio que eran juntas vecinales, comerciantes minoristas y transportistas (minibuseros, trufistas, y radiotaxistas). Estas fueron las enormes masas clásicas violentas, tardía y lentamente movilizadas por el Pacto de Unidad a nivel urbano en La Paz.
En el tercer grupo, más pequeño y de acción más circunscrita, estuvieron las personas individuales que actuando como francotiradores ocasionaron bajas civiles en la multitudinaria protesta ciudadana emergente en la crisis de noviembre de 2019. Uno de ellos fue identificado como excombatiente de las FARC, lo que hace suponer que pudo haber varios de estos sujetos en distintas lugares del país.
Y, finalmente, aunque estuvo parcialmente visible en 2019, vale la pena mencionar al grupo de jóvenes –probables militantes del Partido Comunista y otros pequeños partidos radicales del Gobierno– que, al parecer, habiendo recibido cierto entrenamiento en Cuba, una vez llegado Arce al Gobierno en 2020, tuvieron una presencia permanente atacando a los ciudadanos movilizados sobre todo en La Paz. Esto muestra la existencia de uno o más grupos de clase media, con acciones fascistizadas de violencia en su afán de aplastar la protesta ciudadana.
Hasta aquí se ha expuesto las características de la violencia social, política y militar que generaron los regímenes populistas en la hora de su finalización. Si de verdad se va agravando la crisis del régimen actual, ya podemos intuir de donde posiblemente vendría la violencia que acompañará su salida.
Carlos Hugo Laruta, sociólogo, es docente
investigador de la UMSA.