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Intensamente | 18/07/2025

Lo indígena en las elecciones de 2025

Carlos Hugo Laruta
Carlos Hugo Laruta

A fines del siglo XX estaba en conformación lo que hoy está ya en una crisis casi terminal: el socialismo del siglo XXI. En Bolivia y Ecuador, sobre todo, y en otros países con numerosa población autóctona, el “indígena” se convertía en el nuevo sujeto histórico que reemplazaba al viejo proletariado en la visión mesiánica del marxismo clásico y del postmarxismo que se entrelazaron con el indianismo.

Con esto se establecía un nuevo eje articulador del “pueblo” como conjunción de los desposeídos, típicos componentes del remozado sujeto llamado “nacional popular” que, en su arribo al gobierno a inicios del siglo XXI, instaló los regímenes populistas o neopopuplistas.

Y como lo fuimos sosteniendo a lo largo de varias décadas de análisis, el proceso de conformación e instalación de los populismos que surgieron con el capital social, político e ideológico acumulado en varias décadas del siglo XX emergió sobrecargado de ideología, hiperideologizado. Es decir que, desde antes de su llegada al Estado ya portaba varias exageraciones en sus concepciones e ideas sobre los actores políticos.

Llegó al paroxismo de sus excesos de falacia y autoengaño cuando logró instalarse en los gobiernos a través de varios procesos electorales, convirtiéndose así en un enorme autoengaño social donde lo étnico, como identidad sociopolítica, adquirió ribetes de mito fundante de una supuesta nueva sociedad. Y claro, los mitos, son como globos que al pincharse quedan reducidos a su mínima expresión real.

En Bolivia, un hito de ese proceso mítico fue la manipulación etnicista de la identificación cultural del censo de población de 2001 con la pregunta referida a la identificación de sus habitantes. Y, claro, en cuatro de nueve departamentos del país, los ciudadanos se vieron obligados a autoidentificarse como “ninguno”. En Pando el 83%, Tarija 80%, Beni 67% y en Santa Cruz el 62%.

Es decir, al impulso del populismo etnicista, su propio Estado “ninguneó” a más de la mitad de su población y estableció una horrorosa discriminación y exclusión con su propio pueblo.

Desde 2001 el mito de la “mayoría indígena” se convirtió en la verdad religiosa del populismo instalada en enero de 2006 y que ahora, en 2025, que se cae a pedazos.

Bolivia es, así está quedando demostrado, una sociedad moderna y del siglo XXI.  En este siglo, los grupos identitarios o las identidades culturales parciales no son la identidad nacional global, no lo son. Por ello, es claro que estos grupos parciales ocupan un lugar incómodo dentro de la democracia, pues, aunque son solo porciones menores, se les llamó “naciones y pueblos indígenas originarios campesinos”.

Y no siendo su reconocimiento necesariamente bueno ni malo en sí mismo, en las sociedades modernas pueden –de hecho, ha ocurrido ya– poner a su grupo parcial por encima de los principios y valores centrales de la democracia como bien común de un Estado moderno, y aplastar a la justicia y la igualdad entre ciudadanos que comparten una misma comunidad política.

Eso es lo que ocurrió en Bolivia durante los 20 años de gobierno del MAS. Es también parte de la hiperideologización del proceso “nacional popular” y de la crisis actual del sujeto indígena.

En 2025 está quedando claro que estos grupos de identidad cultural parcial, con sus principios y valores propios, no pueden ser la substancia central de la vida en democracia, pues oscilan –lo hemos visto en el país– entre el irrespeto a la igualdad de los individuos y la opresión hacia su propio grupo. En una democracia justa como la que muchos buscamos, el ideal es tratar a los individuos en igualdad de condiciones, con los mimos derechos básicos, como personas, como seres humanos, sin negar sus identidades parciales.

Desde esta mirada, los grupos de identidad parcial no son la fuente última de valor en la vida democrática, incluyendo la realización de los censos y sus preguntas, pues el riesgo, como ocurrió ya en el censo 2001, es llegar a extremos inaceptables de discriminación, exclusión e imposición abusiva de identidades parciales sobre la identidad cultural global, que es la identidad boliviana.

Con lo dicho, entonces, no es de extrañar que en las ideologías políticas que aparecen con los candidatos en 2025 se observe que el etnicismo se desinfla. En el liberalismo (Tuto, Dunn) las identidades parciales se pierden riesgosamente en un mar de aparente y absoluta igualdad. En cambio, en las visiones de centro y socialdemócratas (Samuel), dichas identidades parciales se mantienen positivamente, pero sin que se apropien abusivamente de la identidad nacional globa-l.

Ha llegado la hora del realismo. Los excesos ideológicos etnicistas del MAS ya no tienen posibilidad de existencia. Pero si esas identidades parciales son parte de la realidad nacional, siempre deberán ser tomadas en cuenta sólo como parte de la identidad nacional global.

Viendo a los candidatos y sus propuestas, ya sabemos quién está mejor ubicado en esta visión moderna de la sociedad boliviana y su Estado. 

Carlos Hugo Laruta Bustillo es sociólogo.




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