“La cohesión social es sentirse parte de una
comunidad, aceptar las reglas que la rigen y valorarla como algo importante. Y
así como valoras en términos generales a ese todo, entonces te sientes cómodo,
solidario, empático y corresponsable con lo que le pasa a la gente de esa comunidad”
(Tironi, 2010). La cohesión social también se define como “el grado de consenso
de los miembros de un grupo social o la percepción de pertenencia a un proyecto
común”, o “los lazos que tenemos como sociedad diversa, fundamentados en
relaciones recíprocas, respetuosas, y generosas”. Todas las definiciones llevan
a lo mismo: vivir en comunidad y en corresponsabilidad con sus miembros de los
cuales, soy parte, y con los cuales, acepto tener un objetivo compartido.
Queda claro que eso es lo que no tenemos en Bolivia en este momento, y por el contrario, pareciera que hacemos ostentación el desconocer su importancia. Hablo de los bloqueos y del nivel de violencia que practicamos para obtener nuestros objetivos.
La cohesión a nivel grupal permite que un equipo de fútbol entrene y compita con éxito; que una orquesta de música ensaye y sea capaz de lograr armonía; que un grupo de baile se deslice con gracia en la pista; que un equipo médico realice una operación exitosa y devuelva la salud al paciente. En ámbitos industriales, está dado por los procedimientos que deben cumplirse rigurosamente para producir un producto.
La cohesión se hace más necesaria de lograr y resulta más complicada, cuando las personas no tienen lazos comprometidos entre sí, a pesar de vivir relacionados. El tráfico, la basura en las calles, el orden y la limpieza en los mercados, la convivencia en el barrio o en un edificio para respetar horarios y acuerdos. Y desaparece cuando el interés personal o grupal, se sobrepone al colectivo. Entonces, un conflicto con el director de una escuela genera un bloqueo que corta olímpicamente una carretera transoceánica.
Convengamos que se llega a esos extremos, algunas veces, por la ausencia de respuesta oportuna de las necesidades por parte de las autoridades; sin embargo, sin calificar la justicia de la protesta, es evidente que quien practica la ruptura cotidiana de la interacción social, rompe los principios fundamentales de la cohesión social.
El derecho a la huelga, violencia legalizada, tiene un procedimiento de negociación previa que exige su cumplimiento para que la ley la ampare. En la investigación académica de la realidad boliviana por encontrar instrumentos que nos ayuden a enfrentar la violencia institucionalizada, abierta y destructiva, he identificado dos que se ofrecen como posibilidad extraordinaria: el turismo y el vivir en ciudades.
En el turismo, los más de 20 actores que actúan directamente y que están dispersos en el territorio donde se ofrece el destino, obligan a entender que el incumplimiento de uno de ellos, rompe la cadena y perjudica absolutamente a todos. Lo mismo ocurre al vivir en una comunidad urbana que genera contigüidad, obligaciones múltiples, prácticas sociales concertadas y satisfacciones colectivas generadas en la convivencia y el espacio público. Cada una de estas categorías, pedagógicamente, nos obligan a un aprendizaje que todavía no hemos desarrollado. Y frente a la crisis, vamos a tener que hacerlo a marchas forzadas.