Bolivia puede vivir del turismo, el café, la miel, el chocolate, la gastronomía, en ciudades intermedias, “con gente de gesto antiguo que da la mano y saluda al sol.”
La semana pasada, en Samaipata, con los compañeros chiquitanos productores de café Minga y el apoyo de Acodam y Aexcid, con el Cepad, hemos vuelto a repasar la teoría y la práctica del desarrollo territorial productivo, la cohesión social, la retención de la población en sus lugares de origen, y las técnicas para enfrentar la crisis económica, generando riqueza material y simbólica. Comprobamos, con las personas que viven en el territorio, que están construyendo sus esperanzas con firmeza.
Samaipata tiene desarrollada ventajas comparativas y competitivas en producción, logrando las tres condiciones básicas para obtener resultados que aspiran 300 municipios bolivianos: empatar las ventajas y condiciones del territorio; desarrollo de condiciones materiales, infraestructura y servicios, y, voluntad y desarrollo de capacidades de la población. El municipio está pasando ahora a la tarea grata de la cosecha plena, que ya puede apoyar a otros con la construcción de un modelo sustentable.
El café es otra de las cualidades de la zona. La visita a cuatro fincas productoras de café de especialidad, dos en el municipio de El Torno, Polares y Del Huerto, y dos en Samaipata, OsKar, que también cuentan con una cafetería de especialidad en el pueblo, y Cuevas, se suman a las otras fincas productoras, Buena Vista entre ellas. Se suman a la oferta de bodegas, productos alimenticios de calidad y capacidad hotelera y de albergues.
La riqueza en esta oportunidad fue el acompañamiento de Fernando Catalán, coordinador de la carrera de gastronomía de la UDI, chef de profesión, fotógrafo, productor audiovisual profesional e influencer notable. Además de realizar el registro fotográfico de la actividad, pudimos compartir experiencias sobre esta combinación virtuosa entre turismo y gastronomía, que se vive tan intensamente en la degustación de un locro de gallina criolla cocinado con leña, o la puesta en valor de las potencialidades de la almendra chiquitana, el achachairú, la quinua real o la oca.
Dos hallazgos en el diálogo me parecieron magistrales. Dice Fernando que la gastronomía puede unir a los bolivianos pues en su diversidad, riqueza y sabor, establece una complementariedad que consolida cercanía, respeto y gratificación del espíritu. El segundo es que los bolivianos no valoramos suficientemente nuestra gastronomía en su dimensión justa, pues frente a terceros no la incorporamos en una invitación de gala para gratificar a nuestras amistades, prefiriendo hacerlo con platos internacionales.
Cuando estamos trabajando sobre el turismo y la necesidad de construir cohesión social entre bolivianos, estas precisiones adquieren un valor práctico digno de reflexionarse.
Aparecieron de manera natural muchos nombres en el arte de combinar sabores y saberes, aunque dos se repitieron con insistencia por la capacidad e involucramiento en el oficio de comer bien y con una dimensión que supera lo nacional; nuestra admirada Camila Lechín, con su comida sostenible, y Juan Pablo Gumiel, chef chuquisaqueño que está en la lista de los innovadores de la comida de vanguardia.
Tengo la sensación que estamos encontrado una veta de riqueza extraordinaria que, de sumarse conscientemente, puede convertir el territorio nacional en tierra de aventuras y de sabores. Quien quiera sumarse, este es el momento. Mientras, nosotros ya estamos preparando el mapa de los municipios turísticos en los que tiene que ganar la ciudadanía productiva. ¿Te imaginás que 30 chefs fueran alcaldes en otros tantos municipios turísticos?