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05/09/2020
El Satélite de la Luna

La planta de biodiésel

Francesco Zaratti
Francesco Zaratti

Rudolph Christian Karl Diesel (1859-1913) fue un ingeniero alemán que nació, trabajó y murió en circunstancias trágicas en Francia. Diesel ha quedado inmortalizado por el invento de un motor ampliamente utilizado en maquinarias agrícolas, barcos y camiones. Curiosamente, el primer motor diésel funcionaba con un biocombustible, el aceite de palma para ser preciso, pronto reemplazado por un derivado del petróleo. 

Esta historia me ha vuelto a la memoria al escuchar al candidato presidencial del MAS-IPSP, coloquialmente “Instrumento Político para Senadorar al Presunto…” (póngale la imputación que corresponde), anunciar la estrella de su programa de gobierno: “una planta de biodiésel”.

Es posible que algunos lectores, aturdidos por la polémica de los últimos días acerca de los milagros de la biotecnología, pensaran que la propuesta apuntaba a introducir el cultivo de una nueva planta, una soya genéticamente modificada, cuyo fruto contendría el aceitoso biodiesel.

Pero la realidad es menos divertida y más preocupante. En honor a la verdad, la propuesta de la planta industrial de diésel, revelada en un foro electoral, es demasiado genérica, confusa y contradictoria para tomarla en serio. De hecho, apenas está mencionada en el programa de gobierno entregado al TSE. 

Se me ocurren, por lo pronto, tres preguntas: ¿Quién construirá la planta y dónde? ¿De dónde saldrá la materia prima? ¿Dónde irá a parar el supuesto ahorro del subsidio al diésel reemplazado?

A falta de más información y con base en la triste realidad de los proyectos de “industrialización” (los celebrados elefantes azules) y en el delirio estatista de ese partido, es lícito suponer que será otra inversión del Estado, con préstamos del Banco Central que nunca se devolverán, máxime ahora que se acabó la bonanza de divisas. Podrían hacerlo los privados, como en el caso del etanol, pero eso le cuesta al usuario y al Estado. Además, por los antecedentes, es previsible que la ubicación sea en Achacachi u Orinoca.

La materia prima es la soya, un importante cereal de la cadena alimenticia, cuyos cultivos obviamente se ampliarán presionando la frontera forestal, con todas las consecuencias ambientales que esa expansión implica, incluso el mayor consumo del diésel que se pretende reemplazar.

Finalmente, no hay que olvidar que el biodiésel es tan sólo un aditivo del diésel fósil (hasta un 25% de acuerdo con la Ley 1098), el cual, de todos modos, se seguirá importando, a un costo posiblemente menor que el biodiésel. La diferencia, y con eso respondo a la tercera interrogante, la pagan el usuario y YPFB mediante el subsidio que irá al productor a título de incentivo.

Es cierto que el problema del diésel requiere de soluciones urgentes, en vista del creciente e insostenible monto de divisas que se gastan en la importación; pero, antes de aventurarse en la producción masiva de biodiésel, habría que evaluar, entre todos los interesados, sus implicaciones técnicas, económicas y ambientales y explorar las alternativas más convenientes para el país. Una alternativa es también el biodiésel, como sucede en todo el mundo, si es comercializado en condiciones de competitividad y no impuesto coercitivamente, como el bioetanol.

Buscando ser propositivo, si el biodiésel es tan bueno y virtuoso como se pregona, ¿por qué no permitir, a manera de experimento, a los principales consumidores, los agroindustriales, invertir, producir y usar el biodiésel que requieren en sus maquinarias hasta el máximo porcentaje de aceites vegetales permitido por la Ley 1098?

   
Francesco Zaratti es físico y analista.



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