No obstante que entre 2005 y 2014 nuestras exportaciones se multiplicaron 4,5 veces y en 2023 aún eran 3,8 veces superiores a las de 2005 (INE 2025), Bolivia aún se encuentra entre los países con menor ingreso por habitante de América Latina y nuestro PIB sigue dependiendo de los precios de las materias primas. Para poder progresar es decisivo que dejemos de depender de exportar recursos naturales, aunque estén algo procesados: hay que hacer un cambio en las reglas del juego que rigen nuestra sociedad a fin de dejar de ser rentistas.
En realidad, la inmensa mayoría de los bolivianos, incluidos empresarios y semi empresarios de todo tamaño, no vivimos de rentas sino de nuestro trabajo. El objetivo de ese cambio debería ser que, para todos, la única manera de progresar fuera trabajar e innovar, y ser cada vez más productivos, para lo cual es esencial avanzar en conocimiento y capacidad de innovar. Pero en Bolivia la manera más fácil de ganar dinero todavía es la prebenda, la corrupción. Históricamente, el principal soporte de los partidos gobernantes ha sido el clientelismo.
En una columna anterior propuse que toda la renta de los recursos naturales fuera destinada a un fondo para lograr educación de alto nivel, pero Roberto Laserna –el autor de “La trampa del rentismo” (2006) – observó que difícilmente esos recursos serían bien utilizados para tal fin con un Estado como el actual. Y tiene razón: ¿Cómo puede gastar bien los fondos públicos un estado clientelista?
Tenemos que repensar y reconstruir el Estado. Para empezar, establecer unas reglas básicas del juego político y económico en las que todos y todas estemos de pleno acuerdo, y hacerlas cumplir con un Estado que haga primar los intereses generales y no los de quienes están en el gobierno. Y para lograr estos objetivos, requerimos, en primer lugar, unificarnos nacionalmente, lo cual ha resultado particularmente difícil en Bolivia por su gran diversidad étnica y geográfica.
La buena noticia es que hemos avanzado en unificarnos. El punto de partida, donde se encontraron los bolivianos de todas las etnias y regiones, fue la Guerra del Chaco, que dio lugar a la Revolución Nacional: el voto universal, la reforma agraria y la reforma educativa. Y, más adelante, con otro gobierno del MNR, la Revolución concluyó con la incorporación de la población rural al municipio, “la base del Estado” (1994). Gracias a ello fueron incluidos plenamente en la política los antes excluidos, como lo demuestra Moira Zuazo en “Cómo nació el MAS” (2008).
Pero el MAS fue capturado por una ideología marxista, según la cual la lucha de clases en Bolivia es una lucha de razas y gradualmente se puede llegar al socialismo -la supresión de la propiedad privada- si se reinstaura el Estado productor y se lo va expandiendo. Haber ganado las elecciones cuando aumentaban las exportaciones de las materias primas -en gran parte gracias a la capitalización- y, sobre todo, su precio, les dio la oportunidad de poner en práctica su modelo. Pero el modelo no ha funcionado, sólo transformaron al MAS en un nuevo partido clientelista que acaparó ya no sólo el poder político sino también el económico, al reinstaurar el estatismo. Están fracasando. ¿Por qué?
Porque los empleados públicos, más si son corruptos, son pésimos empresarios. Marx se equivocó al afirmar que algún día se podría prescindir de la propiedad privada, que nace del instinto de sobrevivencia, el verdadero motor de la economía. Y, en todo caso, él sostenía que se llegaría a su supresión sólo cuando el capitalismo se convirtiera en un freno para el desarrollo de “las fuerzas productivas”, lo que actualmente, como ha descubierto el Partido Comunista de China, está muy lejos de ocurrir.
Pero la ideología marxista-indigenista del MAS llegó a imponerse en una nueva Constitución (la 21 o 23 en nuestra historia). Es cierto que en el Occidente los colonizadores españoles y sus descendientes abusaron de los nativos. Pero no los jesuitas que colonizaron el Oriente, por eso allí reina la confianza. Y también es cierto que en el Occidente los descendientes de los españoles siguieron abusando de los descendientes de los nativos. Pero eso ya pasó: ahora todos somos mestizos, y todos y todas tenemos los mismos derechos políticos, sociales y económicos.
Tenemos que terminar de unificarnos nacionalmente: definir principios en que todos coincidamos, y plasmarlos en una Constitución corta, realista y no voluntarista, que sea válida por muchos siglos. Que la única manera de progresar sean el estudio, el trabajo y la innovación sobre la base de la propiedad privada –también de las ideas– y la competencia. Y empezar por erradicar para siempre al Estado clientelista: lograr que la burocracia sea mínima y estrictamente meritocrática. Sólo así podremos superar el atraso, como ya lo han hecho países que antes estaban más atrasados que nosotros.
Iván Finot es economista, experto en descentralización y desarrollo.