Fue la antesala de un cónclave cardenalicio. La clase política del mundo se esmeró en aparecer en la foto en el funeral del Papa Francisco. Fue un encuentro, quizás, el más ríspido de todos los funerales papales. El matiz estuvo marcado por una indisposición generalizada por cómo van las diplomacias a nivel mundial y que se agravaron con la llegada a la presidencia de Estados Unidos de un imbécil político como lo es Donald Trump.
Al menos 50 jefes de Estado estuvieron presentes junto a más de 160 delegaciones diplomáticas y figuras de la realeza que se dieron cita en el corazón del Vaticano para dar el último adiós a Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa latinoamericano.
Fue, como todo lo que hace la Iglesia, una ceremonia abarrotada de simbolismos acordes a la impronta de Francisco, un Papa que se distanció de los lujos de la Iglesia y que –para muchos–será recordado por su lucha para hacer de la Iglesia una organización más inclusiva y progresista.
Fue muy criticado por su cercanía para mediar un diálogo entre Cuba y Estados Unidos, por su permanente llamado a la paz y el fin de la guerra de Ucrania.
En tal sentido, salvó, quizás, Vladimir Putin que envió a su ministra de Cultura, Olga Liubímova y Benjamín Netanyahu, quien, de plano, retiró toda clase de condolencias por la sistemática queja de Francisco hacia Israel por los constantes bombardeos a los palestinos, fueron consecuentes con su postura política, junto al presidente de China, quien ni siquiera pestañeó por la muerte del Papa Francisco. Por lo menos, estos tres no fueron parte de este montaje político que se desplegó con todo su esplendor en el último adiós papal.
Este burdo afán de certificar una cercanía con el Papa choca de frente con la doblez de una clase política que sistemáticamente ha desatendido las indicaciones de Bergoglio, sobre todo en temas como la guerra, el cambio climático, el respeto de los migrantes, de los derechos humanos, de los pobres, de los detenidos. Su agenda chocó brutalmente con la de los políticos globales.
Baste un ejemplo diáfano sobre este postureo: Las políticas públicas de la Primera Ministra, Georgia Meloni se caracteriza por un apoyo incondicional a una serie de políticas crueles y discriminatorias en contra de los migrantes, que han causado miles de muertes en el Mediterráneo; sin mencionar, las políticas públicas que favorecen a las élites, los bancos y las empresas transnacionales en detrimento de los sujetos más vulnerables de la sociedad.
Incluso Meloni decretó cinco días de luto nacional –todo un récord, dado que es el mayor número de días de luto concedidos en la historia republicana–. Por la muerte de Juan Pablo II, se determinó tres días de luto, lo que resulta muy contradictorio, además, porque constitucionalmente, Italia se considera un país formalmente laico. Sin mencionar que el Papa es el representante de un Estado extranjero.
Mediáticamente, no hubo excepciones. El luto mundial permitió atiborrar los medios y las redes digitales con una fuerte retórica papista. Desde videos cortos de equipos de futbol, de la AFA, del gobierno de Milei y su polémica comitiva para asistir al funeral papal.
Transmisiones televisivas ininterrumpidas, programas noticiosos claramente en contra de la agenda de Francisco, alabando su labor en una clara contradicción de posturas, dejando en evidencia el instrumentalismo de estas redes globales de las agendas noticiosas. No hubo un sólo canal de televisión donde no apareció algún sacerdote, monja, teólogo u obispo que intervino con voz llena de pesar para explicarnos la vida, el pensamiento y las acciones del difunto papa.
Todo sirvió para buscar rating, audiencia, atención mediática, frente a un Papa que buscó todo lo contrario: quería ser solo un “servidor de Cristo” y quería irse de la forma más sencilla posible, de modo que rebajó en su testamento la pompa que ha acompañado históricamente a la muerte de un Papa. Sin embargo, no pudo evitar que sus exequias se convirtieran en un acontecimiento político mundial, en un momento especialmente convulso y conflictivo.