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País con arritmias | 23/05/2025

La falta de dólares está apagando vidas

Cecilia Vargas Vásquez
Cecilia Vargas Vásquez

El lunes fue un día particularmente complicado en Bolivia. Entre vítores y marchas, con calles bloqueadas por ciudadanos o por las fuerzas del orden, principalmente en el centro de la ciudad de La Paz –especialmente en la zona de Sopocachi, donde se encuentra el Tribunal Supremo Electoral– se llevó a cabo la inscripción de partidos y alianzas políticas para las elecciones de agosto de este año.

Los medios de comunicación y las redes sociales estuvieron saturados de información sobre los candidatos, en especial aquellos que enfrentaban conflictos internos en torno a qué partido acogería su liderazgo. Oficialistas y opositores estaban atentos a las famosas listas elaboradas en los bunkers de cada alianza o partido. Seguramente, esos escenarios fueron testigos de abrazos y disputas, de manos estrechándose en acuerdos o gestos de desagrado, y en todas partes, grandes expectativas. Son momentos de éxtasis para quienes dedican su vida entera a la política, y también un escenario interesante para analizar personalidades, acciones, posturas, lenguaje no verbal e incluso desde una mirada psiquiátrica. Todo eso influido por quienes toman decisiones finales, entrenados para no demostrar afecto ni emoción, por estrategia.

Mientras tanto, el mundo sigue girando. Y duele ver en los hospitales a cientos de enfermos que no encuentran solución a sus males. Muchos de ellos podrían haberse prevenido con vacunas o evitando la exposición a tóxicos. Otros surgen de manera inesperada, por algún gen que decidió manifestarse justo en medio de una crisis. La variedad de enfermedades es infinita, afecta a cualquier edad y combina todas las posibilidades: desde niños con cáncer o enfermedades renales, hasta adultos diabéticos que requieren cirugías con prótesis –ya sea un clavo traumatológico, una malla para hernias o un marcapasos–. Ninguna de estas prótesis es cubierta por el Sistema Único de Salud (SUS), y conseguirlas es cada vez más difícil. La escasez de dólares y la inflación están golpeando los bolsillos de todos... o de casi todos, porque según las últimas noticias, la familia del presidente Luis Arce parece no notarlo. Pero cientos de familias bolivianas sí lo sienten.

Duele ver a un joven internado con una afección pulmonar tuberculosa, enfermedad que se presenta con mayor frecuencia en personas desnutridas. El joven, de 22 años, estudia Comunicación Social en una universidad pública, pero ha tenido que interrumpir sus estudios por su hospitalización. A simple vista parece mucho más joven. Con los pómulos hundidos y una expresión de profundo sufrimiento, cuenta que sus padres murieron y que tiene dos hermanos menores. Durante meses solo ha comido una vez al día: “tiene que alcanzar para que comamos los tres”, dice con dificultad para hablar. Sobrevive ayudando en el mercado, aunque cada vez encuentra menos trabajo. Él y sus hermanitos están al cuidado de una tía lejana y anciana, quien solo notó que el joven se quejaba de dolor de espalda antes de ser llevado al hospital.

En otra sala, encontramos a un taxista de treinta y tantos años. Hace un par de semanas, comenzó a sentir una fuerte agitación. “Doctora, tomé un ‘chesquito’ y pensé que se me pasaría, pero no se me ha pasado, por eso he venido al hospital”, dijo. Apenas ingresó a emergencias, se le detectó una arritmia mortal. Tal como titula esta columna, una arritmia –cuando el corazón pierde su ritmo regular–. Los médicos actuaron a tiempo, usando desfibriladores como en las películas. Ahora, ese hombre necesita un marcapasos especial, que cuesta casi 20 mil dólares. En bolivianos, aún más, aunque su valor real disminuye cada día. Al consultar con las empresas que importan estos dispositivos, nos informaron que quedan muy pocos en el mercado. Varias empresas ya no quieren importar más porque no pueden cubrir los costos: no hay dólares, y los pacientes no pueden pagar lo que cuesta. Además, los aranceles de importación hacen que los productos mencionados tengan más altos sus precios.

Si analizamos la situación de los medicamentos e insumos médicos, el panorama es aún más desolador. Para quienes padecen enfermedades graves, mantenerse estables se ha vuelto extremadamente difícil, tanto en el sistema público como en el privado. Basta con ver los noticieros: se multiplican los pedidos de ayuda, rifas, kermesses, códigos QR compartidos para recaudar fondos. Es necesario contrastar las coberturas reales con las que solo existen en el papel en relación al SUS.

Mientras tanto, las listas electorales van y vienen. Aparecen nombres, se lanzan denuncias y contradenuncias, y se reparten promesas de todos los colores. Mientras tanto, esos dos bolivianos hospitalizados se informan desde sus celulares –porque en los hospitales públicos ni siquiera hay televisores–. Sus familias lloran, impotentes. El acceso a la salud es cada vez más limitado. ¿Acaso quienes elaboran esas listas piensan en casos como estos?

En 2019 se implementó el SUS coincidiendo con un año electoral. Hoy es imprescindible trabajar en una política sanitaria real y sostenible, con seriedad y un sólido respaldo técnico. Porque si seguimos haciendo lo mismo, con las mismas personas, el resultado será el mismo. Considero urgente evaluar esta situación y, de ser necesario, eliminar los aranceles de importación de medicamentos e insumos médicos, especialmente de aquellos que no se producen en el país. Asimismo, es fundamental que los procesos aduaneros y los registros sanitarios se hagan más ágiles y eficientes, de modo que los despachos no se conviertan en cuellos de botella que retrasen la llegada de insumos vitales. Puede ser una medida transitoria o permanente, pero lo que está claro es que es necesaria.



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