Las revoluciones acumulan mucho poder, se extienden en el tiempo y creen representar intereses supremos (pueblo, proletariado, patria), por tanto, ven a sus adversarios políticos como fuerzas malignas: ellos sólo representarían intereses mezquinos y perversos (imperio, burguesía, anti-patria). Por eso, ni los escuchan ni dialogan, solo tratan de aplastarlos. Son la carne política de su cañón ideológico.
En Bolivia, la “revolución democrática y cultural” es casi una revolución en el sentido pleno de la palabra, salvo el uso de la violencia discrecional (como fue ejercida por el MNR durante su primer gobierno revolucionario a través de las milicias armadas), aunque recurre a la vía coactiva judicial, la represión policial y las contramovilizaciones. La acumulación rebosante de poder representa la fortaleza de una revolución, también su debilidad y desgracia, porque la enferma de hybris. La hace perder el sentido de los límites y la empuja hacia la desmesura, porque está presa de la soberbia y la arrogancia desmedidas. Esto la lleva a sobredimensionarse: tiene mucho poder, pero no todo; puede mucho, pero tampoco todo, sobre todo y no siempre, de manera legítima. Estos tropezones, repetidos una y otra vez, la van degradando y deja de funcionar con espontánea suavidad. Hasta que solo queda la monologante soberbia y la unilateral arrogancia.
Hernán Terrazas (HT) en su columna “Un gobierno débil” (Brújula Digital, 14/3/23) permite puntualizaciones, clarificaciones y contextualizaciones a la reflexión de base que efectúo: el poder del MAS. Plantea que las organizaciones de base que lo sustentan carecen ahora de un liderazgo único y de un proyecto común. “No saben a quién seguir”, unos siguen a Morales y otros a Arce. Pero HT hace una observación de fondo sobre los seguidores de Arce: son “gente que recibe un sueldo cada fin de mes. No son militantes, son burócratas y están dispuestos a jugársela por el jefe mientras reciban su boleta de pago, pero hasta ahí”. O sea, predominan las ambiciones y los intereses desterradas las ilusiones y las convicciones. Además, “fue muy duro con sus adversarios políticos, como para esperar que de ellos venga un respaldo coyuntural”.
Es decir, el MAS tuvo mucho poder, pero se debilitó por su pugna interna (retórica en la cúpula y contenciosa en las bases), y enfermo de hybris como está, uno, maltrató a sus adversarios políticos –fue lo suficientemente duro para hacerse odiar, pero ¿será lo suficientemente fuerte para defenderse de los ataques de odio? –; dos, se ha deslegitimado progresivamente debido a la corrupción, al debilitamiento institucional y al renovado “cuoteo” de las reparticiones estatales con las organizaciones sociales –las oposiciones van condensando un vocabulario común cada vez con más letras: democracia, división de poderes, Estado de Derecho, ética, institucionalización, justicia, meritocracia, transparencia…–; y tres, enceguecidos los masistas “tardarán en comprender, como Edipo, quién es el responsable de la peste de Tebas”. Para colmo de males, el “modelo económico social comunitario productivo” pierde la solidez del pasado (inmediato y corto) para empezar a trastabillar y mostrarse como la continuación de una economía históricamente vulnerable y endeble.
Lo dijeron antes y amerita repetirlo hoy: una revolución no cae por la fuerza de sus adversarios, sino porque implosiona. La razón: su fortaleza resulta siendo su debilidad, porque la enferma de hybris.