Estamos –como sociedad– revirtiendo nuestra evolución y cada vez más nos estamos transformando en un cuerpo fragmentado, conflictivo y dividido. Estimulamos la ira, la decepción, el rechazo. La desidia. Y no es de ahora. Sino desde siempre. Como raza humana nos hemos aborrecido mutuamente toda la vida. Libramos guerras y encendemos prejuicios contra nuestros semejantes, sin medir consecuencias. Discriminamos por motivos de nacionalidad, clase, etnia, raza, orientación sexual, religión, género o por ser de un equipo diferente de fútbol. ¿Qué hace que como humanos seamos tan sociables y malvados, al mismo tiempo?
Un libro extraordinario, que es muy oportuno leer y que titula “Por qué odiamos” de Michael Ruse (editorial Deusto), nos alerta sobre la enorme capacidad del ser humano para odiar y de cómo en nuestro y actual tiempo, asistimos a una revitalización de las tensiones sociales y la polarización política con la llegada de los populismos en todo el planeta.
El amor y odio son caras de una misma moneda, pero el primero amerita entrega y empatía. Un esfuerzo mental, espiritual y de entrega. Un esfuerzo de aceptación del contrario, del opuesto y aceptar esa contradicción como parte de nuestras vidas. Abrir el juego. El odio, en cambio, es simple. Es burdo. Tosco. Sólo es necesario tener la inercia hacia la tirria y dejarse llevar. Hacia la aberración del otro y de uno mismo, también.
Es la famosa suma cero, de la que tanto se discute en las clases de economía y negocios. Aquella creencia de que la vida es una batalla permanente por recompensas finitas y en la que las ganancias para uno deben siempre significar pérdidas para el otro. Esta noción parece estar en todas partes y ser la norma habitual en todos los sentidos.
Nos hemos enfrascado en marcar las diferencias entre las personas en lugar de resaltar aquello que tenemos en común y, a partir de ahí, quemar naves y puentes. ¿Y por qué lo hacemos? Porque ya casi hemos extraviado la compasión. Ya nadie quiere reconocer que todos somos iguales, que todos queremos ser felices, que nadie quiere sufrir, que somos miembros de la misma especie. Nadie es compasivo con nadie. Eso es para los débiles. Para los perdedores. Hoy se debe ser fuerte, bruto. No educado, sutil, suave. Que no es lo mismo que manso o domeñado.
Puede que Trump no sea el único bellaco. También lo es Vladimir Putin y Xi Jinping, Erdogan, Maduro, Ortega, entre otros tiranos, quienes también han mostrado una marcada visión de suma cero en un mundo en el que las potencias más grandes consiguen hacer lo que quieren mientras que las más débiles –deben– sufrir.
Es la construcción de un mundo cínico y muy contagioso de la lógica de “nosotros o ellos”, que se extiende por países, comunidades y familias.
La vuelta al pensamiento de suma cero es, en cierto modo, una reacción contra el pensamiento colaborativo y del multilateralismo de la era posterior a la Guerra Fría: la idea de que la globalización podría elevar a todos los barcos, de que Estados Unidos podría elaborar un orden internacional en el que casi todo el mundo podría participar y convertirse en un actor responsable, en lugar de uno opresivo y totalitarista como lo fue el bloque socialista.
Hasta hace poco, el orden internacional se basaba en gran medida en una idea diferente: que la interdependencia y las normas impulsan las oportunidades para todos. Era una aspiración, que produjo un crecimiento económico cuatro veces mayor desde la década de 1980, e incluso tratados de desarme nuclear de las superpotencias. También estaba llena de promesas gaseosas –desde lugares como Davos o el G20– que rara vez mejoraban la vida cotidiana.
¿Cómo se construye un futuro más sostenible? La respuesta parece provenir desde la perspectiva de ponerse en el lugar del que no tuene acceso, del que fue marginado, del que piensa distinto, del que no habla el mismo idioma y encontrar un punto de conexión.
¿Entonces valdría la pena preguntarse cómo encaja en esta suma cero el camino hacia un futuro en el que la inclusión, la diversidad y la sostenibilidad sean valores no negociables? Cómo construir liderazgos empáticos, circulares, accesibles y que valoren y defiendan la diversidad cultural.
Parece imposible, porque cada día avanzamos – de manera muy acelerada – hacia un retroceso alarmante de empatía con el otro. El camino hacia la oscuridad norteamericana a la que está conduciendo un energúmeno como Trump ya se está evidenciando en la obligación de borrar la palabra “diversidad” de los planes estratégicos, académicos e incluso empresariales y militares, por miedo al famoso backlash político (reacción en contra) del trumpismo.
Por eso el pensamiento de suma cero puede ser tan peligroso: afecta a una perspectiva integral, agudiza el antagonismo y distrae nuestra mente de lo que podemos hacer y construir con cooperación y creatividad. Las personas con mentalidad de suma cero se pierden muy fácilmente cuando tienen al frente una situación en la que todos ganan. Es un tablero ininteligible para ellos.