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La curva recta | 11/02/2024

Justicia podrida, y misoginia

Agustín Echalar
Agustín Echalar

La semana pasada tuvo lugar un hecho espantoso, un pobre hombre, seguramente en medio de una terrible desazón, enloquecido por celos extremos, cometió uno de los crímenes más horrorosos que uno puede imaginar: envenenó a sus tres hijos. Luego, tal vez porque eso era parte de su plan, o porque ante la atrocidad cometida no pudo aguantar un minuto más, acabó con su propia vida.

Un hecho de esa naturaleza solo puede ser entendido a partir de una completa (aunque hubiera sido momentánea) insania mental. Si el hombre no se hubiera suicidado, habría enfrentado cargos no solo por asesinato, sino agravados, por tratarse nada menos que de sus hijos. Si hubiera vivido en un país civilizado es posible que su defensa hubiese aducido un serio problema mental, producto de una depresión extrema, producto a su vez, posiblemente de celos enfermizos, que es posible que sean parte de una educación extremadamente machista que tenemos en Bolivia.

Para escribir sobre este tema quise leer las noticias al respecto y recurrí a Google; allí se me abrieron ventanas que me han dejado aún más espantado y angustiado, la cantidad de casos, en Bolivia y en el resto del mundo, de padres que matan a sus hijos no es pequeña, siguen siendo por supuesto casos aislados, no entran en un porcentaje apreciable, pero no son algo que sucede solo a la muerte de un obispo.

Es por eso que creo que el caso de este terrible filicidio debe ser investigado y estudiado, porque es un fenómeno que debe ser entendido por autoridades, para tratar, si es que se puede, de combatir los orígenes de este tipo de comportamiento. Y es por eso que seguramente quien más puede aportar en dilucidar estos hechos es la desdichada madre que acaba de perder de manera tan violenta a sus tres hijitos.

Lo que es inaceptable es que la pobre mujer hubiera sido detenida. ¿A quién se le ocurre mandar a la cárcel a una mujer que ciertamente no era la autora de los asesinatos y que acaba de perder a sus tres hijos? Este acto de inhumanidad debe ser estudiado de una manera aún más profunda que el crimen cometido por un desquiciado.

Y es que lo que tenemos en un acto de misoginia en su quinta esencia, un desprecio brutal a la mujer al culpabilizarla de un hecho del que ciertamente ella es la mayor víctima sobreviviente.

Lo que la señora requería en ese momento era una fuerte ayuda psicológica y en vez ha sido arrojada a una celda para investigar qué responsabilidad podía tener ella en este hecho.

Este caso nos muestra una doble perversión de nuestra justicia, la misoginia tan enraizada en nuestra sociedad y la costumbre de mandar a la cárcel en forma preventiva a gil y mil, que vulnera en primera instancia la presunción de inocencia de las personas, que como sabemos, está consagrada en nuestra Constitución.

Aunque la policía tuviera sospechas de que la historia era totalmente diferente, y que la madre de los niños era la que envenenó a los hijos y al marido, toda la investigación debería ser llevada a cabo con la señora en libertad, y en sigilo.

Mientras tanto, queda claro que esta mujer que ha sufrido algo terrible está siendo victimizada por el Estado boliviano.

Tengo la esperanza que lo antes posible las autoridades tomen conciencia y le restituyan su libertad, que las instituciones llamadas a velar por los derechos de las personas y en especial de las mujeres tomen cartas en el asunto.

La justicia boliviana, todos sabemos, hiede; en este caso, el mal olor que emana es de misoginia.



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