El reciente bullicio sobre los tuits racistas que el candidato a la Vicepresidencia por la Alianza Libre, Juan Pablo Velasco, habría enviado hace 15 años atrás, agrega picante condimento al menjunje de los candidatos a la Vicepresidencia en la próxima segunda vuelta en Bolivia.
El asunto parecería gracioso sino fuese dramático. ¡Se juzga a un personaje político por lo que escribió hace 15 años atrás y no por lo que declara o propone en el momento presente! Y no es que los que así comentan sean creyentes de la linealidad de pensamiento y acción y su independencia de las circunstancias en los humanos –sobre todo en los políticos–, sino que este nuevo episodio muestra la peculiaridad de la política en Bolivia y su relación con nuestra realidad de nación inacabada y de Estado disfuncional.
Al parecer, todas las organizaciones políticas que actualmente compiten son inconscientes del momento histórico en que actúan. Bolivia vive el fin de un ciclo, el del MAS, pero todos parecen proceder como si ese movimiento fuese todavía actor principal en la política boliviana. En realidad, no es el MAS el fenómeno en permanencia, sino el pueblo que posibilitó su triunfo y sus años de poder: el indio.
Contrariamente a lo que la propaganda “progresista” divulga, no es la primera vez en la historia del país que, con el MAS y con Evo, el indio –utilizando “indio” como categoría sociológica y no chabacanamente como gentilicio– tiene protagonismo político.
Desde la llegada de los ibéricos a estas tierras, ninguna disyuntiva política relevante fue zanjada sin la intervención del indio… Y siempre en desmedro suyo. El juego dialéctico de la parte criolla preponderante mostró siempre al indio como dependiente de sus intereses y huérfano de proyecto propio, pues ello le significa predominancia y hegemonía.
El MAS siguió ese transcurso: fue una interpretación colonial más del indio… Esta vez en clave posmoderna. De ahí se entiende, por ejemplo, la obcecación de sus teóricos por interpretar el problema como “decolonial” y no como descolonización, pues el primer concepto supone ya resuelta la primera situación.
Bolivia contempla un descalabro teórico, simple repercusión de un desfallecimiento político: el fin del ciclo del MAS. Ahora bien: ¿cómo se podría asumir la transición hacia un nuevo ciclo si se está sujeto a las significaciones del pasado político que se quiere superar o a los fantasmas que este creó?
Aquí viene el rol de los candidatos a Vicepresidente. En un caso, el de Edmand Lara, se cree que lo popular e indígena es incauto y espontaneo, hasta el extremo de la simplicidad. Y no es que esas características estén ausentes en lo popular e indígena. Si la ramplonería y rusticidad se manifiesta hasta “en las familias bien” de la criollidad, con mayor razón en los segmentos a los que el Estado privó, hasta hace poco, el acceso a los recursos del conocimiento y saber institucionalizados. Sin embargo, no solamente existen de más en más indígenas capaces de discernir en términos y valores comunes y contemporáneos, sino que el saber tradicional es fundamentalmente racional y especulativo; contrariamente a los mitos que el pachamamismo buscó implantar como características indígenas.
En el caso de Juan Pablo Velasco, el indígena –como cualquier ser humano– es susceptible de apreciar la empatía o no, pero no está obsesionado en definir su aprecio o antipatía solo porque alguien le recuerde que, tal o cual persona, años atrás, le sacó la lengua o lo llenó de improperios.
Ciertamente, el indígena, rural o de los centros urbanos, dimirá su voto por sus criterios e intereses, pero éstos no son las caricaturas que de él se hace la clase política. Tendrá que escoger entre lo que hay, sin que ello obnubile su percepción de que todavía todas las fuerzas políticas existentes lo prefieren como masa proclamadora y multitud agresora del contrincante, y no como posibilidad cierta de gobierno para todos.
Pedro Portugal es historiador, especialista en temas de indígenas.