Identidad es una de las cuestiones más importantes que se puede y se debe plantear una persona. “Conócete” es el mandato que más dilemas encierra en una sola palabra. Estaba en los templos griegos, vuelve con Pascal y resuena cada vez con más fuerza en los actuales debates sobre una de las cuestiones más complejas del gran abanico que abarca ese mandato: la identidad de género.
En la visión conservadora solo hay dos sexos; femenino y masculino. Sobre este reduccionismo hay tela para cortar y Patricia Flores en un artículo reciente (Brújula Digital |01|07|24) cita a la investigadora Fausto-Sterling quien, basada en evidencias biológicas, afirma que hay cinco sexos. “Su propuesta, dice Flores, se basaba en una amplia investigación que evidenciaba la existencia de casos en los que la identidad sexual no se ajusta claramente a las categorías de “hombre” o “mujer”, debido a una combinación diversa de características masculinas y femeninas”. Ella vuelve a la cuestión en su artículo Hermafroditas, (Brújula Digital |29|07|24); también llamadas intersexuales, como anota la columnista.
Quizá sea la combinación de ciertas características físicas lo que determina si eres “mujer, hombre, merme, ferme o herme”, como propone la referida investigadora, pero aquí quiero discutir sobre una cuestión que no puede definirse a través de la anatomía solamente.
“Sexo es lo que tienes entre las piernas y género lo que tienes entre las orejas”, es una frase coloquial que grafica la diferencia entre sexo y género. Aquí quiero referirme a lo segundo, a aquello que no está biológicamente determinado, entre dos o cinco categorías, sino que cada uno debe descubrir dentro de sí como parte de su esencia, que hace a lo que la persona siente que es, lo que quiere ser y cómo se identifica más allá de un supuesto “mandato biológico”. Para la mayoría, este reconocimiento es trivial, aunque no desprovisto de engaños; para otros es un proceso, difícil a veces, pero el resultado no es por eso menos legítimo.
Hace unas semanas uno de nuestros mejores columnistas puso en letras de molde “La gente del mundo gay, o queer, como lo llaman hoy”, frase que denota un cierto grado de ignorancia sobre la cuestión. No todos los gays son queers ni todos los queers son gays.
Cito: “En el contexto de la identidad LGBTQ+, la palabra gay se utiliza normalmente para referirse a una persona que se siente atraída sexual y/o románticamente por personas de su mismo sexo o género. La palabra queer suele utilizarse de forma más general para referirse a una persona que tiene una identidad sexual que no es heterosexual o una identidad de género que no es cisgénero. Algunos miembros de la comunidad LGBTQ+, aunque no todos, utilizan la palabra ‘queer’ como un término de orgullo reivindicado”. (Por si acaso, cisgénero es según el diccionario de la RAE: “una persona que se siente identificada con su sexo biológico”).
No quiero aquí criticar al columnista de marras por exponer un desconocimiento que probablemente comparte con 99% de la población. Tampoco me considero un especialista en la cuestión, ni mucho menos, pero la considero lo suficientemente importante para hacer el esfuerzo de entenderla y provocar a otros neófitos a intentarlo.
Incluso el lector que tiene aversión al tema o, peor, a personas cuyas identidades de género se apartan de la dualidad tradicional, haría bien en informarse; no solo porque el día de mañana un ser querido puede revelar una de esas identidades, sino porque es parte del entorno social en que vivimos. Con ignorarlas o rechazarlas no van a desaparecer.
A pesar de los enormes cambios culturales de los últimos años, que han llevado a una aceptación, en algunos lugares total, del hecho fundamental y de todas las variantes de identidad de género, en Bolivia la homofobia está todavía muy extendida y hay gente que rechaza la existencia de las categorías que se apartan de las tradicionales como enfermedades curables, desvíos del comportamiento, cuestiones de moda, poses iconoclastas, etc.
Son personas que están atrapados en la jaula mental de la dualidad hombre/mujer, de la que no pueden ni quieren salir con las alas de la razón. Las variantes de identidad de género, como se las debe llamar, se han diversificado más allá de entendimiento de una persona que no conoce el tema. Si el sentimiento es visceral, quizá no puedan cambiarlo, pero no es para sentirse orgullosos, como si ser “normal” fuese una virtud y huir del molde un pecado.
No son cambios fáciles y sé que este artículo no va a destruir esas resistencias en los lectores que las tienen ahí calcificadas. Quienes tienen hijos que descubren en sí y quieren asumir una identidad distinta de la prescrita han pasado gracias al amor por esa aceptación de manera más natural. Parafraseando a Violeta Parra, “lo que no puede el saber, lo puede (a veces) el sentimiento”.
El fenómeno cultural de la variedad de identidades de género, que sobre todo los jóvenes están reclamando que se reconozca, es complejo. Como todo lo que hace a la sexualidad y a la identidad, es parte de un paisaje humano en evolución, pero puede ser una cuestión de gran trascendencia para aquellos que deben pasar por la nunca fácil decisión de reconocer que son algo que su entorno no acepta. Esto debería bastar para querer comprenderlo sin simplificaciones caricaturescas.
¿Por qué no celebrar la diversidad en lugar de rechazarla? Lady Gaga dice en su canción Born that way: “Soy hermosa a mi manera/ Dios no comete errores/ No te escondas en el arrepentimiento/ Sólo ámate a ti misma/ Y estarás en tu camino”. Es la afirmación del orgullo de una identidad y Elton John la llamó “el nuevo himno gay”.
En su ensayo sobre el Quijote, Unamuno dice que cuando el de la triste figura afirma “yo sé quién soy” quiere decir “yo sé quién quiero ser” y “en esto estriba su fuerza y su desgracia”. Me imagino que mi lector se ha preguntado muchas veces: ¿quién soy? o ¿qué quiero ser?, y si es alguien que no se contenta con respuestas fáciles, habrá ido actualizándolas con los años y las experiencias, sin nunca llegar a la definitiva. Pero para algunos en esa respuesta “estriba una desgracia”; la de reconocerse ser y querer ser algo que familia y sociedad rechazan. Solo en una sociedad verdaderamente libre las personas no deben sumar a la complejidad de la pregunta la angustia de la aceptación.
Sin tratar de comprender cada una de las identidades de género de las que muchas personas reclaman para sí, me parece que debemos reconocer que existen, que son auténticas e importantes para quienes las sienten y declaran, y que todas tienen los mismos derechos y merecen el mismo respeto. Es una cuestión de sensibilidad e inteligencia cultural. No se pide más.
@brjula.digital.bo