Fiel a un estilo al que más de 20 años después terminamos por acostumbrarnos, Evo Morales ha usado la alta proporción de votos nulos en las elecciones del 17 de agosto para afirmar que se trata de un “triunfo del pueblo boliviano”. La afirmación sería coherente de no mediar un gran detalle: él considera que esa victoria está en el casi 20% al que ha llegado el voto nulo que propuso como un símbolo de la candidatura que no le dejaron coronar.
Y es que Morales es el más ladino de los politiqueros en ejercicio porque siempre lleva el agua a su molino: cuando él era candidato, condenaba el voto nulo y decía que quienes lo ejerzan serían “delincuentes confesos”. Ahora que ya no puede ser candidato, el voto nulo no solo no es delincuencial, sino una manera de expresar legítimamente un rechazo.
Pero alejándose de cualquier tipo de simpatía o antipatía, hay que revisar las proporciones del voto nulo en las últimas elecciones generales y, así, encontraremos que en 2020 llegó al 3,59%, en 2019 al 3,55%; en 2014 al 3,79% y en 2019 al 2,48%. Es fácil ceder a la tentación de meterle calculadora para sacar un promedio de 3,35% y afirmar que la diferencia con el porcentaje actual –casi 16%– es la votación que habría sido para Evo, pero la realidad siempre es distinta a la que reflejan fríamente los números.
El voto nulo no es único, no tiene color ni se puede personalizar. Incluso en las elecciones del domingo se consideró la declinación como voto nulo cuando ésta no representaba claramente que se trataba de voto blanco. Y este otro también representa otros factores, aunque más claros: son las papeletas que no tienen marcas y punto. Por eso, también, se contabiliza aparte y en las elecciones de 2014 a 2025 no bajó del 1,45%.
La idea de promover el voto nulo cuando la candidatura directa de Evo se dio por perdida fue políticamente brillante porque le ha dado una nueva línea discursiva al expresidente, que ya ha proclamado expresamente que, a tono con el alto porcentaje de votos nulos, ha ocupado el tercer lugar en la votación y, al superar la suma de votos obtenidos por el MAS y sus variantes, no tardará en proclamarse como líder de la oposición.
Empero, Evo no es líder de la oposición, como no lo fue ni en sus mejores momentos de diputado rebelde y jefe cocalero, y eso lo saben hasta los masistas que lo acompañaban antes de desencantarse de él. Cuando se convirtió en el fenómeno político del momento, ganando elecciones por mayoría absoluta, sus “llunqus” le susurraban que encarnaba al pueblo y él se lo creyó. Lo dijo más de una vez, aunque la más memorable fue cuando declaró que la Defensoría del Pueblo fue creada para defenderlo a él, y actuó en consecuencia.
¿Alguien le ha dicho a Morales que los porcentajes de votos blancos y nulos varían sustancialmente en las elecciones subnacionales, que se juegan en realidades diferenciadas? Como ejemplo, revisen los resultados de las elecciones municipales de 2021 en las que, por ejemplo, el blanco llegó al 24,61% en Sucre y al 27,24% en Potosí. Entonces, en ese contexto, Evo tendría que haber promovido el voto blanco para proclamar un triunfo que solo existe en su mente enferma.
¿Y las elecciones judiciales? En las del año pasado, el voto blanco fue del 15,51% y el de los nulos llegó al 21,80% ¿Cuál representaría a Evo si “le hubiera metido nomás” para que los abogados se lo arreglen luego?... Quizás podría promover ambos, como una suerte de “voto Evo”, apropiado para el dios que él cree ser.
A ver si alguien le hace el favor de darle una pastillita de “Ubicatex”.
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.